– Por qué te pusieron tus padres el nombre de alguien que tuvo un final tan triste?
– Ellos no lo veían así -respondió ella-. Me pusieron su nombre porque se mantuvo firme en las situaciones más peligrosas y comprometidas. Era leal y comprensiva. Cuando yo nací, mis padres vieron un gran futuro para ellos y para mí en la nueva China. Esperaban que yo tuviera el celo de Liu Hulan y su voluntad de hierro. Temo que, en todo caso, he sobrepasado sus expectativas de un modo que aún me avergüenza.
Antes de que David pudiera preguntarle qué quería decir, Hulan se había dado la vuelta y caminaba por el pasillo. Se detuvo delante del apartamento de Cao Hua. La puerta estaba entornada.
– Ni hao, Cao Xiansheng. ¿Ni zai ma? -dijo Hulan, alzando la voz. No recibió respuesta.
Empujó la puerta con el cañón de su pistola y la abrió lentamente. Antes de que David pudiera reaccionar al ver el arma, ella volvió a alzar la voz preguntando si el señor Cao estaba en casa. De nuevo, sólo hubo silencio. Desde donde se hallaban, Hulan y David sólo podían ver un vestíbulo de mármol y cristal idéntico al del apartamento de Guang Henglai. Hasta ellos llegó un incongruente hedor a mofeta, tierra mojada y herrumbre.
– ¿No necesitamos una orden de registro o algo parecido? -preguntó David cuando Hulan traspasó el umbral de la puerta.
– Quédate aquí -replicó ella, sin hacer caso de la pregunta.
Por supuesto, David la siguió. Sus pasos resonaron extrañamente cuando cruzaron el vestíbulo en dirección a la sala de estar. Hulan lo vio primero y retrocedió instintivamente, dando de espaldas contra David. Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Por un instante, David interpretó su acción como una muestra de afecto, pero cuando ella levantó la cabeza para mirarlo, vio que el color había huido de sus mejillas.
– Por favor -dijo ella con voz trémula-. Ve a buscar a Peter. No entres. -Respiro profundamente para darse ánimos antes de entrar en el salón.
De nuevo, David la siguió.
En contraste con la extravagancia del apartamento de Guang Henglai, la sala de estar de Cao Hua estaba amueblada con estilo espartano: un sofá, una mesita y un par de cuadros. Aquella escasa decoración realzó aún más la macabra escena que aparecía ante sus ojos. Un arco de sangre había salpicado la pared. El cuerpo (ella supuso que era el de Cao) estaba sentado en la alfombra bajo la roja salpicadura y sobre un charco de sangre húmeda. Tenía la cabeza grotescamente deformada. Le habían golpeado con algo lo bastante duro como para abrirle el cráneo como si fuera un melón maduro. Pero el asesino no se había detenido ahí. Había apoyado el cuerpo de Cao contra la pared, con la cabeza echa papilla en un ángulo inverosímil. Le había estirado las piernas y había colocado decorosamente las manos a los costados con las palmas hacia arriba. Luego el asesino había rajado al señor Cao del esternón al pubis. Le había sacado los intestinos y los había dispuesto artísticamente en el suelo en el centro mismo del salón.
Hulan observó todo esto en una fracción de segundo. Luego su atención se desvió hacia David, que se había doblado sobre sí mismo, con la cabeza gacha y las manos en las rodillas, y respiraba entrecortadamente, mascullando frases.
– David, te había dicho que no entraras.
– ¿Qué han hecho?
– Vamos fuera.
– ¡No! Estoy bien. -Se enderezó poco a poco. Cuando volvió a contemplar la escena, exhaló el aire emitiendo algo a medio camino entre un suspiro y un gemido. Hulan vio que contraía los músculos de la mandíbula y del cuello para contener el impulso de vomitar.
– David -dijo, poniendo una mano sobre su brazo-. Mírame. -Él volvió el rostro hacia ella, pero sus ojos no se apartaron del monstruoso espectáculo-. David -insistió Hulan bruscamente-. ¡Mírame! -Veía el horror en sus ojos-. Tienes que ir a buscar a Peter. Dile que necesitamos ayuda. Ve.
El se alejó tambaleándose. Hulan sabía que disponía apenas de unos minutos para examinar el cadáver a solas. Lentamente, rodeó la sangre y los intestinos. Se acercó a la pared y examinó la salpicadura de sangre. También estaba húmeda. Tuvo que reprimir la sensación de miedo al comprender que el asesino podía hallarse aún en el apartamento. Permaneció inmóvil, aguzando los sentidos. El apartamento estaba sumido en un silencio sepulcral. 0 bien el asesino estaba allí, aguardando vigilante, o bien acababa de irse, lo que significaba que aún podía estar en el edificio.
