Hulan pareció azorarse.
– Sabemos ahora que las vidas de los dos chicos estaban definitivamente entrelazadas-se apresuró a añadir-. Cao Hua era mi última esperanza de conseguir información libremente. Si queremos obtener más tendremos que usar métodos alternativos.
– Pero los príncipes no están acostumbrados a ellos -señaló Zai.
– Lo sé, por eso hemos venido a verle. ¿Quiere el Ministerio que vuelva a hablar con los Gaogan Zidi? ¿Quiere que volvamos a ver al embajador americano?
– Consideremos la cuestión del dinero -sugirió Zai, volviéndose hacia David-. Los delitos financieros son un fenómeno nuevo en China, por lo que no siempre sabemos distinguirlos con la necesaria diligencia. Podemos ponernos en contacto con el Banco de China, que es el principal banco comercial de nuestro país. Estoy seguro de que sus funcionarios cooperarán y nos darán detalles sobre las cuentas que nos interesan.
– ¿No necesitan un mandamiento judicial? -preguntó David por segunda vez aquel día.
– El banco pertenece al Estado -dijo Zai con realismo-. Tenemos derecho a esa información.
– Además, aquí no existen los mandamientos judiciales -añadió Hulan.
– Pero me preocupa menos lo que podamos encontrar en las cuentas de aquí -continuó Zai- que saber a dónde iba a parar el dinero cuando abandonaba nuestro país. ¿Podría ser que estuvieran jugando con las cotizaciones en Bolsa?
– Para eso habrían de tener conexiones en el banco -dijo Hulan, escéptica.
– Tiene razón. No creo que fuera posible. Habría demasiada gente vigilando, serían demasiados los sellos oficiales que habrían de obtener. No podrían moverse con la rapidez suficiente.
– Y ese tipo de corrupción implica la pena capital -le recordó Hulan.
– No creo que el asesino tema las consecuencias. Eso es lo que preocupa.
– ¿Porqué?
– ¿Por qué? -Su tono denotó sorpresa-. Alguien está ganando mucho dinero. Quién, no lo sabemos, pero ya se han cometido tres asesinatos, inspectora. La cuestión no es con quién va a entrevistarse a continuación, sino si debería continuar. Esos asesinatos son terribles, pero usted ha hecho cuanto estaba en su mano, En cuanto al fiscal Stark, es abogado, no investigador. Ha venido a China para ayudarnos, y lo ha hecho. Pero quizá debamos aceptar el hecho de que el asesino es demasiado listo para nosotros. Seguramente es un miembro de las tríadas, demasiado inteligente, demasiado escurridizo.
– No he hecho un viaje tan largo para irme de balde -le interrumpió David.
– El asesino ha tenido la cortesía de enviarles a usted y a la inspectora Liu una advertencia. No creo que la próxima vez se limite a avisarles.
– Tiene razón. Sólo soy abogado, no investigador profesional, pero una cosa sí sé: comete usted un error al querer abandonar esta investigación.
– ¿Qué haría usted, señor Stark? -preguntó Zai tras una breve reflexión.
– Por sus pasaportes sabemos que Cao y Guang realizaban viajes periódicos a Los Angeles. También sabemos que tenían grandes sumas de dinero allí. Quiero saber por qué, y quiero saber que participación tenia Billy en ese asunto. Creo que si seguimos la pista del dinero, la vida y la muerte de esos tres acabará aclarándose.
– Seguir la pista del dinero -dijo Zai pensativamente-. Sí, tiene usted razón. Eso es exactamente lo que deben hacer.
– Pero eso significa viajar hasta California -dijo Hulan.
– Cierto, pero así se quitarían de en medio. Creo que ambos estarían seguros allí. Acompáñenme -dijo, levantándose-. Tenemos que hablar con el viceministro.
Mientras Zai y Hulan describían los pormenores del caso, el enjuto viceministro se limitaba a escuchar, fumando un cigarrillo y tomando notas. Cuando terminaron, el silencio se adueñó de la habitación. El humo del Marlboro del viceministro arremolinó en torno a su rostro. Dio unos golpecitos sobre su cuaderno de notas hasta que por fin habló con tono tenso.
– Pueden marcharse.
– Rogamos al viceministro que considere toda esta información -dijo Zai, y por primera vez David oyó su tono de súplica.
– Digo que ella puede marcharse. A América -explicó Liu-. Confío en usted, jefe de sección Zai, para que realice los trámites necesarios rápidamente. Cuanto antes se cierre este caso, mejor para nuestros dos países.
Cuando los tres abandonaron despacho, Zai susurró a
Hulan:
– Tu padre sabe lo que juegas.
Hulan echó una ojeada a David, que la miraba con asombro. No había habido nada en la conversación, fuera en palabras o en emociones, que dejara traslucir una relación íntima, y mucho menos de padre e hija.
