2 de febrero, Los Angeles
Cuatro días después de su viaje a China, David se hallaba de vuelta en el aeropuerto internacional de Pekín. Cuatro días los sentidos de David no se habían adaptado aún a aquella extraña terminal. La luz seguía siendo increíblemente tenue. Las salas, pintadas de un tono verde apagado, eran frías, como de costumbre, y el aire estaba impregnado del olor a pañales y fideos. En el área de salida de viajeros, unos pequeños quioscos ofrecían revistas, golosinas, cigarrillos y recuerdos de última hora: osos panda de peluche, palillos de jade baratos, pañuelos de seda. Allá donde posara la vista, como en todo Pekín, veía soldados, algunos de permiso y otros de vigilancia.
No le extrañó que no le permitieran dar una vuelta por el aeropuerto. Tuvo que aguardar con sus acompañantes en una de las salas de espera. El grupo estaba encabezado por el jefe de sección Zai, que habló sobre el deber de sus camaradas que viajaban a Estados Unidos.
– Hoy nos sentirnos orgullosos de usted, investigador Sun, por acompañar a la inspectora Liu Hulan a tierras lejanas. Confiamos en que allí hallarán el triunfo. Sus familias esperan su regreso victorioso.
Después esperaron durante dos horas a que se despejara la niebla; Zai y Sun fumaban cigarrillos Red Pagoda sin parar.
En el avión, David y Hulan se sentaron juntos. Peter se sentó en el otro lado del pasillo. Estaba exultante, sonriente, y parloteaba alegremente con su compañero de asiento.
Los agentes del MSP jamás viajaban solos al extranjero, explicó Hulan. Solían hacerlo en grupos de tres o cuatro. Pero dado que ella ya había regresado de Estados Unidos en una ocasión, el MSP sólo le había asignado a Peter para vigilarla. De modo que, una vez más, parecía que David y Hulan no iban a disfrutar de intimidad.
Durante las cinco horas de vuelo hasta Tokio, ambos hablaron en susurros sobre temas intrascendentes, conscientes siempre de que Peter se hallaba al otro lado del pasillo. En Tokio, Peter quiso ir a la tienda duty-free y los dejó vigilando las bolsas de mano y los abrigos. Tan pronto como desapareció entre la multitud, David cogió a Hulan de la mano. Se sentaron con la vista fija en la puerta de la tienda duty-free.
Durante la segunda parte del viaje, David compró una cerveza a Peter. El joven investigador picoteó la comida que le sirvieron y luego se recostó en el asiento para ver la primera película. Cuando Sun empezó a dormitar, la cabeza de Hulan ya había caído sobre el hombro de David, que pudo oler sus cabellos. Notaba también el calor de su brazo y su muslo a través de la ropa hasta llegar a la piel. Notaba el movimiento de su cuerpo al respirar. Era una sensación exquisita, prohibida y absolutamente maravillosa. También él cerró los ojos y se durmió. De este modo cruzaron el oceáno Pacífico y el meridiano de cambio horario.
Varias horas más tarde, David despertó con la impresión de que alguien lo observaba. Miró hacia el otro lado del pasillo y se encontró con los ojos severos de Peter. Empujó suavemente a Hulan con el hombro y ésta se apartó, dejando caer la cabeza hacia el otro lado. Peter asintió con rostro inexpresivo y volvió a mirar la pantalla de televisión que había en la parte delantera del avión.
La familiaridad del entorno empezó a causar efecto sobre David. Sobrevolaban el océano y empezaba una segunda película americana. Las azafatas americanas recorrían el pasillo pausadamente preguntando si alguien necesitaba alguna cosa y los fatigados pasajeros de la misma nacionalidad se desperezaban o se acurrucaban en sus asientos. De repente, David fue capaz de ver las cosas con mayor claridad. Comprendió que el hecho de haber hallado a Hulan después de tantos años había nublado su juicio. Como consecuencia, no había prestado la debida atención. Mientras caminaba por las bulliciosas y olorosas calles de Pekín, parecía haberse olvidado de su capacidad de observación, de análisis, de poner al descubierto el engaño.
– ¿En qué piensas? -le preguntó Hulan.
– Creía que estabas dormida.
– Y lo estaba. -Su mirada aturdida se fundió en una agradable sonrisa-. Creo que he notado que te despertabas. -Volvió a cogerle la mano bajo la manta-. Bueno, ¿en qué pensabas?
