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Apenas se habían detenido cuando de repente un anciano abrió la puerta del hostal y salió corriendo a recibirlos.

– Bienvenidos, viajeros -gritó con voz aguda-. Entrad, que yo me ocuparé de vuestros caballos. Entrad, la noche es fría.

En el interior, el hostal parecía desierto. Un gran leño crepitaba en el hogar, situado en uno de los extremos de la estancia. En un gran caldero, un caldo aromático hervía a fuego lento sobre las llamas, su perfume impregnaba la habitación. Era cálido y reconfortante. Las linternas estaban encendidas y parpadeaban frente al roble pulido y los tablones de la habitación.

Fidelma se fijó en una mesa situada en un lado de la estancia, sobre la que, a primera vista, parecía que había esparcidas varias piedras. Frunció el ceño y se acercó a examinarlas, cogió una y sintió su peso metálico. Las rocas estaban pulidas y parecía que estaban colocadas formando un arreglo decorativo para dar atmósfera al recinto.

Sacudiendo la cabeza ligeramente con perplejidad, Fidelma se dirigió hacia una gran mesa que había junto al fuego, pero no se sentó. Después de horas sobre la silla agradecía estar de pie un rato.

Archú se acercó a Fidelma nervioso.

– Lo siento hermana. Tenía que habéroslo dicho antes, pero ni Scoth ni yo tenemos con qué pagar al posadero. Nos retiraremos y pasaremos la noche fuera, en los bosques. Es lo que íbamos a hacer. La noche es seca y no demasiado fría, a pesar de lo que dice el posadero -añadió.

Fidelma sacudió la cabeza.

– ¿Vos, un ocáire? -lo reprendió Fidelma con amabilidad-. Ahora tenéis riquezas suficientes después de haber ganado el juicio. Sería de mala educación que no os adelantara el dinero de la comida y del alojamiento para esta noche.

– Pero… -protestó Archú.

– No se hable más -interrumpió Fidelma con firmeza-. Una cama es más confortable que la tierra húmeda y este caldo borbolleante tiene un aroma maravilloso.

Fidelma echó una mirada curiosa alrededor, al hostal desierto.

– Parece que somos los únicos viajeros por este camino esta noche -observó Eadulf mientras se repantigaba en una silla cerca del fuego.

– No es un camino transitado -explicó Archú-. Es el único que lleva a las tierras de Araglin.

A Fidelma le interesó aquello de inmediato.

– Si es así y éste es el único hostal en el camino, resulta extraño que no hayamos encontrado a vuestro primo Muadnat aquí.

– Gracias a Dios que no ha sido así -murmuró Scoth acomodándose en la mesa.

– Sin embargo, él y su compañero…

– Ése era Agdae, su capataz y sobrino -informó Scoth.

– Él y Agdae -continuó Fidelma- partieron de Lios Mhór antes que nosotros, y seguro que tomaron este camino, si es el único que lleva a Araglin.

– ¿Por qué preocuparse ahora por Muadnat? -preguntó Eadulf bostezando y codiciando el caldo con la mirada.

– No me gustan los asuntos que quedan por resolver -explicó Fidelma con tono molesto.

La puerta se abrió y apareció el anciano. Con la luz de la estancia vieron que el hombre era de rasgos carnosos, cabello grisáceo y de aspecto agradable, que se correspondía con su amabilidad. Tenía la cara roja, redonda y adornada con una sonrisa permanente.

Contempló el grupo con calidez.

– Bienvenidos, otra vez. He metido vuestros caballos en el establo y los he atendido. Me llamo Bressal y estoy a vuestro entero servicio. Mi casa es vuestra casa.

– Necesitamos camas para pasar la noche -anunció Fidelma.

– Desde luego, hermana.

– También necesitamos comida -añadió con rapidez Eadulf, mirando anhelante otra vez el borboteo del caldero.

– Desde luego, y buena mead para saciar vuestra sed, sin duda -añadió el posadero deprisa-. Mi mead está considerada la mejor de estas montañas.

– Excelente -respondió Eadulf-. Podéis servir…

– Comeremos después de habernos quitado el polvo del camino -interrumpió Fidelma con sequedad.

