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Pero primero debían cumplimentar cierto papeleo y atar algunos cabos sueltos. Hulan quería que se enviara a Spencer Lee a China, donde prácticamente no existían normas sobre las pruebas y podían juzgarlo por los asesinatos de Watson y Guang en lugar de dejarlo en Estados Unidos, donde sólo tendría que afrontar los cargos, menos importantes, de contrabando.

Sin embargo, China y Estados Unidos no tenían ningún acuerdo de extradición. Se hicieron llamadas al Departamento de Estado y al Ministerio de Asuntos Exteriores chino para pedir que se hiciera una excepción, pero los respectivos gobiernos de David y Hulan les vinieron a decir que estaban locos.

– Acabamos de pillar a esos cabrones intentando vender componentes de un disparador nuclear en nuestro país -dijo Patrick O'Kelly-. Si los chinos quieren hablar sobre proliferación de armas nucleares, nos encantará escucharles. -Cuando David le recordó que había sido él quien le había metido en aquello, que era él quien quería que se resolvieran los asesinatos, O'Kelly replicó-: La situa ción ha cambiado. La seguridad nacional es más importante que la muerte de dos personas en la otra parte del mundo. -Cuando David le dijo que quizá el embajador Watson no opinara lo mismo, O'Kelly le colgó.

El colega de O'Kelly en Pekin no fue menos inflexible.

– El gobierno de Estados Unidos es un régimen agresivo. iEl presidente es un imbécil, gordo y fanfarrón! Los americanos intentan usar la palangana de lavarse la cara para cocinar el pescado! Pero no toleraremos sus tonterías ni sus insultos. No existen las triadas, y desde luego nosotros no vendemos nuestra tecnología nuclear al extranjero. Esas fantasías son un insulto para el pueblo de China. Dígale a los americanos que saquen sus buques de guerra del estrecho y entonces quizá podamos hablar.

Tras estas llamadas, Hulan pregunto:

– ¿Hay algo que podamos hacer? Deportar a Lee?

– Necesitamos un motivo para deportarlo, que hubiera entrado en el país ilegalmente o que estuviera aquí de forma ilegal -respondió David-. Por lo que sé, sus papeles están en regla. Podemos deportarlo después de que sea juzgado y condenado, y de que haya cumplido condena por contrabando, pero…

– ¿Pero qué?

– Eso no quiere decir necesariamente que acabe en China. Le darán a elegir el país al que quiere ir. No podemos estar seguros de que escoja China.

– Sobre todo si sabe que yo le estaré esperando.

– Mientras tanto, todo lo que nos dijo Laurie sobre las penas leves por contrabando me inducen a creer que Lee saldrá mañana bajo fianza. -La única esperanza de David estribaba en que el juez atendiera a su alegato: que Lee representaba una amenaza para la comunidad, que la fiscalía creía que estaba relacionado con el contrabando de seres humanos, así como con los asesinatos en China; y decidiera denegar la fianza. En cualquier caso, él y Hulan tendrían que seguir buscando pruebas que relacionaran a Lee con los crímenes.

Antes de que los dos grupos se separaran, era necesario hacer algo con Zhao, que se había pasado dos horas sentado en una silla de plástico color naranja en el vestíbulo de la cárcel. En esas dos horas, había visto un aspecto de Estados Unidos que le había hecho añorar las penurias familiares de su aldea natal. David pensaba que deberían poner a Zhao al amparo del programa de protección de testigos, pero para eso se necesitaba tiempo, de modo que saco la cartera, entrego cien dólares al inmigrante y el numero de su tarjeta de crédito a Noel Gardner.

– Lleve al señor Zhao a un hotel, a uno bueno -dijo-. Estamos todos cansados. Mañana decidiremos qué se ha de hacer.

Tras unas sonrisas, inclinaciones de cabeza y una ronda final de apretones de mano, Zhao marcho acompañado de Noel, que lo llevaría a un hotel cercano y se reuniría luego con Campbell y Sun. Mientras Zhao atravesaba el sórdido vestíbulo, David veía a un hombre que parecía desconcertado por el mundo que lo rodeaba, pero que ya no estaba resignado a su suerte. Zhao inclino la cabeza una vez más y levanto el pulgar, gesto que significaba lo mismo en China que en Estados Unidos.

