Выбрать главу

¿Por qué? ¿Porque padecía cáncer o creía padecerlo? ¿Cómo? ¡Si en la encuesta el médico forense había declarado de forma tajante que no existían motivos para creer tal cosa!

Poirot quería dar con algo que uniera a aquella mujer con Norma Restarick. No acertaba a localizarlo. Empezó a releer el informe…

En la encuesta la identificación había corrido a cargo de un abogado. Se llamaba Louise Carpentier, si bien ella usaba este apellido afrancesado. Charpentier. ¿Porque iba mejor con su nombre de pila? ¿Por qué a Poirot Louise le sonaba vagamente familiar? ¿Lo había mencionado alguien durante una conversación? ¿Formaba parte de una frase? Sus dedos se movieron ágilmente, separando unas cuartillas de otras. ¡Ah! ¡Allí estaba! Había una referencia. Andrew Restarick había abandonado a su mujer para irse con otra, llamada Louise Birell. Una persona que había quedado prácticamente anulada en las etapas posteriores de la vida de Andrew. Al cabo se disgustaron, separándose. La misma línea de conducta, se dijo Poirot. Conocía aquel tipo de mujer… Después de haber amado violentamente a aquel hombre, llevándole a destrozar su hogar, venía la riña y la separación definitiva… Estaba seguro, muy seguro, de que aquella Louise Charpentier y Louise Birell eran la misma persona.

Aun así, ¿cómo ligar su vida a la de Norma? ¿Habría regresado Andrew Restarick a Inglaterra en compañía de Louise Charpentier? Poirot dudaba de esto. Se habían separado años atrás. Que se hubieran reunido nuevamente le parecía improbable, por no decir imposible. Aquel había sido para Restarick un amor pasajero, en realidad. Mary no podía mostrarse celosa a consecuencia del pasado tormentoso de su marido en el grado que revelaba el propósito de arrojar a la antigua amante por la ventana de un séptimo piso. Pensar eso era ridículo. La única persona que Poirot estimaba capaz de albergar y fomentar un resentimiento años y años, como colofón, de vengarse, era la primera señora Restarick. Y aquí el hilo del razonamiento se acababa por un motivo evidente: la madre de Norma había fallecido hacía tiempo.

Sonó el timbre del teléfono. Poirot no se movió. En aquel instante lo único que deseaba era no ser molestado. Tenía la impresión de haber dado con una huella de cierta categoría… Quería insistir, seguir por aquel camino… El teléfono dejó de sonar. Perfectamente. La señorita Lemon se las entendería con el comunicante.

Abrióse la puerta de la habitación, entrando aquélla.

—La señora Oliver quiere hablar con usted —anunció.

Poirot movió una mano, despidiéndola.

—No, no. Ahora no. ¡Se lo ruego! No me es posible hablar con ella ahora.

—Dice que se trata de algo que acaba de recordar… de algo que había olvidado decirle. Se refiere a un trozo de papel…, a una carta sin terminar, la cual, según parece, se salió del cajón de una mesa que dos hombres subían a un capitoné. Me ha contado una incoherente historia —manifestó la señorita Lemon, permitiéndose dar a sus palabras un leve tono de desaprobación.

El movimiento de la mano de Poirot se tornó frenético.

—Ahora, no —respondió, impaciente—. Se lo ruego, señorita Lemon… Ahora, no.

—Le diré que está usted muy ocupado.

La señorita Lemon se retiró.

