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El plan había sido perfecto hasta que los socios de Liu se habían vuelto demasiado avariciosos.

– No deberían haber intentado apartarme del negocio -repitió.

David repasó mentalmente la lista de muertos: Guang Henglai, Billy Watson, Cao Hua, Noel Gardner, Zhao Lingyuan, Spencer Lee y Peter Sun. Pronto él y Hulan se sumarían a la sangrienta cifra.

– Hoja limpia dentro, hoja roja fuera -entonó Liu. Se levantó y empezó a pasearse frente a las aberturas de un lado del cobertizo. Así es como Mao nos enseñó a tratar a nuestros enemigos. Y así lo hice, con la ayuda de esa escoria del Ave Fénix. En todo este tiempo no he dejado de pensar que con esto volverá la pureza de los viejos tiempos. Cuando pienso en aquel entonces, no puedo evitar recordarnos a los tres juntos: mamá, baba e hija. Necesitaba que mi hija volviera a casa para completar la familia. La necesitaba aquí, donde pudiera vigilarla. Hace muchos años que Hulan lo sabe.

Hulan se estremeció, pero no dijo nada.

– Pero luego, Liu Hulan, mi queridísima hija, vi que mis acciones podían procurarme la mayor felicidad de mi vida. -Se detuvo frente a una de las aberturas y asintió para sí al recordar. David creyó ver pasar una sombra en el exterior-. La venganza es una acción gloriosa. Es deliciosamente pura.

– ¿He de suponer, pues, que encontraríamos el cadáver del embajador Watson aquí? -preguntó ella.

– No, acababa de salir cuando habéis llegado.

– ¿Era el del coche? ¿No está muerto?

– El embajador y yo os hemos esperado durante muchas horas. Es un hombre aburrido y predecible, ¿no te parece? Pero tienes razón. Se fue. Quería volver a la embajada de Pekín. Cree que allí estará a salvo. -El padre de Hulan agitó la mano, como solía, como si dispersara un mal olor, sólo que esta vez empuñaba una pistola-. ¿Para qué iba a matarlo? Hay otros castigos mucho peores, ¿no estás de acuerdo?

– Tendrá inmunidad diplomática por los crímenes cometidos en China -dijo ella.

– Creo que tu padre se refiere al asesinato del único hijo de Watson -sugirió David.

– Sí, claro, eso también -convino Liu-. Pero hay algo aún mejor, tendrá que enfrentarse con la madre del chico todos los días, sabiendo que él es el responsable de su dolor. Y cuando ella descubra que su marido es culpable… ¿Lo sabe ya? ¿Por eso estáis aquí? ¡Oh, cómo me gustaría ver la expresión de la cara de Watson! -Imaginándolo, soltó otra risotada-. Pero no, no estaba pensando en el embajador. Estaba pensando en vosotros.

David avanzó un paso con la esperanza de que el hombre estuviera tan abstraído en su historia que no se diera cuenta. Pero los osos, que habían empezado ya a gruñir y mover la cabeza de lado a lado al captar las emociones humanas, se agitaron aún más. Cuando dos de ellos se arrojaron contra los barrotes de sus jaulas, el viceministro apuntó rápidamente al corazón de David. Empezó a pasearse de nuevo.

– Lo cierto es que, cuando te asigné la investigación de la muerte de Guang Henglai, lo hice porque, bueno, ¿qué puedo decir?, creía que no llegarías a ninguna parte. Naturalmente, el embajador Watson tampoco quería que el caso se investigara. Así que cuando recibí ordenes de instancias superiores de apartaran del caso, pensé que todo estaba saliendo según mi plan. ¡Pero no había contado con aquellos imbéciles de inmigrantes del Peonía. Obviamente me complicaron las cosas cuando no arrojaron el cadáver por la borda.

David estaba seguro de que no les quedaba mucho tiempo. Apoyada contra la pared había una horca a espaldas del padre de Hulan, pero lo mismo hubiera dado que se hallara en el lado oculto de la luna.

– Luego tu amante va y encuentra el cadáver en el Peonía -dijo Liu-. No tengo palabras para expresar lo que sentí al enterarme. Luego, cuando recibí órdenes de reabrir el caso, porque nuestros dos grandes países tenían que trabajar conjuntamente, mi futuro se abrió de repente ante mí con absoluta claridad. Verás, jamás olvidé aquel día en el hutong. Jamás olvidé lo que le hiciste a tu madre.

– Hulan no hizo nada -dijo David. Oyó el chasquido de la pistola y notó la quemadura cuando la bala penetró en su brazo.

El impacto lo arrojó contra la pared del fondo del cobertizo. Los osos rugieron. Hulan dio un grito y quiso acudir a David.

