—Todo ha terminado, pues —dijo la señora Oliver—. No obstante (hablo pensando en Norma), creo que es preciso ser prácticos. Hay que hacer planes. La chica no puede saber por sí misma qué es exactamente lo que más le conviene. Está esperando que alguien se lo diga.
Su mirada, al estudiar los rostros de los dos hombres, era muy severa. Poirot guardó silencio, limitándose a sonreír.
—¡Oh! —exclamó el doctor Stillingfleet—. Te lo diré todo, Norma… El martes tomaré el avión para Australia. Quiero echar un vistazo por allí, ver si lo que me tienen preparado va a dar resultado y todo lo demás… Luego, te enviaré un cable para que te reúnas conmigo. Seguidamente, nos casaremos. Habrás de creerme si te digo que no es tu dinero lo que yo ansío. Yo no soy de esos médicos que sueñan con montar grandes centros de investigación… Mi interés fundamental se centra en las personas. Y pienso que los dos podremos entendernos perfectamente. En cuanto a lo de que soy brusco con los que me rodean… te diré la verdad: no lo había advertido. No olvidaré fácilmente la aventura que has vivido en el transcurso de la cual debiste de sentirte en ocasiones tan desvalida y en peligro como un indefenso mosquito que revoloteara por encima de una cuba de vino. En definitiva, por tu carácter, serás tú quien me lleve de la mano y no yo a ti…
Norma no hizo el menor movimiento. Escudriñó el rostro de John Stillingfleet cuidadosamente, como si hubiera estado considerando algo que conocía desde otro punto de vista distinto por completo.
Y luego esbozó una sonrisa. Fue la suya una sonrisa muy dulce, como la de una niña que se sintiera súbitamente feliz.
—De acuerdo, John —murmuró.
A continuación se dirigió a Hércules Poirot.
—Yo también me he mostrado brusca —declaró—. Me acuerdo del día en que me presenté en su casa, cuando usted se encontraba desayunándose. Señalé que era demasiado viejo para poder ayudarme. Fui ruda, sí. Y eso, por añadidura, no era verdad.
Norma colocó sus manos sobre los hombros de Poirot, besándole.
—Será mejor que llame usted a un taxi —dijo Poirot a Stillingfleet.
Éste asintió, saliendo de la habitación. La señora Oliver cogió el bolso y su estola de pieles. Norma se embutió en su abrigo y la siguió hasta la puerta.
—Madame, un petit moment.
La señora Oliver movió la cabeza. Poirot acababa de descubrir sobre el sofá un hermoso mechón de grisáceos cabellos.
Ariadne exclamó, ligeramente enfadada:
—Son como todas las cosas que se hacen hoy día: malas… Me refiero a las horquillas. Resbalan y a una se le cae todo…
La señora Oliver salió del cuarto frunciendo el ceño todavía. Unos segundos después, en la entrada, tornó a volver la cabeza. Ahora habló en un susurro:
—Sólo quiero que me diga… Ella ya no está ahí. No hay novedad… ¿Envió usted a la chica a ese doctor con un fin determinado previamente?
—Desde luego. Los méritos profesionales de Stillingfleet…
—Déjese de méritos profesionales. Usted sabe a qué me refiero. Él y ella… ¿Se lo pensó antes?
—Puesto que tiene tanto interés en saberlo, le diré que sí.
—Me lo figuraba. ¡Está usted en todo, monsieur Poirot!
AGATHA CHRISTIE, escritora inglesa nacida en Torquay (Inglaterra) el 15 de septiembre de 1890, es considerada como una de las más grandes autoras de crimen y misterio de la literatura universal. Su prolífica obra todavía arrastra a una legión de seguidores, siendo una de las autoras más traducidas del mundo y cuyas novelas y relatos todavía son objeto de reediciones, representaciones y adaptaciones al cine.
Christie fue la creadora de grandes personajes dedicados al mundo del misterio, como la entrañable Miss Marple o el detective belga Hércules Poirot. Hasta hoy, se calcula que se han vendido más de cuatro mil millones de copias de sus libros traducidos a más de 100 idiomas en todo el mundo. Además, su obra de teatro La ratonera ha permanecido en cartel más de 50 años con más de 23.000 representaciones.
Nacida en una familia de clase media, Agatha Christie fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Su primera novela se publicó en 1920 y mantuvo una gran actividad mandando relatos a periódicos y revistas.
Tras un primer divorcio, Christie se casó con el arqueólogo Max Mallowan, con quien realizó varias excavaciones en Oriente Medio que luego le servirían para ambientar alguna de sus más famosas historias, al igual que su trabajo en la farmacia de un hospital, que le ayudó para perfeccionar su conocimiento de los venenos.
De entre sus novelas habría que destacar títulos como Diez negritos, Asesinato en el Orient Express, Tres ratones ciegos, Muerte en el Nilo, El asesinato de Roger Ackroyd o Matar es fácil, entre otros muchos. Las adaptaciones al cine de su obra se cuentan por decenas.
Además de estas obras, Agatha Christie también se dedicó a la novela romántica bajo el seudónimo de Mary Westmacott.
Christie recibió numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera, como el título de Dama del Imperio Británico o el primer Grand Master Award concedido por la Asociación de Escritores de Misterio.
Agatha Christie murió en Wallingford (Inglaterra) el 12 de enero de 1976.
Notas
[1] Panadero en inglés es baker. Alusión a David Baker, amigo de Norma Restarick (N. del T.) <<
Table of Contents
La tercera muchacha
Guía del Lector
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Autor
Notas