Hacia las dos de la tarde, la tranquilidad del despacho de Stark quedó truncada por la aparición de Jack Campbell y Noel Gardner, que llevaban varios años trabajando con él para combatir a aquella banda china. Campbell, el mayor de los dos agentes del FBI, era un negro, larguirucho y con pecas. Su compañero, Gardner, era bajo v musculoso, y tenía unos dos años menos. Contable de formación, Noel era reflexivo y preciso, y solía dejar que hablara Campbell, el más atractivo de los dos, que en aquel momento se hallaba presa de la excitación.
– La tormenta de anoche nos ha brindado la oportunidad que estábamos esperando -dijo-.El Peonía ha entrado en nuestro territorio. Por fin es nuestro.
El carguero Peonía de China había permanecido inactivo durante una semana en el límite de las aguas jurisdiccionales, a poco más de doscientas millas de la costa californiana. El FBI había seguido al barco en su ruta, porque los aviones de vigilancia habían mostrado a cientos de chinos apiñados en su cubierta. Tras indagar en Chinatown, Stark había conjeturado que el Ave Fénix se hallaba detrás de aquel cargamento de inmigrantes ilegales. Una vez más David deseó que le acompañara la suerte, esquiva hasta entonces. Quizá entre toda la gente que viajaba a bordo del barco hallaría a la persona que necesitaba para establecer la conexión crucial.
– El Servicio de Guardacostas va a enviar un patrullero, pero nosotros llegaremos antes si vamos en helicóptero. Así que queremos saber -Campbell miró a su compañero y sonrió- si quiere venir con nosotros.
David iba en el asiento posterior de un helicóptero pilotado por un agente del FBI que se había presentado simplemente como «Jim». Debajo de ellos batían las olas espumosas del océano. David oyó la voz del piloto a través de los auriculares.
– Nos encontraremos con alguna que otra turbulencia aquí arriba. La tormenta… -El resto de sus palabras se perdió entre las interferencias.
Al cabo de unos minutos la previsión de Jim se hizo realidad cuando el helicóptero empezó a temblar y a dar sacudidas debido a los fuertes vientos. Una negra masa de nubes cubría el horizonte. La noche llegaría acompañada de una nueva tormenta.
Una hora más tarde las turbulencias eran tan fuertes que David empezaba a arrepentirse de no haberse quedado en su despacho.
– ¡Eh, Stark, mire! ¡Ahí está! -gritó Campbell a través de los auriculares.
David miró por encima del hombro de Campbell y vio el Peonía de China escorado en medio del oleaje producido por el rotor del helicóptero. Cuando se acercaron más, David notó que le subía la adrenalina. Era insólito que un ayudante de fiscal saliera en busca de acción, pero a él le parecía útil saber exactamente cómo se desarrollaban los acontecimientos y cómo reaccionaba la gente al darse cuenta de que los habían pillado. En otras ocasiones había acompañado a Campbell y Gardner a talleres de confección de Chinatown, a edificios de oficinas en Beverly Hills y a unas cuantas mansiones de Monterrey Park. Los agentes parecían apreciar sus dotes de observación, y siempre cabía la posibilidad de que su presencia en el momento en que los sospechosos se sentían más vulnerables les condujera algún día a la cúpula de las tríadas.
Al tiempo que el rotor disminuía sus revoluciones, Campbell y Gardner empuñaron sus armas y saltaron a la cubierta del Peonía. Viendo que nadie se acercaba ni ofrecía resistencia, Campbell indicó a David que podía descender del helicóptero. Los tres avanzaron cautelosamente, pues no estaban seguros aún de no topar con una tripulación dispuesta a luchar y armada hasta los dientes.
Cientos de chinos se apiñaban en aquella cubierta superior. Al pasar junto a ellos, David pudo constatar que los supuestos inmigrantes (la mayoría hombres) habían cocinado sobre la misma cubierta en pequeños braseros de los que se desprendían acres humaradas de los rescoldos. Muchos de ellos se hallaban acuclillados y charlaban entre sí excitadamente. Otros yacían sobre la sucia cubierta mirando apáticamente al vacío. La mayoría de aquellas personas parecía indiferente a lo que ocurría. Sólo unos pocos sonrieron débilmente a David con alivio y gratitud.
– Dios -exclamó Noel Gardner-. Por su aspecto, hace bastante que no han comido ni bebido nada.
