Se giró y miró a Dubán sin mutar su expresión.
El guerrero bajó la vista ante aquellos ojos verdes y encendidos.
– Teafa también fue una víctima; pero salvó su autoestima, así como al hijo de su hermana. Móen ha sido la víctima más desgraciada.
– ¿Y yo no he sido víctima? -preguntó Cranat con dureza-. Yo era una princesa de los Déisi y me vi obligada a soportar esta depravación.
– ¿Obligada? Vos estabais preparada para soportarla. ¡Incluso la primera vez que Teafa os advirtió, hace años, de que vuestro marido continuaba con su degeneración y abusaba de vuestra propia hija cuando tan sólo tenía doce o trece años!
– ¡Eso no es verdad! -gritó Crón, adelantándose con el rostro encendido.
– ¿No? -preguntó Fidelma con una mueca de amargura-. Ya habéis confesado muchas cosas. Es mejor que estos oscuros secretos se sepan. Teafa vio que la vileza de Eber volvía a repetirse con vos, Crón. Vos también fuisteis una víctima. Advirtió a Cranat que se marchara, que se divorciara y que os llevara con ella. Pero Cranat se contentó con abandonar el lecho conyugal y continuó viviendo aquí, con bienestar y seguridad. Dejó que su hija se las apañara sola. No fue Cranat la que le negó la palabra a Teafa, sino Teafa a Cranat.
Un silencio sepulcral invadió la sala.
Fidelma se giró y la miró con tristeza.
– Sí, Crón, vos fuisteis una víctima, pero también os aprovechasteis de la situación. Utilizasteis los deseos lascivos de vuestro padre para haceros con el poder. Muadnat era el tánaiste de vuestro padre. Hace unas semanas os sentisteis lo bastante fuerte para exigirle que os nombrara tánaiste, y luego usar su poder para aseguraros de que el derbfhine os apoyaría. Gracias a los sobornos de Eber, tan sólo cuatro personas se opusieron: vuestra propia madre y Teafa, ya que ambas sabían el precio que estabais pagando; Agdae, el sobrino de Muadnat y Menma, cuya relación con Muadnat no sólo era de parentesco sino por el oro. No estáis capacitada para ejercer un cargo.
Se giró y volvió a mirar a Dubán.
– Y sin cargo, Dubán, ¿por cuánto tiempo le vais a declarar vuestro amor a Crón? Tomnát reconoció esta ambición implacable en vos hace veinte años, cuando vio que no podía confiaros su terrible secreto. Ahora que el secreto de Crón, el mismo secreto, es conocido, ¿seguiréis fiel a ella? ¡No! -gritó Fidelma levantando la mano cuando el guerrero hizo ademán de hablar-. No protestéis ahora. No me contestéis hasta que el derbfhine se reúna y declare si Crón puede ser o no jefe de Araglin.
Fidelma se dirigió a la sala mirándolos a todos con ojos apasionados.
– Morann de Tara dijo una vez que el mal puede entrar como una diminuta semilla y, si no se le detiene, crece y se convierte en un roble. Aquí ha crecido un bosque. La esperanza de Araglin reside en la inocencia de los jóvenes, de muchachos como Archú y chicas como Scoth. -De repente miró a Clídna-. Y si queda un refugio de moralidad en este lugar, está en esta mujer.
Clídna se ruborizó e inclinó la cabeza.
Agdae se puso en pie lentamente.
– Juzgáis duramente a Araglin, hermana -dijo con serenidad-. Pero no es injusto -añadió dirigiendo su mirada a Cranat, que permanecía en silencio, y a su hija-. Sin embargo, decidnos cómo llegasteis a identificar al padre Gormán. También teníais buenos argumentos contra Cranat.
– Sabía que no era posible que Cranat los hubiera matado por un motivo muy simple: si hubiera sido la asesina no hubiera enviado a alguien a Cashel para que mandaran un brehon a investigar.
– ¿Por qué hizo eso?
– Por encima de todo, como sabemos, Cranat es una princesa de los Déisi; no quería que ningún dedo pudiera acusar a su casa. Pensó que la presencia de un brehon aportaría peso moral al asunto. Yo pienso que ella realmente creía que Móen era culpable al haber descubierto la verdad de su nacimiento.
Fidelma miró a Eadulf.
