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– No, no lo he visto.

– Es poco fiable -dijo el anciano tras de tomar un sorbo de té-.

– Lleva un cronometro, si. Pero la mitad de las veces salta cuando quiere. iBam! Quizá mates a la persona que querías matar. Quizá mates a otra. Quizá no mates a nadie.

David y Hulan se hicieron llevar al centro de Pekín en la parte posterior de una camioneta cargada de grano. La temperatura se situaba por debajo de los cero grados a causa del viento, por lo que se acurrucaron junto a los sacos de arpillera intentando mantener el calor.

– Cuando vuelva a Los Angeles -dijo David-, podré abrir una auténtica investigación. Quizá no pueda pillar al Ave Fénix por lo que ha ocurrido, pero el blanqueo de dinero y la evasión de impuestos deberían ser fáciles de demostrar.

– ¿Crees de verdad que tiene algo que ver con lo de hoy?

– Oh, Hulan, no sé. Yo ya no sé nada.

– El Ave Fénix es una organización relativamente joven -dijo ella con tono pensativo. David la miró inquisitivamente. Ella ladeó la cabeza mientras reflexionaba-. No tiene una historia demasiado larga y sus miembros son jóvenes.

– ¿Y?

– ¿Recuerdas lo que ha dicho el anciano sobre la bomba? Se usaba durante la guerra civil. -David asintió y Hulan añadió-: Quienquiera que la fabricara, tuvo que ser alguien de cierta edad. Tuvo que estar en el ejército con Mao en los años treinta o cuarenta.

– ¿Un viejo ha hecho todo esto?

– Tu sospechabas de Guang hasta esta mañana -dijo Hulan-. Desde luego tiene edad suficiente.

– ¿A quién más conocemos de esa edad? -preguntó David.

– A Zai. A mi padre.

– Venga ya, Hulan. -David se echo a reír pero viendo que ella no le imitaba, volvió a ponerse serio-. Y qué me dices de ese Lee Dawei? Quizá estuviera en el ejército.

– Pero, David, de eso to estoy hablando. El Ave Fénix es una organización joven. Spencer Lee tenia veintitantos años y era el numero dos o tres de la organización. Si la cabeza del dragón tuviera sesenta o setenta años, crees que confiaría hasta tal punto en alguien tan joven?

– No, seguramente Lee Dawei también es un crío.

– Exacto. Eso es lo que me preocupa. Nosotros éramos los objetivos de la bomba.

– Lo sé.

– El anciano nos ha dicho que era fácil de fabricar, pero poco fiable. ¿No sugiere eso que tuvo que ser instalada recientemente?

– Supongo que si. De lo contrario podía estallar cuando no estuviéramos en el coche.

– Creo que la pusieron mientras estábamos en el despacho de Guang.

– Ahora eres tu la que vuelves a Guang? -David parecía sorprendido.

– Lo sé -admitió ella-. Pero quizá nos contó lo de la bilis de oso y Henglai porque sabia que no podríamos usarlo nunca.

– Ah, mierda. -David golpeo uno de los sacos de grano con irritación. Estaba cansado y no pensaba con claridad-. iNo, espera! ¿Qué hay de Peter? Nadie podía instalar la bomba con él esperando en el interior del coche.

Hulan palidecio ante la mención de Peter, pero recobro la compostura y dijo:

– Supón que fue a hacer una llamada por teléfono o a fumarse un cigarrillo.

– Es posible.

– Entonces, ¿por qué no Guang?

– Por varias razones -dijo David, y las enumeró-. Tu dices que la persona ha de tener cierta edad. Guang la tiene, pero estaba con nosotros. ¿De verdad te lo imaginas contratando a alguien para que colocase la bomba? Yo no. Además, no tenia por qué decir una sola palabra sobre la bilis de oso y Henglai. Podróa hater mantenido la boca cerrada y no hubiéramos tenido modo alguno de detener la ejecución. ¿No te das cuenta, Hulan? Quienquiera que deseara vernos muertos, aún deseaba más ver muerto a Spencer Lee.

La camioneta dio una sacudida al pasar por un bache. David miró en derredor, intentando determinar donde se hallaban. Tras comprobar que era imposible, se subió el cuello del abrigo para protegerse los oídos y el cuello del viento y volvió a mirar a Hulan. La inspectora se miraba fijamente las manos, que tenía unidas sobre el regazo.

– Piensas en Peter -dijo David.

– ¿Como quieres que no piense en él?

David dejo que se hiciera el silencio, hasta que por fin ella lo rompió.

– No confié en él desde el día en que me lo asignaron. Sabía que informaba sobre mi y lo odiaba por eso. Pero cuando estuvimos en Los Angeles, vi a un hombre diferente. Aquel día en el despacho de Madeleine, se puso de mi parte. No tenía por qué hacerlo.

