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– Lo he mencionado antes. Cuando Muadnat empezó a llamar cada vez más la atención intentando apropiarse legalmente de la tierra devuelta a Archú, Gormán se enfureció. Ese comportamiento podía hacer que se descubriera la existencia de la mina; la gente prestaba atención a esas tierras. Menma era el hombre de Gormán, no de Muadnat. Hizo que Menma matara a Muadnat para guardar el secreto. Por el mismo motivo que le hizo matar a Morna y a Dignait. Todo por la avaricia de Gormán.

– ¿Cómo os disteis cuenta de que Menma obedecía a Gormán?

– Enseguida entendí que había una cierta colaboración entre Gormán y Menma. Una vez los vi discutiendo. Cuando Archú dijo a Gormán que quería llevar a Muadnat a los tribunales por la disputa de las tierras, Gormán le aconsejó que presentara el caso en Líos Mhór. Me pareció raro, hasta que me di cuenta de que eso evitaría que Eber se involucrara en el caso. Eber podía interrogar a Muadnat. Gormán mandó a Archú a Lios Mhór por un camino más largo. Quizá para que Archú no se encontrara con el oro que transportaban a Ard Mór por la ruta más corta.

– Gormán se enteró de que uno de los mineros que tenía empleados, Morna, había llevado un trozo de roca de la mina a su hermano Bressal. Le dijo a Menma que matara a Morna y que destruyera el hostal. La existencia de bandidos en la zona servía de excusa para estos actos.

– Fueron diversas cosas las que hicieron que me fijara en Gormán. Eadulf había visto una figura con una capa de colores en la granja de Muadnat. La figura desapareció y, al cabo de un momento, apareció Gormán, pero sin la capa de montar. Yo sabía que Gormán tenía una de esas capas ya que la había visto en la sacristía. Las ropas de Gormán también estaban impregnadas de un fuerte olor; el incienso utilizado en la iglesia. Gormán llevaba guantes. Ya he explicado lo que implican todos estos hechos.

»La noche antes de que el pobre hermano Eadulf tomara las setas venenosas, Gormán me había oído a escondidas expresarle a Crón que confiaba poder tener el nombre del asesino al día siguiente. A la mañana siguiente, Gormán se escabulló en la cocina y colocó falsas colmenillas en las bandejas. Dignait lo vio en la cocina y él se dio cuenta de que, en cuanto se supiera lo del veneno, la mujer no dudaría en acusarlo para defenderse. O quizá siempre tuvo la intención de que la culparan a ella. Envió a Menma a que la matara y le explicó qué hacer con el cuerpo. Gormán era una de las pocas personas que conocía la existencia del almacén subterráneo en la granja de Archú ya que, como me explicó el propio Archú, había ido allí cuando alguien murió por accidente y Gormán sugirió que sellaran la estancia. Gormán también sabía latín y ogham. Las piezas del puzzle encajaban.

Fidelma hizo una pausa y extendió las manos con gesto expresivo.

– Pero cuando todos estos hechos estuvieron encajados, un factor principal era el que les daba una forma. Gormán se había enterado de que Móen era fruto de una relación incestuosa de Eber. Se le escapó cuando habló conmigo. Su credo intolerante no podía aceptarlo y por eso mató a Eber y a Teafa, en un acto cuyos motivos no estaban en absoluto relacionados con la mina de oro.

Tres días después, Fidelma y Eadulf se detuvieron en el Hostal de las Estrellas de Bressal para darle la noticia de la muerte de su hermano. El rechoncho posadero se horrorizó pero se resignó.

– Al no regresar, sospechaba que la muerte se lo había llevado. Mi hermano se pasó la vida buscando riquezas para pasar el resto de su vida sin hacer nada. No hubiera sido feliz sin hacer nada, pero es triste que no descubriera eso por sí mismo.

Fidelma asintió.

– Aun sacra fames, la maldita hambre de oro destruye más de lo que crea. ¿No fue san Mateo quien escribió: «No acumuléis tesoros sobre la tierra, en donde la polilla y el moho los consumen, y en donde los ladrones entran y roban»?