– Hay un punto que destruyó la acusación contra Cranat, que he presentado expresamente para calmar las sospechas de Gormán respecto hacia dónde me encaminaba. Nadie lo ha preguntado, lo cual ha ido bien, ya que Gormán se hubiera podido poner en guardia, pero me sorprende que algunos no lo hayan descubierto.
– ¿Y qué es? -peguntó Agdae.
– Olvidáis la máxima -summa sedes non capit duos-, en el asiento más elevado no caben dos. Crón se había convertido en tánaiste antes de la muerte de su padre. Muadnat ya no era tánaiste, así que Cranat no podía haber matado a Eber con la esperanza de ser la esposa del nuevo jefe.
– ¿Y qué os hizo sospechar de Gormán? -preguntó Gadra.
– Fácil -reconoció Fidelma-. En Lios Mhór me dijeron que Gormán era un fanático defensor de Roma. Resultó que era simplemente un fanático, un intolerante, fuera lo que fuera en lo que creyera. Me enteré de que había construido una capilla en Ard Mór y me informaron de que la llenaba de riquezas. La capilla de aquí, Cill Uird, es también opulenta. A diferencia de la mayoría de sacerdotes, tenía dinero para un caballo.
– La riqueza no es un signo de culpabilidad -murmuró Cranat.
– Depende de dónde provenga la riqueza. Gormán era socio de Muadnat en una mina de oro secreta. Cómo surgió esa relación, tal vez no lo sepamos nunca. Yo supongo que Muadnat, para explotar la mina y evitar pagar un tributo a Eber, decidió que Gormán le ofrecería la manera de ocultar el oro. Gormán podía hacer creer que provenía de regalos de seguidores de sus creencias. El oro se convertía en riquezas, almacenadas en las capillas de Ard Mór y Cill Uird. Lo que no tuvo en cuenta Muadnat fue la avaricia inherente a los hombres. Que Gormán fuera un sacerdote no significaba que no fuera un hombre.
– Pero ¿por qué mató a Eber y a Teafa? -preguntó Crón venciendo el resentimiento hacia Fidelma por lo que había revelado de la relación entre su padre y ella.
– Lo he dicho: es un fanático intolerante. Cuando se enteró de que Eber era el padre de Móen se enfureció. Eber tenía que ser enviado a lo que Gormán entiende por infierno, y Móen, fruto del incesto, tenía que ser castigado con la acusación de asesinato. Ya he explicado que a Teafa la mató para que no pudiera revelar la prueba de la varilla escrita en ogham. El motivo de la muerte de Eber es simplemente la fanática moralidad de Gormán.
– Pero ¿cómo se enteró de que Móen era hijo de Eber? -preguntó Crón-. Ni siquiera yo lo sabía antes de que vos lo explicarais.
Fidelma miró profundamente a Cranat.
– Creo que vos podéis contestar esa pregunta. Hace dos semanas Dubán os vio discutir con Teafa, después fuisteis directamente a ver a Gormán. Cuando Teafa averiguó que Crón había utilizado la relación con su padre para convertirse en tánaiste, fue a discutir con vos para que no fuera así. ¿Os dijo que Móen era hijo del incesto de Eber?
– En calidad de sacerdote de este lugar, el padre Gormán tenía derecho a saberlo -replicó Cranat.
– Pero Gormán es un fanático y que supiera eso los condujo directamente a la muerte. Después de que Cranat se lo dijera, Gormán se enfureció y fue a acusar a Eber y a Teafa. Crítán fue testigo del enfrentamiento y vio que Eber golpeaba al sacerdote. Fue entonces cuando Gormán decidió matarlo.
– Pero, ¿y si Móen no hubiera reconocido el perfume del incienso de la iglesia? -reflexionó en voz alta Eadulf-. ¿Hubiera yo supuesto que ese olor le era conocido y desde el principio lo hubiera identificado con el de la capilla?
Fidelma sacudió la cabeza mirando con tristeza a Eadulf.
– ¿No recordáis que Gormán nos dijo que impedía que Móen entrara en la capilla? ¿Que lo evitaba? Móen no podía haber identificado el perfume.
– ¿Pero por qué mató el padre Gormán a mi tío Muadnat? -preguntó Agdae-. Era su socio en la mina ilegal.