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El dinero constituía uno de sus factores determinantes, se dijo, si bien no sabía por qué. Una motivación, por una causa u otra: dinero… También pensaba, cada vez más, que había maldad, aquí o allí, no sabía dónde. Poirot entendía de esto. Había tropezado con la maldad muchas veces anteriormente. La olía, conocía su sabor, la forma en que se presentaba. Lo malo era ahora que no acertaba a localizarla, a fijarla. Había dado ciertos pasos para combatirla. Esperaba que bastase lo que había hecho. Algo se estaba desarrollando, algo estaba en continua evolución, algo que por tal razón no se había realizado aún. Alguien, en alguna parte, se hallaba en peligro.

Lo malo era que los hechos señalaban dos caminos. Si la persona que se imaginaba estaba en peligro, si era verdad esto, no acertaba a ver el por qué. ¿Por qué había de correr aquel ser un riesgo? No existía ningún móvil. De estar equivocado, de no hallarse en peligro aquella criatura humana, habría de girar en redondo y repasar a su vez en toda su extensión el punto de vista opuesto.

Dejó aquella cuestión de momento, sin decir nada, como en equilibrio. Quería pasar a ocuparse de los individuos, de los personajes que intervenían en el drama. ¿Cómo quedaban dispuestos en el escenario del mismo? ¿Qué papel representaba cada uno?

Se detuvo primeramente en… Andrew Restarick. Había llegado a reunir una información de regular importancia sobre él. Poseía el cuadro descriptivo de su vida en general antes y después de marcharse al extranjero. Había sido un individuo inquieto, que jamás echara raíces en ninguna parte. Pero, en general, caía bien a la gente. No era un sujeto derrochador, precisamente, ni amigo de la ostentación. No se le podía considerar, probablemente, un individuo de personalidad fuerte, acusada. ¿Sería débil en algunos aspectos?

Poirot frunció el ceño, disgustado. Aquel retrato, sin saber exactamente por qué, no coincidía con la imagen que él había tenido delante de los ojos. Nada de debilidad delataba el saliente mentón, la firme mirada, el aire resuelto del padre de Norma. Aparentemente, había sido un hombre de negocios de reconocido éxito. Su habilidad se había puesto de manifiesto en los primeros años de su carrera, realizando beneficiosas transacciones en África del Sur y en Sudamérica. Había sabido incrementar su fortuna. El suyo era un historial saturado de triunfos. No. Nada de fracasos. ¿Cómo atribuirle en tales condiciones una personalidad débil? Su debilidad se ponía de manifiesto únicamente en lo que a las mujeres se refería. Su matrimonio había constituido un error. Se había casado con una mujer que no encajaba en su temperamento. ¿Influyó la familia en aquella unión? Después tropezó con otra mujer… ¿Una? ¿No habría habido varias? Después de tantos años era difícil hacerse con cierta clase de datos. No se le podía juzgar un esposo infiel dentro de la primera etapa de su matrimonio. Había fundado un hogar como tantos, demostrando, a su modo, un gran cariño por su hija. Más tarde, sin embargo, dejó que entrara en su vida otra mujer, con tanta fuerza que se decidió a abandonar su casa y su patria. Aquélla debía haber sido una auténtica historia de amor.

¿Habría existido para dar tal paso algún motivo adicional? ¿Había influido en él el disgusto que le producía su trabajo en la City, la diaria rutina de la existencia londinense? Poirot pensó que sí, que tal vez… Venía bien aquello, encajaba perfectamente en su composición de lugar. Parecía haber sido, además, un solitario. Sí. Había caído bien entre gentes muy diversas, pero no contaba en ningún sitio con amigos íntimos, ni en su país ni en el extranjero. Naturalmente, a esto ultimo se oponía su carácter inquieto, de autentico trotamundos. Había cambiado constantemente de horizontes. Tras concebir una idea osada, habíase apresurado a llevarla a la práctica, sacando el máximo provecho de ella. Posteriormente, no mucho después, cansado del juego, se había retirado, trasladándose a otro punto. Andrew Restarick había sido siempre un nómada, un vagabundo…