Bressal sonrió conmovido.

– Rezad una oración por el alma de Morna, hermana.

Siguieron cabalgando entre los bosques en dirección al camino principal que los llevaría a Cashel. En los tres días que habían estado esperando en el rath de Araglin, después de las revelaciones de Fidelma, había llegado la noticia de que los mineros habían sido acorralados y que el brehon local había confiscado el oro que Gormán almacenaba en la capilla de Ard Mór. Quedaba pendiente el juicio de Gormán en Cashel. Pero el juicio no iba a tener lugar; Fidelma había tenido la generosidad de permitir que el padre Gormán quedara prisionero en la sacristía de su capilla. Al día siguiente de su reclusión, Gormán comió unas falsas colmenillas y murió al cabo de cuatro horas. Como comentó el hermano Eadulf, todavía delicado de salud, un final adecuado.

Agdae fue nombrado temporalmente tánaiste de los Araglin en una reunión especial del derbfliine de la familia de Eber. Sólo protestó Crón. Era obvio que no la iban a confirmar como jefe de Araglin. Dubán ni siquiera esperó el resultado de la reunión; ensilló su caballo y desapareció por las montañas. Cranat también había cogido sus pertenencias y había regresado a la tierra de los Déisi.

Eadulf fue poniendo palabras a los sentimientos de Fidelma mientras cabalgaban.

– No siento dejar este lugar. Tengo la necesidad de encontrar agua limpia para bañarme después de todo lo que ha sucedido.

Cuando llegaron al cruce de caminos, Fidelma vio dos figuras que le resultaban familiares, a pie por el camino de Lios Mhór. Una era la de un joven, e iba cogido de la mano con un anciano, cuyos hombros caídos indicaban sus muchos años.

– ¡Gadra! -gritó Fidelma haciendo que su caballo se adelantara.

El anciano se detuvo y miró a su alrededor. Vieron que sus dedos tamborileaban sobre la mano de Móen, sin duda explicándole el motivo por el que se detenía.

– Buen viaje, Fidelma -dijo sonriendo a la religiosa, y luego se dirigió a Eadulf-, y a vos también, mi hermano sajón.

Fidelma bajó del caballo.

– Nos preguntábamos por qué no os habíamos visto estos últimos días. Os teníais que haber despedido. ¿Adónde os dirigís?

– A Lios Mhór -respondió el anciano.

– ¿Al monasterio? -preguntó entonces Fidelma, sorprendida.

– Sí. No tenéis que mostraros desconcertada -dijo Gadra riendo entre dientes-. ¿No será bien recibido un viejo pagano como yo?

– Todos son bien recibidos en la casa de Cristo -respondió Fidelma con solemnidad-. Aunque he de confesar que vuestra decisión me sorprende.

– Bueno -dijo Gadra mientras se rascaba la nariz-. Si por mí fuera, continuaría viviendo en la montaña. Pero el chico me necesita.

– Ah -suspiró Eadulf-. Es digno de alabanza lo que hacéis por el chico. Los confines de un claustro son mejor protección que la inmensidad de la montaña.

Gadra le lanzó una mirada divertida.

– Más importante aún, necesita la compañía de los que pueden comunicarse con él. En Lios Mhór hay religiosos que conocen la antigua escritura. Yo les puedo enseñar con rapidez cómo utilizarla con él. Cuando Móen sea capaz de comunicarse con varias personas yo habré cumplido con lo prometido a Teafa y a Tomnát. Podré seguir mi destino y dejar que él siga el suyo.

Fidelma sonrió.

– Es un gesto generoso.

– ¿Generoso? -se sorprendió Gadra-. Es mi deber sagrado con una mente como la de Móen. El chico ha demostrado su olfato, y guiado por el buen camino estoy seguro de que esta cualidad puede utilizarse.

– ¿Para qué? -preguntó Eadulf con interés.

– Hay un montón de cosas que puede hacer una persona capaz de percibir y reconocer aromas, desde mezclar perfumes a identificar la cantidad exacta de hierbas, o hacer medicinas.

– ¿Así que Móen y vos residiréis en Lios Mhór?