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– Yo no diría que fue fácil. Diría que fue un accidente, y gracias a los accidentes se coge a los asesinos.

– Intenta verlo desde mi punto de vista -dijo Hulan, negando con la cabeza-. Hazte unas cuantas preguntas. ¿Por qué me han dado este caso? ¿Por qué te pidieron a ti que vinieras?

– Tú ya tenías este caso…

– iNo! Me asignaron la muerte de Billy Watson. Apenas había iniciado la investigación cuando me apartaron de ella, y no tuve nada que ver con la desaparición de Guang Henglai. Todo lo que sabía sobre ese caso era lo que había visto en los periódicos o en la televisión.

– Pero sigue siendo lógico. Los asesinatos están relacionados. En cuanto a mí, ¿a qué otro iban a pedírselo?

– No lo entiendes. No eres consciente de lo que ves.

– Muy bien, ¿qué es lo que no entiendo?

Hulan suspiró.

– Guang Mingyun es un hombre poderoso…

– Lo sé -dijo él, impacientándose.

– No hablo sólo de dinero.

– Eso es lo que intentaba decirte. Guang Mingyun también tiene conexiones con Estados Unidos. No me digas que no te parece sospechoso que sea dueño del banco donde Ave Fénix guarda su dinero.

– Sospechoso quizá. Concluyente, desde luego que no. Y además, no es eso a lo que me refiero. -Hulan se preguntó hasta dónde podría llegar su sinceridad, y decidió seguir-. El tipo de poder que él tiene puede resultar peligroso en este país.

– El poder corrompe.

– Es más que eso, David. Él puede hacer que ocurran cosas. Tiene importantes vínculos con el ejército, lo que hace de él un hombre muy influyente en nuestro gobierno.

– ¿Adónde quieres llegar?

– Te lo repito. No eres consciente de lo que ves.

– Pues explícamelo -dijo David, recostándose en el banco.

– En China nos ocultamos tras la etiqueta y los formulismos. Incluso en estas extraordinarias circunstancias, lo normal hubiera sido que yo tuviera que pasar por varios niveles de burocracia para poder ver a Guang personalmente. ¿Te has fijado en que nos ha preguntado inmediatamente si queríamos té? Guang no se ha conformado con mi negativa cortés. Ha seguido insistiendo para que nos lo tomáramos. ¿Lo recuerdas?

David asintió. En aquel momento no le había dado importancia.

– Cuando más se prolonga el ritual, mayor es el honor que se otorga al invitado, que, a su vez, se refleja en el anfitrión. Y a la inversa, al no ofrecerte nada, el viceministro te ha insultado.

– No me he dado cuenta.

– Lo sé -dijo Hulan con una sonrisa-, y estoy segura de que eso no le ha gustado lo más mínimo.

– Entonces, todo eso del té, ¿qué te dice?

– Me dice que Guang no nos pone ningún impedimento. Quiere que hagamos preguntas. No estaríamos aquí de no ser por él.

– Supongo que he metido la pata -dijo él después de unos segundos.

– No es culpa tuya, David.

– Entonces -dijo él, tras reflexionar-, ¿qué le has dicho cuando le has hablado en chino?

– Me he disculpado en tu nombre.

– Así pues, ha pasado algo más que yo no he sabido ver. Ella asintió lentamente.

– Cuando nos marchábamos, me ha preguntado por mi padre.

– ¿Y?

– Yo le he preguntado en qué provincia tiene sus empresas.

– Sichuan, ¿no?

– Mi padre estuvo preso en un campo de trabajos forzados en la provincia de Sichuan durante la Revolución Cultural. Es parte de su misterio. Creo que estuvo en el Campo de Reforma Pitao con mi padre. Debieron conocerse entonces.

– Sigo sin ver el problema.

– Yo no sabía que mi padre y Guang Mingyun se conocían.

– Entonces por qué te lo ha dicho?

– Era una especie de código, como el té. Era como si me hubiera dicho: «Nuestra relación es más profunda de lo que parece.» Pero lo extraño es que yo no supiera nada.

– Así que también él oculta algo.

– Todo el mundo en este país oculta algo -se encogió de hombros- incluso el embajador Watson.

– No cambies de tema -dijo él. La miró a los ojos y esperó.

– De acuerdo -dijo ella al fin, con una carcajada-, yo también metí la pata con él, pero hay algo en ese hombre que no me gusta. No confío en él.

– No nos dijo la verdad, como sabemos, pero ¿y qué? Él mismo dijo que es un hombre muy ocupado. Prácticamente confesó que no era un buen padre. Escucha, estoy seguro de que mi propio padre no hubiera podido darte los nombres de mis amigos de la universidad. -David se interrumpió, estaba harto de aquella conversación-. ¿No puedes olvidar a Billy Watson y a Guang Henglai un momento? -Hulan se volvió lentamente hacia él. Unos mechones de pelo habían escapado al pañuelo y se agitaban suavemente sobre la cara. Dios, qué hermosa era, pensó David-. ¿Qué hay de nosotros?

