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– Es usted un héroe, señor Zhao. -David aclaró sus palabras para quien estuviera escuchando-. Con su ayuda salvamos muchas vidas en el barco. Yo siempre digo que quien es un héroe una vez, lo es para siempre. Espero que lo recuerde.

Zhao desvió la mirada. David no supo discernir si estaba avergonzado o asustado. Su conversación tuvo un brusco final cuan do se les acercó Hulan. Zhao se escabulló, y David y Hulan se fueron para reunirse con Noel Gardner y Peter Sun, con quienes debían encontrarse en la esquina de Broadway y College.

Para comer, Hulan quiso ir al Jardín de la Princesa, un restaurante dim sum al estilo de Hong Kong en un centro comercial de la calle Hill. El restaurante tenía cabida para unos quinientos comensales, por lo que el ambiente era animado; se charlaba y se gritaban pedidos a las camareras, que hacían su recorrido por entre las mesas empujando carritos cargados de diferentes pastelillos para el té. Pronto la mesa quedó cubierta por platos de fideos de arroz, brécol chino, que una camarera cortó diestramente con unas tijeras dentadas, pequeñas cazuelas de bambú llenas de trozos de cerdo a la barbacoa, albóndigas rellenas de gambas, y natillas. El investigador Sun manifestó que las albóndigas eran cien veces mejor que las que se cocinaban en cualquier restaurante de Pekín y casi tan buenas como las que se hacían en Guangzhou, de donde era su familia.

Durante la comida hablaron de lo que habían visto y descubierto hasta entonces.

– Siempre que mencionaba los nombres de Spencer Lee y Yingyee Lee -comentó Hulan-, de repente perdían la memoria. Así que creo que su información es correcta. Esos dos, si no están en lo más alto de la organización, desde luego están muy arriba. -Hulan sirvió brécol a David-. ¿No se han preguntado por qué he escogido este sitio?

– No quería presionarla -dijo David, dándole una palmada en el muslo bajo la mesa-. Sabía que me lo contaría cuando fuera el momento.

– Spencer Lee come en el VIP Harbor Seafood de Monterey Park los martes y jueves. Aquí viene los lunes, miércoles viernes.

– Y hoy es lunes.

– Estoy segura de que en este mismo momento nuestro señor Lee está esperando nuestra llegada en uno de los salones privados -Ladeó la cabeza y sonrió recatadamente.

David se maravilló por la facilidad con que ella había obtenido la información.

– La mayoría de la gente con la que hemos hablado hoy eran inmigrantes recientes -explicó ella-. Estoy segura de que adivinaron que soy del MSP.

– Seguro que nos vieron venir -dijo Noel, y Peter corroboró sus palabras asintiendo vigorosamente.

– Exacto -dijo Hulan, y se llevó una albóndiga a la boca. Tras unos segundos, dijo a David-: Ese hombre con el que hablaba sabía quién era yo.

– Zhao? ¿Cómo lo sabe?

– ¿No ha visto cómo ha reaccionado al acercarme? El y otros como él se fueron de China para alejarse de gente como nosotros, ¿eh, investigador Sun?

Peter asintió y siguió masticando.

– ¿Está hablando del mismo Zhao que nos ayudó en Terminal Island? -preguntó Noel.

– El mismo -confirmó David, y luego describió la situación de Zhao-. Me da lástima. No es ése el sueño americano que debía de imaginar.

– Eso es problema de los que vienen aquí -dijo Hulan con repentina severidad. Al ver que había atraído la atención de los demás, se corrigió-: Quiero decir que la gente se hace una idea de Estados Unidos, creen que aquí se solucionarán sus problemas, que se harán ricos. Pero en realidad no pueden dejar atrás su pasado, y el futuro para un inmigrante como Zhao es desolador, ¿no?

David movió los palillos en el pequeño cuenco de porcelana que contenta su porción de mostaza caliente y pasta de ají.

– Noel, ¿podría dejar lo que está haciendo con los bancos? Quisiera que usted y Peter vigilaran el lugar en que trabaja Zhao. ¿Es posible?

– Claro, pero ¿por qué?

– Quiero conocer la rutina diaria de Zhao. Quiero saber dónde meten a los inmigrantes por la noche. Quiero poder recoger a Zhao en cualquier momento.

– ¿Por qué?

– Porque él quiere ayudarme.

– Tiene mucha fe en ese Zhao -comentó Hulan.

– No sé por qué, pero es así.

– Sólo conseguirá causarle problemas -dijo ella-. Es consciente de ello, ¿verdad? «Quita la nieve de tu puerta y no te preocupes por la escarcha del tejado de tu vecino.» No debería meter las narices en asuntos ajenos.