– Busque al capitán -dijo David con voz ronca al agente más joven-. Por cierto, Jack, será mejor que llame a tierra; esta gente necesitará duchas, comida, agua, ropa y camas. El asunto es gordo y tenemos que tratarlo diplomáticamente. -Después de estas palabras, se le ocurrió otra idea-. ¿Alguno de los dos ha traído biodraminas?
– Yo no, pero se lo preguntaré al piloto -contestó Campbell.
David contempló a Campbell unos instantes mientras el agente se alejaba dando bandazos y zigzagueando por la cubierta. David se agarró a la barandilla y continuó avanzando. El Peonía daba sacudidas en medio del oleaje, dejando escapar crujidos metálicos. David comprendió que el navío iba a la deriva.
A partir de ese momento David esperaba que todo discurriría por los cauces normales. Se enviaría a los inmigrantes al Centro de Detención del Servicio de Inmigración en Terminal Island para ser interrogados. Rápidamente se extenderían entre ellos los rumores sobre lo que tenían que decir para quedarse en Estados Unidos. Para obtener el asilo, lo mejor era declararse participantes de la revuelta de la plaza de Tiananmen, o perseguidos por quebrantar las leyes chinas sobre el aborto y la esterilización. De los cientos de chinos que David veía en cubierta sólo un puñado tendrían la suerte de ser admitidos, al resto los deportarían. Sentía lástima por ellos, pero no podía olvidar para quién trabajaba.
David notó un tirón en una pernera de los pantalones. Miró hacia abajo y vio a un hombre de mediana edad.
– ¿América? -preguntó el hombre en inglés con un fuerte acento. La piel de la cara le colgaba en bolsas a causa de la deshidratación-. ¿América?
– Sí -dijo David-. Sí, aquí está. -Luego preguntó-: ¿Habla inglés?
– Hablo un poco. Soy Zhao.
– Cuántas personas hay en el barco?
– Quinientas.
David dejó escapar un lento suspiro antes de volver a preguntar.
– ¿Cuánto tiempo han estado en el mar?
– Tres semanas -contestó el hombre.
– ¿Dónde está la tripulación?
– ¿Tripulación?
– Los hombres que trabajan en el barco. ¿Dónde están?
– Ellos marchar -contestó, apartando la vista-. Ellos marchar ayer noche.
– No entiendo. ¿Cómo se fueron? ¿Adónde fueron?
– La tormenta -dijo Zhao, desviando los ojos hacia el mar-. Mala. Estar aquí así, fuera. Nos atamos a… -Se esforzó por encontrar la palabra, se rindió y señaló la barandilla. Volvió a mirar a Stark-. Gente llevada por agua. Yo ver con mis propios ojos. Jie Fok, granjero cerca Guangzhou. Otros también. No saber sus nombres.
– ¿Y la tripulación?
– Gritar. Decir que barco se hunde. Y luego viene el bote. Nosotros creer que viene por nosotros, pero es pequeño. El capitán, los otros, subir al bote de salvamento.
– Un bote salvavidas?
– Sí, salvavidas. Subir al bote y bajar al agua. Tienen una cuerda para sujetar al otro bote, pero el agua lleva algunos de esos hombres también. Luego bote se va. -Zhao hizo una pausa-. ¿Cree que bajamos pronto? ¿Cree que alguien viene antes de próxima tormenta?
– Todo irá bien.
– Cada noche venir otra tormenta -dijo el hombre, entrecerrando los ojos-. Este barco se hunde.
– ¿Con quién firmaron el contrato para este viaje? -preguntó David, sin hacer caso de los comentarios del hombre-. ¿Cómo se llamaban los tripulantes?
Pero Zhao se había dado la vuelta y ya no le escuchaba. David se levantó y se dirigió al helicóptero. ¿Qué motivos podía tener alguien para exponerse a semejante peligro?, se preguntó. ¿Y qué clase de hombres querría aprovecharse de su miseria?
David conocía las respuestas. Los inmigrantes querían libertad. En estos tiempos, libertad era sinónimo de dinero. Aquellos hombres y mujeres iban a Estados Unidos para hacer fortuna. Dado que la mayoría de ellos no tenía dinero para empezar, firmaban un contrato con las tríadas: viaje gratis, alojamiento y comida a cambio de años de trabajo esclavizado. Aquella gente trabajaría en talleres y restaurantes, como prostitutas y camellos. Una vez pagada la suma establecida en el contrato, serían libres. El problema era que les sería prácticamente imposible cumplir con sus obligaciones contractuales.