Puso la grabación de Spencer Lee aceptando la bilis de oso de Zhao. Usó los gráficos en los que se perfilaba el crimen organizado asiático en Los Angeles para explicar qué lugar ocupaba Lee en la organización y delinear las actividades del Ave Fénix en el sur de California. Dio una breve sinopsis de los asesinatos en Pekín, de cómo se fletó el Peonía de China y de las fechas de los viajes de Spencer Lee. Terminó diciendo:
– Estoy seguro de que su Señoría conoce la terrible tragedia ocurrida anoche en esta ciudad. Las personas asesinadas en el Café del Jade Verde fueron el agente del FBI asignado a este caso y el hombre que se ofreció para entregar la bilis de oso al señor Lee.
Broderick Phelps se levantó entonces para hacer su alegato, que consistía sencillamente en afirmar que el gobierno había tendido una trampa al pobre Spencer Lee quien, como el juez podía comprobar, era un destacado miembro de la comunidad. Para demostrar esto último, Phelps presentó varias cartas de otros ciudadanos relevantes de Los Angeles dispuestos a testificar sobre el carácter intachable del señor Lee, y una copia de la escritura de su casa de Monterey Park por valor de dos millones y medio de dólares.
– Spencer Lee no supone ninguna amenaza para la comunidad ni existe el peligro de que huya -afirmó Phelps y preguntó si podía responder a las demás acusaciones del gobierno. Procedió a hacerlo-: No veo razón para que mi estimado colega saque a relucir el tema de las tríadas cuando ha sido incapaz de probar que existan siquiera. Ni tampoco las alegaciones sobre los crímenes de China tienen nada que ver con este caso. No tenemos tratado dt extradición con China, ni, si se me permite añadirlo, deberíamos tenerlo, dadas las flagrantes violaciones de los derechos humanos en ese país. Pero debo decir algo más. Tengo mis dudas sobre los motivos que impulsan hoy a actuar al señor Stark. Es audaz, lo admito, pero es ultrajante que se atreva a insinuar siquiera que mi cliente pueda ser responsable de los crímenes cometidos en China. En las mismas fechas en que el señor Lee se hallaba en China había otros mil millones de chinos en ese país. Sencillamente, no alcanzo a comprender en qué se basa el señor Stark para incriminar a mi cliente. -Phelps alzó la voz con indignación-. En cuanto a lo sucedido en nuestra ciudad anoche, bueno, señores sencillamente no sé qué decir, excepto que mi cliente era huésped del gobierno federal en aquellos momentos. De hecho, yo diría que el ayudante del fiscal está utilizando los peores estereotipos para atacar a mi cliente. Si el señor Lee fuera de ascendencia italiana, ¿diría también que es miembro de la mafia? Lamento decir que eso es lo que creo. En los últimos años, nuestra ciudad ha tenido que soportar demasiadas cosas por culpa de ese tipo prejuicios. Spencer Lee es inocente de esas ridículas acusaciones y solicitamos que se le conceda la libertad bajo fianza.
– ¿Senior Stark? -El juez parecía dubitativo, pero estaba dispuesto a escuchar a David.
– Señoría, no intento dar a entender en modo alguno que todos los asiáticos sean criminales. Hoy estoy aquí en nombre gobierno de Estados Unidos, dado que intentamos determinar la participación de Spencer Lee en varios casos…
– Alto ahí abogado. Las alegaciones no bastan para encaralar a un hombre en este país. Si tiene usted pruebas de la partipación del señor Lee en cualquiera de esos otros delitos, y hablo concretamente sobre los cometidos en el territorio de Estados Unidos, estoy dispuesto a escucharle. De lo contrario, será mejor que se siente.
Cuando el juez Hack le concedió la libertad bajo fianza, Spencer Lee se volvió hacia su camarilla de mujeres y alzo los puño en señal de triunfo. Luego se giró hacia los agentes del FBI sonrió con suficiencia. Los agentes que se sentaban a ambos lados de Jack Campbell tuvieron que sujetarlo. Finalmente, Lee volvió la vista hacia David, ladeó la cabeza y enarcó las cejas interrogativamente. En lugar de encolerizarse, David sintió una extraña suerte de compasión por él. La gente que se dedicaba a lo suyo y mostraba aquella estúpida tendencia a la bravuconería solía morir joven.
Tras firmar el documento en el que presentaba su casa como garantía para la fianza y entregar su pasaporte, Spencer Lee se encontró en la calle a las once en compañía de las cuatro mujeres. Mientras viajaban en coche por Alameda, enfilaban la calle Ord y luego giraban a la derecha hacia Broadway, no estaban solos.