Con cuidado, pero también con celeridad, Hulan volvió sobre sus pasos, esperando llegar al pasillo e iniciar un registro, aunque suponía que era demasiado tarde. Cuando llegó a la puerta, David y Peter ya estaban allí. Peter empuñaba su pistola. Cuando vio los intestinos en el suelo, se le cortó la respiración.
– Aiyal -exclamó, lleno de asombro.
David contempló a Peter y a Hulan mientras éstos hablaban en chino. Parecían discutir. Peter no dejaba de señalar los intestinos, mientras Hulan asentía y hablaba serenamente en voz baja. David hizo un esfuerzo y volvió a mirar la masa grotesca mientras los otros hablaban. Finalmente, Peter se marchó con el mentón alzado en señal de disgusto.
– Hulan -dijo David, tan pronto como Peter salió-, creo que han hecho una especie de dibujo con los intestinos.
– Un dibujo no. Es un signo.
– ¿Un signo? ¿Qué significa?
– No hablemos de eso ahora. No tenemos mucho tiempo antes de que lleguen los otros.
– ¡No! ¡Quiero saberlo ahora! -Su tranquilidad le enfurecía-. No me tengas a oscuras. Dímelo.
– La lengua china…
– ¡No quiero una lección!
– La lengua china -empezó ella de nuevo- es muy compleja, y a los chinos les gustan los juegos de palabras. Por ejemplo, pez, yu, suena igual que prosperidad, por eso el pescado es uno de los platos festivos en el Año Nuevo chino. En los cuadros, a menudo aparece un jarrón o una botella, porque ping suena igual que paz o seguridad. De forma similar, el nombre de Deng Xiaoping significa «pequeña paz», pero suena igual que «pequeña botella». Cuando Deng volvió al poder, el pueblo envió un mensaje de apoyo al gobierno colocando botellas pequeñas alrededor de la ciudad.
Mientras la escuchaba, David recordó cuánto disfrutaba ella con la complejidad del chino. También recordó que a menudo usaba la pedantería para evadir sus preguntas incisivas. Hulan le puso una mano sobre el brazo.
– David, ¿me estás escuchando? ¿Te encuentras bien?
Al notar el calor de su mano y notar la preocupación en su tono de voz, David sonrió débilmente.
– Estoy bien. Sigue.
– El asesino ha usado un doble significado. Intestinos es chang, que suena igual que sabor. El asesino ha escrito el ideograma para sabor con los intestinos. Es un mensaje, una advertencia para nosotros. Creo que el asesino quiere que lo «saboreemos» como muestra de lo que nos aguarda.
Uno junto al otro, tocándose, contemplaron la sangrienta caligrafía.
Pronto llegó la policía y también el patólogo Fong. Hicieron su trabajo: precintaron la escena del crimen, examinaron el cadáver, hicieron fotografías y entrevistaron a los vecinos; todo ello entre animadas exclamaciones a propósito del mensaje intestinal. Mientras trabajaban, David y Hulan registraron el apartamento.
Hulan supuso que el asesino sabía que iban a ir allí y que se había enfrascado tanto en la creación de su obra de arte que no había tenido tiempo para eliminar pruebas. Abrió cajones y encontró varias libretas de banco y un pasaporte. Abrió la nevera y encontró tan sólo unos cuantos remedios de hierbas Giant Panda Brand; abrió el armario y encontró una caja de camisetas para turistas confeccionadas por la Gloriosa Compañía del Algodón. David intentó observar la escena como sus amigos agentes del FBI le habían dicho. Ciertamente el modus operandi era distinto al de los otros dos asesinatos, pero era evidente que se había creado un decorado. Como había predicho Noel Gardner, el asesino no sólo alardeaba de su trabajo, sino también de conocer los movimientos de Hulan y de David. Se encontraron en la cocina.
– Mira esto, David -dijo ella, tendiéndole el pasaporte y las libretas de banco que había encontrado. Cuando él abrió el pasaporte, añadió-Viajaba a Los Angeles una vez al mes aproximadamente.
– Igual que Henglai.
– En efecto. Y fíjate en las libretas de banco. No llevo las de Henglai encima, pero, ¿no son estos depósitos iguales que los suyos?
David hojeó las libretas y le pareció que estaba en lo cierto.
– ¿Por qué está todo este dinero en Los Angeles?