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Fidelma hizo una pausa. Nadie dijo nada.

– La virtud después de la riqueza. Quaerenda pecunia primum est virtus post nummos. Cranat había abandonado el lecho de Eber, pero, irónicamente, había empezado a tener una relación con Muadnat. Con Eber muerto, podría convertirse en la esposa del nuevo jefe.

El hermano Eadulf se inclinó hacia delante visiblemente agitado.

– Móen dijo que la persona que le dio la varilla tenía callos en las manos, como un hombre. Pero olió a perfume y pensó que era una mujer. Dignait tenía callos en las manos. Dignait era fiel a Cranat porque era de los Déisi y había venido aquí como criada de Cranat cuando ésta se casó con Eber.

– Sólo las mujeres de rango usan perfume -corrigió Dubán-. Dignait no se pondría perfume.

Crón sacudía la cabeza con incredulidad.

– ¿Queréis decir que mi madre era socia de Muadnat en la mina de oro y que decidió matar a mi padre para casarse con él?

– Cranat tenía motivos suficientes para odiar a Eber y a Móen. Teafa le había explicado la relación. -Hizo una pausa y miró a Crón-. Vos sabéis bien latín, ¿no es verdad?

– Me enseñó mi madre -respondió la tánaiste.

– Os enseñó bien. En realidad fue algo escrito en latín en un trocito de vitela lo que hizo que las piezas del puzzle encajaran. A Menma, después de haber matado a Dignait en su habitación para impedir que dijera quién había colocado las falsas colmenillas en la bandeja de la cocina, le dijeron que dejara el cuerpo en el almacén subterráneo de Archú. Después tenía que darme el trocito de vitela con la clave escrita en latín. Era buen latín.

– ¿Me va a acusar porque mi latín es bueno? -dijo despectivamente Cranat.

– ¿Vuestro ogham es igual de bueno? -inquirió Fidelma, y continuó antes de que Cranat pudiera responder-. Es bueno recordar las palabras de Publio Terencio de que nadie puede trazar un plan en que los acontecimientos no se pueden modificar. Dubán había seguido a Menma hasta la mina después de haberlo visto con los supuestos ladrones de ganado. Llegó hasta la entrada de la mina y oyó al socio de Muadnat que le daba unas últimas instrucciones a Menma. Dubán entró; Menma lo abordó y permitió que su jefe huyera. Yo también estaba allí, y vi la figura que huía por el camino.

– ¿Visteis la figura? -preguntó Cranat-. ¿Juraríais que era yo?

– Era una figura envuelta en una capa de varios colores, una capa de cargo.

Crón hizo una mueca que semejaba una sonrisa señalando la capa que llevaba.

– Pero yo llevo una capa como ésa.

– Cierto -gritó Eadulf-. Y yo vi esa misma figura con una capa similar de varios colores ascendiendo el camino que atraviesa las colinas en dirección a la mina el día que estuvimos en la granja de Muadnat.

– Ahora estoy confundido. ¿Estáis acusando a Cranat o a su hija? -gritó el padre Gormán.

– Hace tiempo, Crón me dijo que esta misma capa de colores la llevan todos los jefes de Araglin y sus esposas. Vos también lleváis una. ¿No es así, Cranat? Y también un fuerte perfume de rosas.

La viuda de Eber frunció el ceño pero Fidelma se dirigió a Gadra.

– Gadra, decidle a Móen que quiero que huela algo. Traedlo aquí. -Se giró hacia los demás-. Móen, para compensar sus deficiencias, tiene un sentido del olfato muy desarrollado, como yo ya he podido comprobar.

Gadra hizo lo que le había pedido y acompañó a Móen delante de la tarima.

– ¿Padre Gormán, podéis acercaros y ser testigo de este trámite? Para que luego no haya dudas.

Con cierta renuencia, el sacerdote se adelantó. Fidelma se dirigió a Gadra.

– Decidle a Móen que huela donde yo indico y que después diga si ha percibido alguna otra vez ese olor. Decidle que quiero ver si es el mismo olor que cuando le entregaron la varilla en ogham.

Fidelma tendió la mano y dejó que Móen la oliera. Cranat se había puesto de pie.

– ¡No voy a permitir que esa bestia se me acerque! -protestó echándose hacia atrás.

– No tenéis elección -afirmó Fidelma haciéndole señal a Dubán de que se adelantara y se colocara detrás de ella. Móen sacudía su cabeza junto a la muñeca de Fidelma. Fidelma se dirigió hacia Crón y le cogió una mano. Móen la olió, se giró e hizo unas señales en la mano de Gadra.

Gadra sacudió la cabeza en señal de negación.

Cranat se puso la mano en la espalda.

– Padre Gormán -ordenó Fidelma-, ya que Cranat se niega a tender su mano al chico, ¿podéis ayudarla? Quizá no pondrá objeción si es la mano de un sacerdote la que la toca.

– Lo siento, señora -murmuró el padre Gormán claramente disgustado mientras cogía y sostenía con fuerza la mano derecha de la dama. Cranat separó la cabeza con asco cuando Móen le olisqueó la muñeca.

Hubo un revuelo en la sala cuando el chico se giró e hizo unos signos rápidamente en la mano de Gadra. El anciano estaba conmocionado.

– ¡Es falso! -gritó Cranat-. ¡Es un complot para desacreditarme!

Pero el anciano no miraba a Cranat.

– No es el olor de la mujer el que ha identificado -dijo Gadra lentamente, mirando asombrado al padre Gormán.

El sacerdote se había quedado blanco.

Dubán se adelantó deprisa y agarró al sacerdote por la muñeca. Después frunció el ceño desconcertado mientras observaba la mano del sacerdote que se agitaba.

– Pero Móen dijo que la persona que él olió en la puerta de la cabaña de Teafa tenía las manos encallecidas. Las manos del sacerdote son suaves como las de una mujer.

Fidelma no se inmutó.

– Hoy no lleváis los guantes de piel, padre Gormán -comentó Fidelma-. Veis, Dubán, ayer me ofrecisteis la respuesta que estaba buscando; cuando creí que vuestras manos estaban encallecidas. Pero en realidad, era simplemente que llevabais puestos unos guantes.

Dando un grito repentino el padre Gormán consiguió soltarse de Dubán, saltó de la tarima y empezó a abrirse paso a empujones por la sala. Apenas había llegado a la mitad de la sala cuando lo redujeron. Su cara estaba distorsionada por la ira. Empezó a gritar cosas ininteligibles.

– Y Cristo dijo «vos serpientes, vos generación de víboras, ¿cómo vais a escapar de la condena del infierno?».

– Un texto muy apropiado -murmuró Eadulf para ocultar su sorpresa.

Cranat se dejó caer en su silla, sonrojada, respirando profundamente. Contemplaba a Fidelma con odio.

– Tenéis que explicaros antes de que podamos creer esta fantástica acusación -dijo con calma.

Capítulo XXI

Fidelma seguía de pie, en silencio, ante la tarima, y los miraba a todos con expresión sombría.

– Hay pocos lugares en estos cinco reinos donde haya encontrado tanto odio, tanta falsedad y tanta tristeza -empezó a hablar lentamente-. Gormán y Menma tal vez sean culpables de segar vidas humanas, pero lo que los estimuló a hacerlo es un mal inherente a este valle.

– ¿Era Eber el instigador de esta maldad, o era también él una víctima? Eso no lo sabremos. Tomnát fue sin duda una víctima. Quizá no lo hubiera sido si hubiera tenido al menos una persona en quien confiar, aparte de su hermana; una persona podía haberla salvado.