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– ¿Por qué?

– Porque se asimilan los atributos de ese animal, el oso, el tigre o el mono. Así, piensan que se volverán fuertes, potentes o astutos embaucadores. De modo que la mayoría de la gente no quiere en realidad osos de granja. Quieren ver al oso salvaje con sus propios ojos.

– Pero algo como la vesícula de oso -dijo Hulan-, ¿cómo funciona? ¿Cómo la usa usted?

– Su madre y su padre conocen muy bien nuestra medicina -comentó Du-. ¿ Olvidaron enseñarle?

– Estuve en América muchos años -explicó Hulan-. Olvidé las costumbres antiguas.

El doctor se rascó las patillas y luego meneó la cabeza con pesar por lo que ella había perdido en un país lejano.

– La vesícula de oso es amarga y fría. Las medicinas amargas disipan el calor, secan la humedad y purgan el cuerpo. El atributo del frío es enfriar la sangre y desintoxicar el cuerpo.

– ¿Lo que significa que usted lo usa para…?

– ¡Yo no lo uso!

– Entiendo, pero recetaría una medicina fría y amarga…

– Para ictericia, lesiones de la piel, convulsiones de los bebés, fiebre, úlceras, visión limitada. Para hemorroides, infecciones bacterianas, cáncer, quemaduras, dolor y rojez de los ojos, asma, sinusitis, caries…

– Un poco de todo -dijo Hulan, que ya no disimulaba su escepticismo-. ¿No es ése simplemente el efecto placebo?

– ¿Viene usted aquí y le dice eso al doctor Du? -Su indignación era patente-. Nuestra medicina es mucho más antigua que la occidental. No es un placebo. Por eso me invitan a hablar en la facultad de medicina de Harvard, y por eso nuestro gobierno me permite viajar libremente.

Alzó los brazos. Estaba harto de aquellos estúpidos impertinentes.

– ¡Ahora váyanse! ¡Estoy harto de esto! -exclamó, y luego les dijo que se marcharan. En la puerta, agitó el dedo ante Hulan-. No muestra el menor respeto. Sus padres debieron de sufrir una gran decepción con usted.

Peter los esperaba abajo.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó cuando abandonaron el Instituto en el coche.

– Creo que le hemos insultado -dijo Hulan.

– Eso es poco -dijo David con un bufido.

– Pero ¿han conseguido información útil? -preguntó Peter.

– No lo sé -contestó Hulan pensativamente-. Quizá.

– Lo que sigo sin comprender es cómo pueden funcionar las granjas si son ilegales -dijo David.

– Nuestro gobierno prohíbe muchas cosas -explicó Hulan-Aun así, la gente quiere ganar dinero. Algunos afirman que abrirán una granja de osos «legal». Dicen que tienen permiso, pero apuesto a que sólo tienen permiso para abrir un negocio, no una granja de osos.

– ¿No lo comprueba nadie?

– Supongo que no -dijo Hulan con tono desanimado.

– Pues yo sí que tengo buenas noticias -anunció Peter-. Tenia usted razón, inspectora. La nevera de Cao Hua estaba llena de bilis de oso Panda Brand.

– El embajador se reunirá con usted en cuanto le sea posible -dijo Phil Firestone, el ayudante de Bill Watson, con sequedad-. Estamos en medio de una crisis y, bueno, el embajador está terriblemente ocupado.

– Me gustaría pensar que será capaz de poner el asesinato de su propio hijo por encima de cualquier intriga internacional -dijo Hulan, con tono hostil. Por una vez, David estaba de acuerdo con sus métodos. Estaba harto de los rodeos de aquel hombre.

– Naturalmente el embajador Watson sigue estando de luto -dijo Firestone con voz melosa-. Pero algunas veces tenemos que poner a los demás por encima de nuestras propias necesidades.

– Mientras esperamos, quizá pueda usted contestarnos a unas preguntas -dijo David.

Firestone iba a poner los ojos en blanco, pero se contuvo. -Adelante -dijo, conteniéndose, con un suspiro.

– ¿Qué se hace con las solicitudes de visados?

– ¿Solicitudes de visados? -dijo Firestone, meneando la cabeza débilmente-. ¿Qué tienen que ver con todo esto? -Al ver que David no respondía, dejó escapar otro suspiro-. La gente viene aquí. Ya los ha visto fuera. Hacen cola. Les damos las solicitudes y las rellenan. Los entrevistamos. Si alguien quiere viajar a Estados Unidos por negocios, esperamos ver una invitación oficial de la organización o empresa estadounidense. Potemkin Auto Leasing, la Audubon Society, la iglesia baptista de Starkville, Mississippi. Piense un nombre cualquiera y acertará. No hay nada peculiar en ello. A los chinos les gusta ver el mismo tipo de invitaciones formales cuando tienen que conceder visados a ciudadanos estadounidenses. Apuesto a que usted recibió una invitación oficial del MSP para venir aquí.