– En la fuerte impresión de que no he sabido dominar la situación en este caso.
– ¿Qué quieres decir?
– A ti te asignan el caso de Billy -empezó él-. Semanas después yo encuentro el cadáver de Henglai. Una coincidencia, ¿verdad?
– Verdad.
– Pero después de eso, todo parece perfectamente planeado. Un tal Patrick O'Kelly del Departamento de Estado viene a la oficina y me dice que los chinos solicitan mi presencia. Me da una invitación diplomática firmada por el jefe de sección Zai. Pero una vez en China, como tú misma señalaste, no hay recepción oficial, ni parece que nadie quisiera en realidad mi ayuda.
– Tampoco nadie quería la mía -le recordó Hulan.
– Pero tú misma puedes ver que nuestros gobiernos dicen una cosa, pero sus intenciones son muy distintas.
– Creo que vas demasiado lejos.
– Hay más. Yo no reaccioné demasiado bien cuando descubrí el cadáver de Guang Henglai. Bueno, era lo más normal. Pero creo que esa información, como tantas otras, se transmitió al asesino o asesinos, de modo que se esforzaron por crear el macabro espectáculo de Cao Hua. Alguien, en alguna parte, quería desarmarme, y lo consiguió. -Hizo una pausa, pensando en el modo de abordar su siguiente preocupación. Por fin, dijo-: ¿Cómo explicas el hecho de que nos asignaran este caso para trabajar juntos?
– Fue una coincidencia. Tú encontraste a Henglai.
– Lo siento, pero no puedo librarme de la sensación de que nuestro encuentro fue una estrategia tan meticulosamente diseñada como un movimiento en una partida de ajedrez. Alguien contaba con anular mi capacidad de raciocinio con tu presencia, con tu proximidad física, con el tacto de tu cabeza sobre mi hombro mientras duermes en este avión.
– Estoy segura de que saben lo nuestro. Ambos trabajamos para organizaciones gubernamentales. Tienen la obligación de conocer nuestra vida privada.
– Por qué no me dijiste que el viceministro Liu es tu padre? -preguntó él, mirándola a la cara. No le sorprendió ver que su expresión se volvía reservada.
– Creí que lo sabías. Al fin y al cabo tenemos el mismo apellido.
– Hulan…
– Creo que tienes razón, nos vigilaban -continuó ella-. Claro que yo ya te lo advertí. -Bajó la voz-. Peter nos espiaba. Espero que ahora me creas. Pero ¿crees que a ti también te vigilaban en Los Angeles?
David reflexionó. Podía presionarla o dejar que de momento se saliera con la suya. Decidió esto último.
– Creo que me han vigilado desde que subí a bordo del helicóptero que me llevó hasta el Peonía. ¿Cómo? Zhao, uno de los inmigrantes que había en el barco, dio a entender que la tripulación sabía que los guardacostas y el FBI estaban a punto de llegar. Pero piensa en una cosa. No es sólo Peter quien nos espía. El asesino sabía que íbamos a ver a Cao Hua.
– ¿Crees que topamos con el asesino durante nuestras entrevistas?
– Quizá. 0 quizá tenga un confidente.
– Hemos hablado con mucha gente. -Hulan sopesó las posibilidades-. Podría ser cualquiera de la Rumours Disco o de la Posada de la Tierra Negra.
– 0 Peter.
Ella echó un vistazo a su subordinado por encima del hombro de David. ¿Peter? ¿Podía ser tan corrupto?
– ¿Qué fue lo que me dijiste? -preguntó David-¿Que no hay, secretos en China? Lo que yo digo es que toda la gente con la que hablamos parecía saber que íbamos a verla. Así que, lógicamente, el asesino, o asesinos, sabía que nos presentaríamos en el apartamento de Cao cuando lo hicimos. -Suspiró-. Todo ello nos conduce de nuevo a la cuestión esenciaclass="underline" ¿Quién? Todo parece alejarnos cada vez más de las tríadas, pero sigo creyendo que todo lo que ha ocurrido ha sido orquestado por el Ave Fénix.
Al ver que Hulan meneaba la cabeza, añadió:
– Sé que te resistes a creer que estén involucrados, pero sólo ellos tendrían ojos oídos para obtener tanta información y para estar en tantos lugares al mismo tiempo.
– Cualquiera podría pagar por esas cosas. Sólo necesita di-