Se habían destinado cincuenta agentes a la vigilancia de Lee las veinticuatro horas del día. Dos helicópteros de seguimiento cubrían su ruta por el aire. En tierra, toda una flota de coches, con dos hombres cada uno, le seguía allá donde fuera. En cuanto saliera de su vehículo, le seguirían un mínimo de cinco agentes a pie. Cuando estuviera en casa, agentes vigilarían la verja de hierro que era la única entrada y salida de la propiedad. Para mayor seguridad, otros agentes se apostarían alrededor del perímetro de la propiedad por si Lee decidiera saltar la cerca. En el FBI creían que cometería un error en algún momento y, cuando ocurriera, estarían allí.
La primera parada de Lee fue el Jardin de la Princesa en Chinatown, Los agentes del FBI contemplaron como Lee recorría el espacioso comedor deteniéndose en una u otra mesa para saludar, e intercambiar incluso tarjetas de visitas… Se sentó en una mesa cercana a la parte delantera con su grupo de mujeres y pidió albóndigas, patas de pato estofados, fideos de arroz y sopa de tapioca caliente.
Después dió un paseo con sus amiguitas; primero por la calleH y luego por Chungking Court, Mei Ling Way y Bamboo Lane. Se detuvo en tiendas de curiosidades, en herbolarios, en tiendas de fideos y en un par de anticuarios. Los agentes del FBI no le siguieron al interior de esas tiendas, sino que se hacían pasar por turistas en las calles de Chinatown, o bien holgazaneaban por las esquinas como vagabundos, o caminaban con paso decidido como si tuvieran negocios a los que atender.
A las dos de la tarde, Spencer Lee se hallaba cómodamente instalado en su mansión; los agentes del FBI, sentados en sus, coches, sacaron termos de café y bolsas de donuts. A lo largo de las dos horas siguientes, varias personas visitaron a Lee, presumiblemente para celebrar su puesta en libertad. La verja se abría y entraba un Mercedes o un Lexus. Cuando la verja se cerraba, el número de la matrícula del coche correspondiente había sido transmitido por radio al FBI y se había hallado ya al propietario. David y Hulan seguían el curso de estas actividades desde el despacho de él.
A las cuatro la fiesta terminó bruscamente, como siempre ocurre en China. Todo parecía tranquilo. David y Hulan volvieron a casa, para acostarse. Todo lo que podía hacerse era esperar.
A las dos de la madrugada, el teléfono despertó a David. Jack Campbell se hallaba al otro lado de la línea y parecía haber enloquecido.
– iSe ha ido, Stark!
Unas horas más tarde, el ambiente en el despacho de David era lúgubre. Los agentes del FBI eran presa de una explosiva combinación de furia y mortificación. Alrededor de la medianoche, pesar de que veían a alguien caminando por la casa, habían empezado a sospechar que Lee se había escabullido. A la una, Jack Campbell había empezado a suplicar a sus superiores que permitieran a alguien entrar en la casa. Media hora más tarde, frustrado y acosado por los remordimientos, Campbell hizo caso omiso de las órdenes, se dirigió a la puerta principal y llamó por interfono. La voz que respondió no era la de Lee; de hecho, él no se hallaba en la casa. Según Jack, debía de haber abandonado la propiedad en el coche de uno de sus invitados, lo que le daba una ventaja de diez horas cuando menos.
Se consideraron las posibilidades. Lee había abandonado casa en coche, lo que significaba que podía haber hecho multitud de cosas. Quizá aún seguía en el coche. Podía estar en Las Vegas esperando a que se calmaran las cosas. Podía haber seguido durante tres horas hacia el sur hasta llegar a México. Podía haberse dirigido hacia el norte con la idea de que Canadá se hallaba sólo a dos días de viaje si no se desviaba. Pero David desechó todas esas posibilidades. Por lo poco que conocía de Spencer Lee, estaba convencido de que el joven chino no tenía el arrojo necesario para huir sin sus amigos.
Así pues, a lo largo de la noche se comprobaron los vuelos nacionales e internacionales. Era imposible adivinar su destino. ¿París? ¿Chicago? ¿Hong Kong? Hulan no lo creía. Tal como ella lo veía, Lee era de Pekín, así que volvería a su ciudad, en la que obtendría la protección de la familia y, de las conexiones de la tríada. No sorprendió a nadie que el nombre de Spencer Lee no apareciera en ninguna lista de pasajeros. Le habían retenido el pasaporte, como era costumbre, pero esperaban que viajara con un alias típico del Ave Fénix, quizá incluso que conservara el apellido Lee.