– Tienes que olvidarlo -dijo ella con tono monocorde.

– No puedo.

– Estás casado.

– Cómo lo sabes? -preguntó él, sorprendido.

– Hicieron un informe sobre ti. Lo leí.

– Bueno, pues déjame que te diga una cosa -replicó acalorada-mente-. Ellos, quienesquiera que sean, se equivocaron. Estoy divorciado.

Hulan miró hacia el lago.

– No importa.

– Nunca he dejado de amarte. -David acarició suavemente su mejilla. La piel de Hulan enrojeció al tacto.

– Todo eso fue hace mucho tiempo. Yo lo he olvidado -mintió ella-. Pronto volverás a Estados Unidos. Volverás a tu vida y yo a la mía. Los que nos vigilan se equivocan si piensan lo contrario. Vamos. Tenemos que volver antes de que nos encuentre Peter.

Pero en lugar de retomar sus pasos, Hulan lo condujo al interior del parque.

David aguardaba a que ella hablara, pero acabó rompiendo el silencio.

– No sé por qué me dejaste de aquella manera.

– Tú sabes por qué me fui. Mi padre me escribió para decirme que mi madre me necesitaba con urgencia. Hablamos de ello, David. ¿No lo recuerdas?

– Hablamos de que los dos iríamos a China -le corrigió él.

– Eso era imposible.

– ¿Por qué?

– Tú creías que serían unas vacaciones, pero yo sabía que tendría que hacer de enfermera, y no vi razón alguna para que vinieras.

– Eso lo comprendí. Luego acordamos que estarías fuera una o dos semanas.

– Eso es cierto.

– Pero no es lo que sucedió -dijo él con calma. Quería sacarle la verdad, pero temía asustarla y que no quisiera hablar. Hulan había sido siempre reservada, y él siempre había intentado penetrar su reserva, conseguir que al fin confiara en él.

– Mi madre estaba más enferma de lo que pensaba.

– No me llamaste -insistió él.

– Te escribí. Te lo conté.

– Eso es cierto. Al cabo de un mes recibí aquella carta en la que decías que me amabas y que tu familia te necesitaba. ¿Cómo iba yo a pensar por esas pocas palabras que no pensabas volver? -Vaciló, recordando las discusiones que había tenido con Jean a lo largo de los años sobre sus carencias. Había llegado a creer que Hulan le había dejado por las mismas razones. Finalmente dijo-: Durante años me pregunté por qué me habías dejado. Yo era muy ambicioso. Me habían hecho asociado en el bufete, trabajaba dieciocho horas al día, y a veces estaba fuera de la ciudad durante semanas. Tú solías decir que no estaba siendo fiel a mis ideales. Ahora sé cuáles eran mis defectos, pero entonces me consideraba el vivo ejemplo de la rectitud moral.

– No tuvo nada que ver con eso. Mi madre estaba enferma. Eso fue todo.

A medida que los recuerdos se agolpaban en su cabeza, David se sentía menos inclinado a escucharla.

– Empecé a pensar que no estabas en China. Sí, te habías ido con esa excusa, pero, ¿estabas realmente aquí? Al fin y al cabo, no habías hablado nunca de tu familia. No hablabas nunca de Pekín. ¿Recuerdas el viaje que hicimos a Grecia?

David la vio asentir con la cabeza e intentó leer sus pensamientos escudriñando sus ojos.

– Te acuerdas de aquel día en el Partenón? -preguntó-. Estaba leyendo la historia de Atenea en una guía, de la diosa que había surgido, ya mujer, de la cabeza de Zeus, y dije que tú eras igual. No me hablaste durante el resto del día. Lo mismo pasaba siempre que hacía alguna referencia a tu pasado o tu familia. No te gustaba hablar de ellos ni de China. Así que, cuando me dijiste que habías vuelto con tu familia, no me lo creí. Pensé que sencillamente te habías fugado con otro hombre.

Hulan se detuvo e impulsivamente le aferró la mano, para dejarla caer con la misma rapidez.

– ¿Cómo pudiste pensar eso?

– Porque intentaba echarle la culpa a cualquiera que no fuera yo, porque me atormentaba la idea de que había hecho algo que te había alejado de mí. Me consideraba responsable. Todas las veces que intentaba hablar sobre tu pasado… «Háblame de tu padre», te decía yo, y tú contestabas: «Está en un campo de trabajo.» Te pedía: «Háblame de tu madre», y tú siempre me acusabas de que te estaba interrogando. «No soy la acusada en un juicio, David. No soy culpable de nada. No me trates como a uno de tus testigos.» Y después desapareciste. ¿Cuántas cartas te escribí? Nunca me contestaste. Eso estuvo mal, Hulan.