– No estaba haciendo más que su trabajo…

– Cosa que yo no le había permitido hacer hasta entonces -dijo ella-. Cuando volvamos, pensé, las cosas serán diferentes y nos convertiremos en auténticos compañeros. En el pasado, jamás lo hubiera enviado al apartamento de Cao Hua. Jamás le hubiera permitido involucrarse en una investigación. ¿Y ahora? -Hulan lo miró con expresión angustiada-. Si le hubiera dejado venir con nosotros…

– Todo ocurrió tan deprisa… -dijo él-. Los otros coches, la gente, Lee que llegaba en la camioneta… Yo hubiera hecho lo mismo.

Hulan iba a añadir algo, pero la camioneta se detuvo. Se hallaban en la entrada posterior de la Ciudad Prohibida. Sin pronunciar palabra, ella cogió su bolso y bajó. Desde allí cogieron un autobús hasta el barrio de Hulan. Cuando llegaron a su casa, hallaron un sedan negro esperando fuera, pero ella no se detuvo para hablar con sus ocupantes.

– Son del MSP -dijo-. Reconozco el coche.

Abrió la puerta principal de su complejo y entraron. Luego avivo las ascuas en la estufa de la sala de estar y se disculpo para ir a tomar un baño. David estaba sucio, exhausto por el cambio horario y la tensión constante de la investigación, y emocionalmente agotado de ver tanta muerte. Paseó por los patios y las habitaciones abiertas, esperando recobrarse, aunque se daba cuenta de que sus sentidos estaban demasiado embotados.

David se había preguntado como vivía Hulan, pero su casa era mucho más grande y hermosa de lo que había imaginado. La personalidad de la inspectora se hacia patente por todas partes; en el modo en que un paño bordado cubría una silla; en el modo en que unas macetas bajas de color verdeceleste, llenas de bulbos de narcisos, ocupaban el alféizar de la ventanas sobre el fregadero de la cocina; en el modo en que había dispuesto el altar de Ano Nuevo; en el modo en que los intensos tonos de las antiguas piezas de mobiliario suavizaban las claras líneas de las habitaciones. David se detuvo ante su escritorio para notar la suavidad de la textura del palisandro bajo los dedos, cogiendo un abrecartas tabicado, acariciando las finas líneas de un jarrón de porcelana cantonesa. Allí estaba la vida de Hulan: un pequeño juguete de cuerda que él le había regalado hacia más de diez años, una fotografía de una mujer que presumiblemente era su madre, unas cuantas facturas, varias libretas de Banco pulcramente apiladas.

Las tocó distraídamente con el dedo y éstas se desparramaron sobre la mesa. Banco de China. Wells Fargo. Citibank. Glendale Federal. Chinese Overseas Bank. Eran los mismos bancos en los que Henglai y Cao Hua guardaban sus maladquiridos beneficios. Por si esto no resultara bastante condenatorio, estaba también el Chinese Overseas Bank que no solo pertenecía a Guang Mingyun, sino que era donde el Ave Fenix blanqueaba su dinero. David cogió una de las libretas y miro el saldo con asombro: trescientos veintisiete mil dólares. Abrió otra: cincuenta y siete mil Mares. Las revisó todas. El total ascendía a casi dos millones de dólares.

Hulan salió de su dormitorio con un kimono de seda en torno a su esbelta figura y el cabello recogido en una toalla. Se había quitado del cuerpo la suciedad, el hollín y la mugre de la rotonda í de la camioneta del granjero.

– ¿He de darme prisa? -pregunto Hulan con voz tan melodiosa como siempre-. Puedo hacer que el coche que hay delante la casa nos lleve a tu hotel. Estoy segura de que te gustaría darte una ducha y cambiarte de ropa. -Luego se dirigió hacia la estufa de carbón, puso las manos encima para comprobar el calor que despedía y sonrió-. 0 podrias darte un baño aquí. Podríamos pasar aquí el resto del día si te apetece.

David guardó silencio.

– ¿Quieres comer algo? ¿0 quizá una taza de te? David? ¿Ocurre algo? ¿Estás Bien?

El abrió las manos y dejó que las libretas de Banco se deslizaran sobre sus rodillas.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

El escote de Hulan adquirió un tinte rosa que rápidamente le llegó al rostro.

– ¿No tienes ninguna explicación que dar? -pregunto el con desprecio-. Lo imaginaba.

– Son mis ahorros -dijo ella tras una pausa.

– Es una manera de decirlo. -A David le hería en su amor propio que no mostrara remordimientos.

– ¿David?

– Todo esto debe de haber sido muy divertido para ti -dijo con amargura. Cerró los ojos, intentando borrar su presencia. Cuando los abrió, ella seguía allí-. Eres una maldita mentirosa. Y yo he vuelto a caer.