– ¡No! No te muevas -dijo su padre, agitando la pistola en dirección a su hija. Liu miró al americano, caído contra la pared y sujetándose la herida-. Hay muchas formas de morir, fiscal Stark. Rápidamente con una bala. 0 lentamente. Intenté que fuera indoloro una vez en Pekín, pero no funcionó. Que así sea. Ahora estamos aquí, y quiero que entienda una cosa. No sabe nada de Hulan ni de mí. Le sugiero que mantenga la boca cerrada y tendrá una muerte piadosa.

Liu retrocedió lentamente hasta dar con la espalda en una de las aberturas del cobertizo. Volvió a fijar la atención en su hija y adoptó un tono paternal, el que siempre había usado para hablar con ella sobre deberes familiares, tradición y costumbres.

– Como sabes, la venganza es un deber para todos los chinos. Al igual que la deuda que tenemos hacia nuestros padres, ha de ser pagada. Como las deudas monetarias que se acumulan, hemos de pagarlas. Pueden ser precisos muchos años o muchas décadas, pero un chino con honor ha de vengarse. He aguardado pacientemente, Liu Hulan, y ahora ha llegado el momento.

Apuntó a la cabeza de su hija. Esta enderezó los hombros. Entonces, desde su posición en el suelo, David vio un brazo que entraba por la abertura del cobertizo y rodeaba rápidamente el cuello de Liu, sujetándolo. La sorpresa hizo que la mano de Liu vacilara y Hulan le hizo soltar la pistola de un golpe. Al mismo tiempo, otra mano surgió de las sombras y apretó el cañón de un revólver contra la sien de Liu.

– Se acabó -dijo el jefe de sección Zai.

24

Después, Las Grandes Colinas

Por un momento se hizo el silencio.

– Hulan -dijo al fin Zai-, ya sabes qué hacer. -Viendo que Hulan no se movía, ordenó-: Inspectora, recoja el arma. Ella obedeció y apuntó a su padre.

– Voy a entrar. Quédate donde estás -le dijo-. ¿Entendido? Ella asintió. Zai desapareció unos segundos y luego entró por la puerta.

– Mi viejo amigo, bienvenido -dijo Liu con tono amargo.

Zai alzó el revólver para apuntar a Liu. Hulan dejó caer la pistola de su padre, miró en derredor y corrió junto a David.

– Estoy bien -dijo él. Alzó la vista hacia Zai-. Nos ha seguido. El coche frente a la casa de Hulan…

– Y muchos otros -dijo el mentor de Hulan, asintiendo-. Sabía que al final vendrían a Chengdu. Les esperé en el aeropuerto. A partir de allí fue fácil. Hulan es una profesional, pero no esperaba que yo la siguiera y yo tengo más experiencia.

– Ha dejado que viniéramos hasta aquí. -David levantó el brazo sano para indicar el cobertizo, los osos, Liu.

– Cuando se apartaron de la carretera principal, ¿qué podía hacer yo? -Zai se dirigió a Liu-. Creo que éste ha sido tu mayor error. Este lugar está aislado, pero la ubicación… No es lo que aprendimos en el ejército.

– ¿De qué está hablando? -preguntó David, indignado.

Hulan lo tocó para apaciguarlo.

– Este campo está en el fondo de un cañón y muy aislado -explicó Zai-. No podía seguirles. Me hubieran visto. Pero desde la carretera principal podía vigilarlos sin ser visto. He seguido la luz de los faros mientras avanzaban. Si se hubieran alejado mucho, hubiera entrado yo también con el coche, pero al ver que las luces se detenían aquí, he comprendido que tendría que andar. Así mi llegada sería una sorpresa.

– ¡Lo sabías todo! -gritó Liu de repente, como aquejado de algún dolor.

– Hace mucho tiempo -dijo Zai con tristeza-. Al fin y al cabo, nos conocemos hace muchos años.

– Quería que tú pagaras y Hulan también…

– Liu, ¿cuántas veces he intentado decírtelo?

La conversación había dado un giro. David notó que Hulan se apartaba de él y permanecía muy quieta escuchando.

– Sé lo que vi -decía su padre-. Sé lo que oí. Mi hija destruyó a su madre, a mi esposa.

– ¡No! -El monosílabo fue tajante-. Fueron tus turbias actividades las que destruyeron a Jinli. Jamás has querido escuchar la auténtica historia, Liu. Pero esta vez lo harás. Lo que le ocurrió a Jinli fue culpa tuya.

– ¡Jamás! ¡Fue tuya y de Hulan!

– Yo estaba allí -replicó Zai-. Yo vi lo que sucedió. ¿Recuerdas?, trabajábamos juntos en el Ministerio. Sabía que ya entonces estabas metido en historias. No me refiero a cómo intentabas que se hicieran las películas. En aquella época todos hacíamos lo que podíamos para llevar historias sinceras al pueblo, no sólo propaganda. Pero tú eras amigo mío, y cuando otros venían a informarme de que habías aceptado un soborno, de que cobrabas comisiones a los trabajadores o de que tenías un lío con la secretaria Sung, les ordenaba que salieran de mi despacho. Ellos te despreciaban por tus delitos, y yo no hice nada.