David asintió.

– ¿Y si alguien no ha sido invitado por una corporación de Estados Unidos? -preguntó.

– Esos casos los tratamos de un modo muy distinto -contestó Firestone-. Al fin y al cabo, hay mucha gente en China a la que le gustaría marcharse, y no hablo sólo de los disidentes.

A Hulan le pareció asombroso lo que unos días y un montón de titulares de prensa habían hecho con un pelotillero político como Firestone. Su diplomacia de reverencias de una semana atrás se había evaporado tan fácilmente como una nevada tardía de primavera. Ahora le faltaba muy poco para considerar a China como un enemigo declarado, y el MSP y su investigación simbolizaban todo cuanto de malo tenía aquella sociedad.

– ¿Quién sella los pasaportes? -preguntó David, decidiendo pasar por alto sus groserías.

– ¿De qué está hablando? -Al joven se le estaba acabando la paciencia-. Si está acusando a alguien de algo, ¿por qué no lo suelta de una vez?

– Usted conteste a la pregunta -replicó David sin inmutarse.

– Tenemos un departamento lleno de gente para hacer eso. Pero, joder, yo mismo he sellado un par de pasaportes, e incluso el embajador lo ha hecho en alguna que otra ocasión. Es perfectamente legal.

Al igual que en su anterior visita, el embajador empezó a hablar antes incluso de haber entrado en la habitación.

– Tendremos que ser rápidos -dijo, justo antes de aparecer por la puerta-. Estoy a la espera de una llamada del presidente -continuó, cruzando la habitación y modulando su voz para adaptarla a un entorno más íntimo. Estrechó las manos de David y Hulan de forma superficial y se sentó. Apenas hizo una pausa antes de despedir a su ayudante secamente. Phil, trae café para estas personas.

Luego el embajador abandonó sus maneras de funcionario público para declarar su gratitud personal por el arresto, juicio y condena del asesino de su hijo.

David y Hulan habían discutido cómo abordar a aquel hombre. ¿Debían tratarlo como adversario, medida que recomendaba Hulan, o como al ciudadano estadounidense de mayor rango en China? Este dilema se veía agravado por el hecho de que se hallaban allí con dos misiones muy diferentes: una, descubrir cómo Guang Henglai, Cao Hua y los otros correos obtenían visados con tanta facilidad, y la segunda, darle la noticia al embajador de que su hijo se había mezclado con personajes muy dudosos. Habían decidido que sería más práctico intentar el enfoque de los visados, puesto que sin duda provocaría la ira del embajador.

Luego podrían hablar a Watson de su hijo y, en algún momento, esperaban enterarse de algo para salvar a Spencer Lee.

Pero apenas habían introducido el tema, Phil Firestone regresó con el café.

– ¿Por qué no dejan de hacer preguntas sobre esas gilipolleces de los visados? -les espetó.

– Estamos hablando de una grave amenaza para la seguridad nacional -afirmó David-. Sellar pasaportes ilegalmente es un delito federal. Eso se traduce, Firestone, en una condena en una penitenciaría federal.

Phil Firestone enrojeció. David dirigió sus comentarios al embajador.

– Si existen irregularidades de algún tipo en la embajada, no sería el primer caso. Estoy seguro de que el embajador conoce diversos casos en los que empleados de confianza sobrepasaron los límites diplomáticos.

– Si está acusándome… -farfulló Firestone.

– Tranquilo, Phil -le interrumpió el diplomático-. ¿Es que no ves que sólo intentan ponerte nervioso? Vuelve a tu despacho; yo estoy bien. Pero cuando llegue esa llamada, avísame inmediatamente, ¿de acuerdo?

Cuando Firestone cerró la puerta tras él, el embajador dijo:

– Vamos, Stark, déle un respiro al muchacho.

– Valía la pena intentarlo -dijo David, mostrando las palmas de las manos y encogiéndose de hombros.

– Me ocuparé de ese asunto -dijo el embajador, meneando la cabeza con una leve sonrisa-. ¿Qué más puedo hacer por ayudarlos? -Se trata de su hijo -dijo David.

– Si va a decirme que se metió en líos cuando era un muchacho, créame, no me dirá nada que no sepa. Billy tenía problemas, sin duda, pero las cosas habían cambiado mucho en los dos últimos años.