Esto continuaba sin encajar en su personal interpretación del carácter de aquel hombre, en el retrato que se había forjado. El… ¿El retrato? Se le vino a la memoria a Poirot entonces el cuadro que viera colgado en una de las paredes del despacho de Restarick, detrás de su mesa de trabajo, que quedaba por encima de su cabeza. Se trataba del mismo hombre quince años atrás. ¿Qué diferencia separaba al cabo del tiempo a los dos individuos, al real y al plasmado por el pintor en el lienzo? Muy pocas, muy pocas. Resultaba verdaderamente extraño. Los cabellos se habían poblado de canas: la línea de los hombros era más rígida… Pero los rasgos faciales permanecían casi inalterables. La expresión era decidida. Revelaba al hombre que sabe lo que quiere y que aspira a pisar la meta de sus aspiraciones. A un tipo así no le arredrarían nunca los riesgos. Y hasta sería capaz de algunas rudezas…

Poirot se preguntó por qué razón se habría traído a Londres aquel cuadro de Restarick. Los esposos, en el lienzo, habían estado siempre juntos. Desde el punto de vista artístico lo aconsejable era que hubiesen seguido igual. ¿Sostendría un psicólogo que subconscientemente, Restarick pretendía disociarse de su primera esposa una vez más? ¿Estaba él entonces alejándose todavía de ella, incluso después de muerta? Un punto interesante.

Los cuadros, sin duda, habían estado guardados largo tiempo en una habitación, junto con otras piezas familiares del mobiliario. Mary Restarick habría seleccionado algunos elementos personales para complementar la decoración de «Crosshedges». Poirot se preguntó si Mary, la nueva esposa, habría colgado con agrado aquel par de retratos. Se habría conducido de una forma más normal de haber relegado a la buhardilla el cuadro de la primera mujer de Andrew. Luego pensó en la posibilidad de que no hubiese en la finca un sitio adecuado donde «enterrar» prácticamente cosas por las que no podía sentir aprecio alguno. Evidentemente, sir Roderick había hecho espacio para que cupieran unos cuantos retratos familiares mientras la pareja buscaba una vivienda adecuada en Londres. Siendo aquello provisional, la prueba resultaba menos dura. Por otro lado, Mary Restarick daba la impresión de ser una mujer sensata, nada celosa, poco dada a dejarse llevar por impulsos caprichosos, arbitrarios.

«Tout de même —se dijo Poirot—, les femmes son capaces de sentir celos. Y éstos anidan donde uno no piensa».

Sus reflexiones se detuvieron en Mary Restarick, cuya figura pasó a considerar detenidamente. Ahora se sorprendía de que hubiera pensado tan poco en ella. Habíala visto en una ocasión y por un motivo u otro aceptó su persona con entera naturalidad. Le había llamado la atención su aire de mujer eficiente y también —¿cómo expresarlo?—, cierto perfume de artificio que emanaba… («¡Eh!, amigo mío —pensó Poirot, como si se llamará a sí mismo la atención—. Has reparado de nuevo en su peluca»).

Era absurdo que supiese tan poco acerca de aquella mujer. Se trataba, en suma, de una mujer capaz, que gastaba peluca, que era muy bella, que parecía sensata, que se sentía presa de la ira… Porque Mary se había irritado al ver al «pavo real» vagando por la casa sin que nadie le hubiese invitado a pasar. El arrebato había sido vivo, inmediato, inconfundible. ¿Y cuál había sido la reacción del joven? Se había sentido divertido, no más, pero la ira de Mary fue patente en aquellas circunstancias. Poirot encontraba el incidente lógico. Ninguna madre habría querido un joven como David Baker para su hija…

Poirot se detuvo en sus reflexiones, moviendo la cabeza, fatigado. Mary Restarick no era la madre de Norma. En ella no encajaba la angustia de la mujer que se enfrenta con la posibilidad de que su hija se una para siempre a un hombre que no le conviene en absoluto o con el terrible anuncio de la llegada al mundo de un hijo cuyo padre se ha conceptuado como un indeseable. ¿Qué sentimientos albergaba el corazón de Mary con respecto a Norma? Aquélla, por muchas causas, debía de pensar que su hijastra era una criatura fastidiosa, que había terminado fijándose en un individuo que al convertirse en su marido sería con seguridad una fuente inagotable de preocupaciones para Andrew. ¿Cómo habría evolucionado su actitud inicial? ¿Qué pensaría de una chica que, al parecer, había intentado deshacerse de ella, envenenándola?