Tan pronto como terminaron de comer, Noel y Peter se fueron para iniciar su vigilancia. Minutos más tarde, ella se dirigió a la entrada del restaurante seguida de David, giró por un pasillo y, sin llamar a la puerta, entró en un salón privado donde había un grupo de hombres de negocios comiendo. Hulan formuló unas cuantas preguntas en chino. Uno de los hombres respondió y Hulan se dirigió hacia el salón siguiente, donde otra docena de hombres trajeados se hallaban sentados en torno a una gran mesa redonda. La bandeja que había en el centro estaba llena de albóndigas surtidas, al vapor y fritas, así como de fideos, pato rustido y rodajas de medusa.

– Decir que la esperábamos no haría justicia en esta ocasión -dijo un hombre joven que llevaba unas pequeñas gafas oscuras.

– ¿Es usted Spencer Lee? -preguntó Hulan.

Él asintió y luego les indicó que se acercaran.

– Por fin nos conocemos, señor Stark -dijo Lee cordialmente-. Y usted, inspectora Liu, no nos es desconocida. Nos complace conocerla.

David se había pasado meses mirando el nombre de Spencer Lee en el gráfico de su despacho, pero jamás lo había visto en foto, ni siquiera había hablado con nadie que hubiera visto a Lee en persona. No se hallaba, pues, preparado ni para el saludo cordial de Lee ni para su exultante juventud. Lee parecía tener unos veintipocos y llevaba el pelo tan corto que se le veía el cuero cabelludo. Su traje de lino de color crema mostraba las arrugas de moda. A David le asombró que un hombre tan joven, y que sin duda llevaba poco tiempo en Estados Unidos, hubiera ascendido tan alto en la jerarquía de la tríada.

– Investigamos dos asesinatos -empezó Hulan.

– No sé qué podría tener eso que ver conmigo o con cualquiera de los que estamos en este salón. -Lee mostraba una actitud confiada, incluso chulesca.

– Esos asesinatos se cometieron en China…

– Bueno, si se cometieron en China, entonces realmente no son de nuestra incumbencia. No tengo por qué responder a sus preguntas.

– Yo no estaría tan seguro de eso -dijo David.

– No estamos en China, señor Stark. El MSP no tiene ningún poder aquí.

– Lo que digo es que yo no me preocuparía tanto por la señora Liu. -Tras esa amenaza velada, la atmósfera cambió-. Yo también tengo unas cuantas preguntas y espero que las conteste sin tonterías. ¿Entendido?

– ¿Necesito a mi abogado?

– No lo sé -dijo David-. ¿Lo necesita?

Lee echó la cabeza hacia atrás y rió. Al ver que nadie le imitaba, volvió a su anterior posición.

– ¿Qué puede decirnos del Peonía de China?

– No lo sé. ¿Qué es?

– Creía que lo había dejado todo claro. Esto no es un juego. Me he pasado toda la mañana contemplando la obra de su banda, y no me ha gustado. De hecho, estoy bastante cabreado. Así que, podemos hacer esto aquí, ahora, o puede venir a mi despacho.

Spencer Lee se limpió una pelusa inexistente de los pantalones de lino.

– El Peonía de China -dijo David tras tomar aliento- era un carguero que el Ave Fénix alquiló para introducir ilegalmente a unos quinientos inmigrantes en suelo americano. En aquel barco había un cadáver.

– No puede demostrar que exista relación entre el Peonía y el Ave Fénix, y en este país se necesitan pruebas. Ya sabe, la presunción de inocencia.

– Suponga que le digo que tengo testigos.

– Le respondería que no hay nadie en absoluto que pueda señalarme con el dedo y afirmar: «Ah, ahí está Spencer Lee. Lo he visto en ese barco. Le he pagado dinero.»

– Para ser exactos, tengo testigos, de los que puedo disponer gracias al Ministerio de Seguridad Pública, que dicen que miembros de su banda alquilaron el Peonía -dijo David tirándose un farol-.

También tengo a varios funcionarios del puerto de Tianjin que han sido encarcelados por aceptar sobornos del Ave Fénix.

– Han confesado de plano y, como estoy segura que recordará señor Lee, nuestro sistema legal funciona con rapidez y eficacia -dijo Hulan solemnemente, siguiendo la pauta de David-. Sólo necesitamos una confesión a este lado del Pacífico para que esos hombres reciban la sentencia final. Mientras tanto, están en un campo de trabajos forzados.

Spencer Lee lanzó una mirada furiosa a Hulan. Intentó hablar con tono ligero, pero dejó traslucir la amenaza.