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– Es un placer.

– Y, por supuesto, no he olvidado a la inspectora. -Los azules ojos del embajador se posaron sobre Hulan-. Debo confesar que no esperaba volver a verla.

– Las cosas no salen siempre como queremos -admitió Hulan. El embajador pareció desconcertado, pero al punto dejó escapar una estridente carcajada.

– Tiene usted sentido del humor. Bien -dijo, señalando un sofá de piel roja-. Por favor, pónganse cómodos. ¿Phil? -llamó-. ¿Dónde está Phil? ¿Phil?

El ayudante asomó la cabeza por la puerta.

– ¿Señor?

– Creo que nos vendría bien un café, ¿o prefiere usted té?

– Café, gracias -musitó Hulan.

– Café, pues, Phil. -El embajador se sentó frente a ellos en un sillón de orejas de piel roja a juego con el sofá. Sonrió y luego se dirigió a su compatriota-. ¿Qué puedo hacer por usted?

– Ante todo -empezó David-, permítame decirle que lamento mucho la pérdida de su hijo. Comprendo que no debe de ser fácil hablar de ello. -El embajador guardó silencio con mirada distante. David prosiguió-. La inspectora Liu me ha dado muchos detalles de la muerte de su hijo. Como supongo que usted ya sabe, son extraordinariamente similares a los que hallamos en el caso del hijo de Guang Mingyun.

– No pude ayudar a la inspectora en su momento. No veo cómo puedo ser de ayuda ahora.

– Si quisiera usted contestar a unas cuantas preguntas… El embajador exhaló un suspiro.

– Adelante.

– Conocía usted a Guang Henglai?

– No nos habíamos visto jamás.

– Sin embargo -le interrumpió Hulan-, he visto por las fotografías que sí conoce a su padre.

– ¿Cómo podría desarrollar mi trabajo en Pekín y no conocer al estimado señor Guang?

– ¿Pero está seguro de que no vio jamás a su hijo?

– Inspectora, no creo que necesite recordarle que usted y yo tuvimos nuestras diferencias. Cuando respondo a una pregunta, no debe esperar nada más que la verdad de mí, como persona y como embajador de mi país. Ya he dicho que no conocía a Guang Henglai y ésa sigue siendo mi respuesta.

– Quizá pueda decirnos algo sobre su hijo -sugirió David tras un embarazoso silencio. El embajador se encogió de hombros.

– Cómo puede un padre describir a su único hijo? Billy era un buen chico. Naturalmente, se vio envuelto en las típicas riñas de instituto, pero, señor Stark, estoy convencido de que tanto usted como yo tuvimos la misma clase de problemas.

– Tengo entendido que estudiaba en la universidad.

– Me nombraron para este cargo justamente cuando Billy se graduó en el instituto. Él decidió, y Elizabeth y yo estuvimos de acuerdo, que debería tomarse un año libre para venir aquí. ¿Qué mejor educación para un joven que un año en el extranjero? Pero después de ese año creí que sería mejor que Billy iniciara su educación universitaria. No quería que se retrasara excesivamente con respecto a sus compañeros. Le admitieron en la Universidad del Sur de California.

– ¿Qué estudiaba? -preguntó Hulan.

– No debe de tener usted demasiado contacto con jóvenes estadounidenses. Estudian lo que quieren.

– ¿No sabe qué estudiaba? -insistió Hulan.

– ¡Acabo de responderle! ¡Si piensa preguntarme dos veces cada cosa nos pasaremos aquí todo el día!

Esta vez fue la entrada de Phil Firestone la que rompió la embarazosa pausa en la conversación. El ayudante del embajador se hizo cargo de la situación con diplomática destreza.

– Aquí tienen -dijo animadamente, depositando una bandeja de plata sobre la mesa-. Café, azúcar y crema. Señor Stark, seguramente no sabe usted lo difícil que es encontrar auténtica crema para el café en Pekín. Es un auténtico lujo.

– Eso es todo, Phil. Gracias.

– Sí, señor -dijo Phil, cambiando de registro-. Llámeme si necesitan algo más. -Y se fue.

– Embajador, voy a ser franco -dijo David-. Me sorprende su hostilidad. Sin duda habrá aceptado usted ya el hecho de que su hijo fue asesinado. Nosotros no hacemos más que intentar descubrir por qué y cómo, y lo que es más importante, quién lo hizo.

– Sí, lo sé.

– Por favor, intente responder a las preguntas de la inspectora.

– No sé qué estudiaba mi hijo. Estudiaba en la USC. Vivía en una residencia para estudiantes. Sólo venía a casa por vacaciones. Supongo que Elizabeth y yo pensábamos que era más importante que Billy pareciera feliz que saber qué asignaturas estudiaba.