– ¿Qué diablos significa esto? -preguntó David, agarrando a Hulan por el hombro para obligarla a encararse con él. Zai siguió andando sin mirarlos-. ¿Por qué no me lo habías dicho?
– No significa nada. El no significa nada. No tiene nada que ver con esto -insistió ella.
David meneó la cabeza con un fuerte sentimiento de frustración. Había creído que empezaba a comprender las intricadas relaciones familiares y sociales implicadas en aquel caso. Ahora comprendía, una vez más, que no comprendía nada. Cogió a Hulan del brazo v se apresuró a alcanzar a Zai.
Aquella noche, cuando Liu Hulan volvió al hutong, se dirigió a la vivienda de la directora del Comité del Barrio, Zhang Junying. Hulan comunicó a su vieja amiga y observadora que estaría fuera unos días, pero a Zhang Junying ya se lo habían hecho saber. Se ofreció para ir al complejo Liu y llevarse los alimentos perecederos.
– Desperdiciar comida es burlarse de la sangre y el sudor de los campesinos -dijo la vieja más tarde, cacareando como una gallina, cuando Hulan le entregó una bolsa de fruta y verduras. Cuando Hulan la acompañó hasta la verja del complejo Liu, la vieja la cogió del brazo y se lo apretó con fuerza. Los ojos de la señora Zhang se llenaron de lágrimas-. Siempre hemos tenido una relación estrecha con su familia. En el pasado ocurrieron cosas, no lo niego, pero siempre he respetado a la familia Liu.
– No se preocupe -dijo Hulan-. Volveré.
– ¿A tiempo para el Festival de Primavera? -preguntó la anciana con voz quejumbrosa.
– Lo prometo.
Hulan la contempló, embutida en un traje Mao acolchado de color guisante, alejarse cojeando por el callejón hasta desaparecer de la vista. Luego volvió a entrar en la casa. Sólo faltaban unos días para los primeros rituales del Festival de Primavera, la celebración del año nuevo lunar. Hulan dedicó unos minutos a preparar un altar para honrar a sus antepasados. Colocó unas cuantas naranjas en una bandeja, clavó unas varillas de incienso en un platillo de bronce lleno de arena, y luego dispuso unas cuantas fotos en marcadas y miniaturas de parientes fallecidos largo tiempo atrás, Hecho esto, preparó té y empezó a hacer las maletas. Por primera vez en muchos años, se permitió sentir un hondo pesar, incluso tristeza. Deseó que hubiera un modo de retroceder en el tiempo para reparar el daño causado, para dar un giro distinto a los acontecimientos.
Un golpe a la puerta interrumpió sus pensamientos. Hulan lo esperaba y abrió sin más. Él entró como solía, sin aguardar invitación, y se sentó en uno de los taburetes que rodeaban la mesa de la cocina. Tocó la tetera con la mano. Estaba caliente. Supo por el olor que Hulan había seleccionado su té preferido. Hulan sacó dos tazas de cerámica v se sentó frente a él, mientras éste servía. Allí, bajo la luz brillante que tenían sobre sus cabezas, Hulan vio la frialdad de sus ojos. Su voz, tan familiar, era dura e inclemente.
– Te vas mañana -dijo Zai-. Por supuesto ya has estado antes en América. Volviste cuando te lo pidieron. Esta vez, no te pediremos que vuelvas. Esperamos que vuelvas. ¿Comprendes?
– Sí.
– Es mi deber advertirte. Nuestro país ha recorrido un largo camino desde que te fuiste por primera vez. Ahora tenemos ojos y oídos en muchos sitios, no sólo en China. Si dices o haces algo que avergüence a nuestro país, nos enteraremos. Nos enteraremos si intentas ponerte en contacto con disidentes, periodistas u otros grupos que no respeten nuestro país como deben. Nos enteraremos si intentas desertar. Y desde luego nos enteraremos si intentas traicionar secretos de Estado.
– Yo no haría nada que perjudicara a China -afirmó ella.
– Liu Hulan, muchas personas te quieren. Tu madre, tu padre, ese David Stark… -Alzó una mano-. No intentes negarlo. Esa es tu debilidad. Tú lo sabes. Yo lo sé.
– Nunca he podido discutir contigo -admitió ella.
Zai no hizo caso de su comentario.
– Has sido muy afortunada. Has gozado de numerosas oportunidades. Siempre has tenido relaciones importantes. Has tenido amigos que se han preocupado por tu seguridad. Pero esta situación es diferente. Un movimiento en falso y podrías perder tu permiso de residencia. Podrían poner una nota en tu expediente personal. Podrían enviarte al campo. Podrías decirle adiós al mundo y pasar el resto de tus días como campesina. Podrías morir convertida en una vieja encorvada a los cincuenta años, sin marido, sin hijos, sin familia. -Bebió un último sorbo de té y se levantó. Apoyó una mano en el hombro de Hulan-. Espero que recuerdes esta conversación durante el viaje. Adiós, Hulan.