Poirot sintió que la paz volvió a renacer a su alrededor. Se notaba fatigado, sin embargo. Llevaba entregado a sus reflexiones demasiado tiempo, quizás. Era preciso descansar. Había que borrar aquella tensión. Probablemente, lo vería todo más claro luego. Cerró los ojos. Allí, ante él, tenía todos los elementos, todos los datos del problema con sus incógnitas. Estaba seguro de una cosa ahora: nada nuevo llegaría ya a él desde el exterior. Lo que más le interesaba había de venir de dentro

* * *

Y… de repente, en el preciso instante en que sus párpados se cerraban por el sueño (pura paradoja), lo vio

Estaba allí… ¡esperándole! Tendría que desenmarañarlo. Pero ya sabía a qué atenerse. Todos los elementos del rompecabezas se hallaban al alcance de su mano. Y encajaban perfectamente unos en otros. Una peluca, un cuadro, las cinco de la madrugada, unas mujeres, y sus respectivos peinados, el «pavo real»… Todo conducía a la frase con que comenzara la historia.

Quizás haya cometido un crimen… ¡Naturalmente!

La tercera muchacha

Se le vino a la memoria una absurda canción infantil. Recitó la letra en voz alta:

Rub, a dub dub

, tres hombres en una bañera.

¿Y quiénes creéis que son?

Un carnicero, un panadero, un fabricante de palmatorias…

—¡Lástima que no se acordara del último verso!

Un panadero, sí[1], y de una manera un poco rebuscada, un carnicero…

Pat a cake, pat

, tres chicas en un piso.

¿Y quiénes creéis que son?

Una secretaria particular y una muchacha del Slade.

La tercera es…

Entró de nuevo en el cuarto de la señorita Lemon.

—¡Ah! ¡Ya recuerdo! «Y los tres salieron de una imaginaria patata».

La señorita Lemon contempló a su jefe con cierta expresión de ansiedad en sus ojos.

—El doctor Stillingfleet insiste en hablar con usted enseguida. Me ha dicho que es urgente.

—Contéstele al doctor Stillingfleet que… ¿El doctor Stillingfleet, ha dicho usted?

Poirot cruzó aprisa por delante de su secretaria, cogiendo el micro.

—Aquí me tiene, doctor. ¡Poirot al habla! ¿Ha ocurrido algo?

—La muchacha se me ha escapado.

—¿Qué?

—Lo que acaba de oír: se ha ido. Utilizó la puerta principal para marcharse.

—¿Y le permitió usted…?

—¿Qué otra cosa podía hacer?

—Pudo usted haberla obligado a quedarse ahí.

—No.

—Eso ha sido una locura.

—No.

—¿Es que no comprende?

—Lo convenido fue eso. Era libre: podía marcharse cuando ella quisiera.

—Usted no sabe qué complicaciones acarreará ese paso.

—Es posible. Pero yo sé muy bien lo que me hago. Y de no haberla dejado partir todo mi trabajo no habría servido de nada. Me ha encargado un trabajo y yo no lo he rehusado… Su labor es distinta de la mía. No perseguimos el mismo fin. Le notifiqué que estaba consiguiendo resultados positivos. Tanto es así que me hallaba seguro de que no se iría.

—Entonces, mon ami… ¿A qué se debe esa acción suya?

—Francamente: no lo entiendo. No me explico este retroceso.

—Algo ha sucedido.

—Sí, pero, ¿qué?

—Habrá visto a alguien; alguien habló con ella, una persona que descubrió su paradero…

—¿Cómo? ¿Cómo? Ahora bien, usted ni parece darse cuenta de que la chica es una persona libre, dueña de sus acciones. Tiene que ser así.

—Alguien la localizó; alguien averiguó dónde se encontraba… ¿Recibió alguna carta o un telegrama? ¿La llamaron por teléfono?

—No, no. No ha sido nada de eso, estoy seguro.

—Entonces… ¿cómo? ¡Claro! Los periódicos. Ustedes, naturalmente, recibirán periódicos en ese establecimiento, ¿no?

—Por supuesto. Yo siempre he abogado en mi centro por que los pacientes lleven una existencia completamente normal.

—Pues ésa ha sido la vía utilizada, la de la vida cotidiana… ¿Cuántos periódicos reciben ustedes?

—Cinco.

El doctor Stillingfleet los citó uno por uno.