– De momento.
Fidelma sonrió con picardía.
– Y, quién sabe, incluso podríais haceros cristiano bajo tan sagrada influencia.
– Eso nunca -contestó Gadra con amargura-. Ya conozco vuestro amor y vuestra caridad cristiana; no quiero formar parte de eso.
– Estoy segura de que si escucháis la Palabra, predicada por los hermanos y hermanas de Lios Mhór, llegaréis a aceptar que la Palabra es la Verdad -declaró Eadulf con valentía.
– ¿Vuestra Palabra o la Palabra de Gormán? ¿Cómo podéis estar tan seguro de que vuestra Palabra es la Verdad para todos o, es más, siquiera que haya una Verdad? -preguntó Gadra.
– Uno ha de tener Fe o no entenderéis la Verdad -se vio obligado a responder Eadulf.
Gadra sacudió la cabeza y alzó las manos hacia el dosel azul del cielo.
– ¿No se os ha ocurrido nunca, mi hermano sajón, que cuando llegue el momento en que se abra esa puerta para pasar al otro mundo, alguno de nosotros puede encontrarse con que estas cosas, de las que discutimos con tanta vehemencia, no son nada más que grandes malentendidos?
– ¡Nunca! -espetó Eadulf, airado.
El viejo ermitaño lo miró con tristeza.
– Que vuestra fe es ciega y que habéis anulado vuestro propio libre albedrío, lo cual va contra el orden espiritual de este mundo.
Fidelma tocó a Eadulf con la mano, al sentir que iba a contestar enfadado.
– Yo os entiendo, Gadra -dijo Fidelma- porque tenemos los mismos antepasados. Pero las costumbres cambian, como los días pasan. No podemos hacer que se detengan ni podemos regresar al punto de partida. Pero reconozco en vos las mismas virtudes que tenemos todos.
– Bendita seáis por eso, hermana. Después de todo, ¿acaso no es cierto que todos los caminos llevan al mismo gran centro?
Se quedaron callados y entonces Móen reclamó atención.
– Dice que lamenta no haberse despedido antes de marcharnos, pero sentía que ya había abusado mucho de vuestro buen hacer. Cree que vos sabéis lo que siente. Os debe la vida.
– No me debe nada. Yo sirvo a la ley.
– Dice que siente que la ley es como una jaula que encierra a los que no tienen el poder para conseguir una llave.
– Si alguien puede rebatir esa afirmación es él -replicó Eadulf indignado.
– No es la ley sino el abogado el que proporcionó la llave -interpretó Gadra.
– San Timoteo escribió que la ley es buena si es usada legalmente -replicó Fidelma-. Y un sabio griego, Heráclito, dijo que un pueblo debe luchar por su ley como si fuera la muralla de su ciudad contra un ejército invasor.
– No estamos de acuerdo. La ley no puede dictar la moralidad. Pero os agradezco lo que habéis hecho. Buen viaje, Fidelma de Kildare. Buen viaje, mi hermano sajón. Que la paz os acompañe.
Fidelma y Eadulf se quedaron mirando al anciano y a Móen, que se fueron por el camino de la montaña.
De repente Fidelma se entristeció.
– Me hubiera gustado convencerle de que nuestra ley es algo sagrado, el resultado de siglos de sabiduría y experiencia humana para protegernos, tanto o más que para castigarnos. Si no lo creyera así no sería abogada.
Eadulf inclinó la cabeza mostrando que estaba de acuerdo.
– ¿No dijo alguien que las leyes no son corruptas sino los que las interpretan?
Fidelma se subió al caballo.
– Hace muchos años, Esquilo escribió que lo malo no debe vencer por los detalles técnicos de la ley. Eso significa que hemos de someter la ley a nuestro propio juicio. Yo creo que por eso san Mateo nos estaba advirtiendo cuando escribió «no juzguéis si no queréis ser juzgados».
Encaminaron sus caballos hacia el norte por el camino que conducía a Cashel.
Peter Tremayne
Peter Tremayne (Coventry, 1943) es el seudónimo empleado por uno de más prestigiosos historiadores de la cultura celta en sus obras de ficción. Su nombre se ha popularizado gracias al ciclo narrativo dedicado a sor Fidelma, traducida a una docena de lenguas y considerada por críticos y lectores como la sucesora natural del Fray Cadfael de Ellis Peters.