– Muy justo. Así pues, ¿con qué frecuencia veían a su hijo?

– Venía a pasar las vacaciones invernales y parte del verano. -El embajador miró a Hulan con una leve inclinación de cabeza-.

Como usted sabe, el verano en Pekín puede ser horrible.

– ¿Traía amigos a casa?

– ¿Se refiere de California, durante las vacaciones? No, nunca.

– ¿Solía salir con alguna persona en particular cuando estaba aquí? -preguntó David.

– No lo sé. No lo creo.

– ¿Qué le gustaba hacer en Pekín?

– Detesto admitirlo, pero no lo sé. Soy un hombre terriblemente ocupado. Cuando Billy estaba aquí, dormía hasta tarde. Cuando se levantaba, seguramente yo ya estaba en mi tercera reunión del día. Por lo general, cuando yo volvía a mi residencia, él había salido ya.

– ¿Adónde iba? ¿Con quién?

– Señor Stark, sencillamente no lo sé. Era un universitario. No creía que fuera correcto interrogarle sobre sus actividades.

– Quizá la señora Watson sepa algo más -sugirió David.

– ¿La señora Watson? -El nombre quedó como suspendido en el aire-. Sí, mi mujer. Quizá ella pueda ayudarles.

– ¿Podemos verla?

– Está en la residencia -dijo él con tono vacilante.

– ¿Pero?

– Créame, tengo más interés que nadie en que se encuentre al asesino de Billy, pero Elizabeth está… ¿cómo decirlo? La muerte de Billy ha supuesto un terrible golpe para ella. No quiero que sufra más. Supongo que ustedes lo comprenderán. ¿Podrían darme un par de días y dejarme hablar con ella primero?

David se volvió hacia Hulan, que se había mantenido notablemente callada desde el primer estallido de Bill Watson. Hacía muchos años que David no veía a Hulan, pero aún podía reconocer la mirada de furia que acechaba tras su plácida fisonomía.

– ¿Inspectora Liu? -dijo David, esperando que ella supiera dominarse.

Hulan accedió con una breve inclinación de la cabeza. La expresión preocupada del embajador Watson se convirtió en franca sonrisa.

– Bien -dijo asintiendo enérgicamente. Se levantó y tendió la mano a David-. Haré que Phil le llame en un par de días.

Tan pronto estuvieron en el asiento de atrás del Saab, la cólera de Hulan se impuso sobre su prudencia. Sabía que Peter les escuchaba, pero sus emociones pudieron más que ella.

– No necesito que me proteja.

– ¿Protegerla? No la estaba protegiendo.

Delante, Peter era todo oídos.

– ¡Adelante!

– ¿Hacia dónde?

– Las oficinas de China Land and Economics Corporation. Sin decir una palabra, Peter dio marcha atrás y salió del complejo.

Hulan no quería mirar a David. Cuando le habló, lo hizo en voz baja y con tono amargo.

– Ha intentado protegerme en todo momento.

– No he hecho nada parecido.

– ¡Interrumpió mi interrogatorio!

– Quizá, pero piense en una cosa. Usted no le gusta. No pensaba contestar a sus preguntas. ¿A qué cree que es debido?

Hulan se volvió hacia él y David vio la tirantez de su expresión al contestar.

– Este es mi caso y mi país.

– Sí, bueno, no es que quiera amargarle el día ni nada parecido, pero lo cierto es que no ha conseguido gran cosa. De hecho, el embajador ni siquiera la habría recibido de no ser por mí.

– Sabe por qué le detesto, David Stark? Porque discute como un abogado.

– Soy abogado, y usted también.

Hulan volvió la cabeza hacia el otro lado.

– Supongo que ésta es nuestra primera pelea -dijo David, pensativo, y añadió, al ver que ella no decía nada-: Aunque creo que en realidad no es la primera…

Hulan se volvió para mirarlo de repente, pero esta vez, en lugar de ira, David vio en su rostro la misma cautela que el día anterior en el Ministerio de Seguridad Pública. Hulan le señaló la nuca de Peter con la mirada.

– Claro está que en mi país -continuó David animadamente-, los colegas como nosotros siempre tienen desavenencias. Forma parte de las investigaciones, de los juicios. Aquí nos encontramos en circunstancias poco habituales. Creo que sería mejor que intentáramos respetar nuestros diferentes métodos y trabajar juntos.

– Efectivamente.

– Dígame, inspectora Liu, ¿ha cambiado en algo el embajador desde que lo vio por última vez?