Eadulf sabía que era costumbre irlandesa darse un baño cada noche antes de la principal comida del día. Era un hábito al que nunca había llegado a acostumbrarse ya que el ritual de un baño diario no era una práctica común entre su gente. Sin embargo, allí, se consideraba una falta de educación no bañarse antes de la comida de la noche.

– Prepararé vuestros baños, pero me llevará un rato ya que no tengo más ayuda que mis dos manos -explicó Bressal.

– A mí no me importa bañarme en agua fría -dijo Eadulf enseguida-. Estoy seguro de que a Archú no le importará un baño tibio.

El joven se mostró dubitativo y se encogió de hombros.

Fidelma hizo una mueca de desaprobación. Ella creía en el ritual de purificación.

– Scoth y yo ayudaremos a Bressal a calentar el agua para nuestros baños -se ofreció Fidelma-. Vos podéis hacer lo que os plazca -añadió lanzando una mirada de reprobación a Eadulf.

Bressal extendió sus brazos como disculpándose.

– Lamento la molestia, hermana. Venid, os mostraré el camino hacia la casa de baños. Para vos, hermano, hay un riachuelo que corre junto al hostal. Podéis llevaros una lámpara, si os queréis bañar allí.

Archú cogió una lámpara, aunque parecía algo renuente después de haber oído dónde estaba situada la casa de baños.

– Yo llevaré la lámpara -se ofreció.

Eadulf le dio un golpecito en el hombro.

– Vamos, hermanito -le animó-. Un baño frío nunca le ha hecho mal a nadie.

Finalmente, al cabo de una hora se sentaron a comer. El caldo era de copos de avena y puerros, aderezados con algunas hierbas. Y después había trucha, pescada en el riachuelo, servida con pan recién horneado y mead dulcificada con miel. Bressal no era un cocinero novato.

Mantuvo una conversación animada mientras los iba sirviendo, dando cuenta de noticias del lugar. Pero quedó claro que estaba aislado y seguramente todavía no se había enterado del asesinato del jefe de Araglin, de lo que le informó el joven Archú, deseoso de hacerse con una nueva posición como hombre de cierto estatus de Araglin.

– ¿Somos los únicos viajeros esta noche? -preguntó Fidelma en un momento de calma de la conversación.

Bressal hizo una mueca.

– Sois los únicos viajeros que se han detenido aquí en la última semana. No son muchos los que circulan por este camino hacia Araglin.

– ¿Entonces tiene que haber otras rutas?

– Desde luego, hay otra. Un camino que va desde el este del valle hacia el sur, hacia Lios Mhór, Ard Mór y Dún Garbháin. Esta ruta sólo se une al gran camino que va en dirección norte, hacia Cashel, o sur, hacia Lios Mhór. ¿Por qué me preguntáis eso, hermana? -inquirió el posadero con una chispa de curiosidad en la mirada.

Archú tenía el ceño fruncido.

– Me dijeron que ésta era la única ruta hacia Lios Mhór.

– ¿Quién os lo dijo? -quiso saber el posadero.

– El padre Gormán de Araglin.

– Bueno, la ruta este es la más rápida hacia Lios Mhór -insistió Bressal-. Él debería saberlo.

Fidelma decidió cambiar de tema y señaló la colección de rocas que había sobre la mesa.

– Allí tenéis una curiosa colección de adornos, amigo.

Bressal se mostró despectivo.

– No es mía. Yo no los colecciono. Mi hermano Morna es minero, trabaja en las minas que están al oeste, en la Llanura de los Minerales. Recogió estas rocas mientras trabajaba. Yo se las guardo.

Fidelma se mostró muy interesada por las rocas, las cogió y les fue dando vueltas en sus manos.

– Son muy intrigantes.

– Morna lleva años coleccionándolas. Vino aquí hace tan sólo un par de días, lleno de entusiasmo, decía que había descubierto algo que iba a hacerlo rico. Llevaba una roca. Cómo una roca va a hacerlo rico, eso no lo sé. Pasó una noche aquí y se marchó al día siguiente.