Por fin, David y Hulan salieron también en dirección al Patina Restaurant de Melrose. David pidió champán. El camarero descorcho la botella, sirvió el líquido en copas estriadas y luego se retiro discretamente, dejándolos solos en cómplice silencio. Estaban cansados, pero tenían la profunda satisfaccón del deber cumplido.

– He estado pensando en Guang Mingyun -dijo al fin David. No se fijo en la mueca de Hulan-. Tiene todo el dinero del mundo. ¿Por qué arriesgarse a que lo pillen por contrabando?

– Algunas veces las personas se hacen adictas a ganar dinero -dijo ella.

– ¿Pero por qué un hombre como él haría tratos con el Ave Fénix?

– No sabemos con certeza que Guang tenga tratos con ellos. Recuerda que Zhao hizo la pregunta, pero Lee no la contesto.

– De acuerdo, pero supongamos que los tiene.

– La triada le proporciona un método para transportar la mercancía y las conexiones aquí para venderla.

– Eso lo veo claro -dijo el-. Pero entonces, por qué iban a matar a Henglai? 0, ya puestos, ¿por qué iban a matar a Billy?

– No lo sé. Quizá Guang intento engañar a las triadas y ellos se vengaron. Quizá los chicos intentaron enganar a Guang.

– Ninguna de las dos posibilidades puede ser cierta.

– ¿Por qué?

– Como tu misma dijiste, ninguno de los dos trabajaría en este caso de no ser por Guang.

Hulan extendió la mano por encima de la mesa para coger la de David.

– No hablemos más del caso, por favor.

El la miro, encantado por la deliciosa ironía de su petición. Hacía apenas unos días, era él quien rogaba que hablaran de otra cosa. Además, Hulan tenía razón. Haían hecho mucho en dos días. ¿Qué mal podía haber en que gozaran de unas horas de libertad?

Después de la cena, regresaron al hotel de ella. En la habitación, él le acarició la mejilla y luego el cuello y la clavícula hasta el pecho. Se tomaron cierto tiempo para desnudarse mutuamente. La boca de él se demoró en los pezones de ella, que gimió en respuesta a sus caricias. Pronto los labios de ella buscaron un punto sensible bajo la oreja izquierda y luego se dirigieron hacia el hueco en la base del cuello, antes de continuar su recorrido hacia abajo. Esa noché, David y Hulan harían de la pasión una eternidad.

Varias horas más tarde les despertó el teléfono.

– ¿Si? -dijo Hulan con tono somnoliento.

Ella y David estaban tumbados del lado izquierdo, acurrucados. David le había pasado el brazo izquierdo por la cintura tenía la mano en su seno izquierdo. Hulan notó que esa mano empezaba a recorrerla al tiempo que la voz del teléfono le dijo en culto mandarín:

– Tenemos algo de que hablar. Por favor, reúnase conmigo en el Café del Jade Verde de Broadway. Por supuesto, puede llevar con usted al señor Stark.

Hulan colgó y apartó la mano de David. En voz baja le comunicó lo que acababan de decirle. El se incorporó con expresión preocupada.

– Será mejor que llamemos al FBI. Ellos sabrán encontrar Gardner y a Campbell. Dejemos que se ocupen de esto.

– No -dijo ella, meneando la cabeza-. El qlue ha llamado nos lo ha pedido a nosotros. Quiere decirnos algo a nosotros. Si queremos oírlo, será mejor que vayamos solos.

– Es peligroso -insistió él, pero la expresión de Hulan le dijo que no tenía miedo.

Abandonaron la habitación, se detuvieron ante la de Peter Sun y llamaron a la puerta. Al no recibir respuesta, Hulan miró su reloj. Pasaba de la medianoche.

– Ya debería haber vuelto -dijo.

– Esta con Campbell. No to preocupes por él.

David llevó el coche hasta Chinatown. Luces de neón rosa, amarillo y verde de las tiendas y restaurantes cerrados brillaban en las calles desiertas. David aparcó el coche en el aparcamiento al aire libre de uno de los paseos que flanqueaban Broadway. Hulan sintió frío por primera vez desde que estaba en California y David le rodeo los hombros con el brazo cuando echaron a andar hacia el Café del Jade Verde. Ninguno de los dos iba armado.

Cuando llegaron a las ventanas del café, comprobaron que estaba cerrado al público. Hulan deseó que hubieran seguido el consejo de David y hubieran llamado al FBI o a la policía. La puerta del Café del Jade Verde estaba abierta y entraron. El olor bastó para que comprendieran por qué les habían hecho ir hasta allí.