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– ¡Jaso, Jaso!, ¿dónde te has metido? -oigo a Ama.

¿Cómo se llamará? ¿Leire? ¿Amaia? ¿Nerea? ¿Begoña? ¿Itziar? En el cuadro tiene siete años, pero ahora tendrá trece, como yo. ¿De qué caserío será? ¿En qué pueblo vivirá? Han pasado seis años, pero seguirá siendo tal como la veo ahora. Sus labios no los tiene para besar, como los de Andrea, sino para sonreír al recibir a Cristo. Se abre la puerta y veo la cabeza de Fabi.

– Ven, Fabi -digo.

Se acerca.

– Súbete a esa silla -digo.

– ¿Para qué? -dice Fabi, subiéndose a la silla-. ¿Qué haces aquí? Te anda buscando Ama.

– ¿Eres un chico o una chica? -digo.

– ¿Qué? -dice Fabi.

– Que si eres un chico o una chica -digo.

– Yo soy Fabi -dice Fabi.

– Yo también parecía una chica cuando Ama me ponía rizos -digo-. Súbete la falda.

Fabi se levanta la falda y dice que tiene frío.

– La otra falda también -digo-. La de abajo.

– ¿Para qué? -dice Fabi.

– No te importa -digo.

– Pues no me la levanto -dice Fabi.

– Es que tengo que verte… -empiezo a decir, pero oigo a Martxeclass="underline"

– ¿Qué haces todavía en el comedor, Jaso? Hace más de una hora que hemos acabado de comer. ¿Qué hace Fabi de pie sobre esa silla y con la falda levantada?

– Yo sólo quería saber si Fabi ha besado a alguien o alguien la ha besado a ella -digo.

– ¿Y cómo ibas a saber…? -Martxel se acerca a nosotros.

– ¿Qué te pasa, Jaso? ¿Por qué te has puesto tan rojo? ¡Por Dios, Jaso, basta una brisa para que te pongas como una amapola!

– Quiero que me ayudéis a llevar este cuadro a mi dormitorio -digo.

Ahora Martxel mira hacia donde yo miro.

– ¿Llevar el cuadro de la neska a…? -dice Martxel-. En los dormitorios sólo se ponen imágenes. Estoy seguro de que a Ama no le gustaría… Pero ¡oye!, ¿cómo ibas a saber si Fabi ha besado a alguien o si…?

– Su tripa -digo-. Creo que no la tiene como la bola del mundo, como se le pondrá a Andrea enseguida. Nadie ha besado a Fabi ni ella ha besado a nadie.

Martxel agarra a Fabi de las ropas y de un tirón la baja de la silla. Luego me agarra de la chaqueta y me zarandea.

– ¿Qué te pasa, Jaso? -dice-. ¡Dios mío, aunque el besar fuera pecado…!

– Ya veo que Andrea te ha convencido, por fin, de que no es pecado -digo.

– ¡Y no lo es! -dice Martxel.

– Si no es pecado, ¿por qué durante la comida no le has contado a Ama lo que pasó en la choza de Roque Altube? -digo.

– No hay por qué contar todas las cosas, aunque no sean pecado -dice Martxel.

– Debemos contar a Ama todo lo nuestro -digo-, como ella nos cuenta lo suyo.

– Pues empieza tú -dice Martxel-, y no quieras llevar este cuadro a tu dormitorio sin pedirle permiso.

– ¿Crees que Ama sufriría si me llevo el cuadro? -digo-. Yo no quiero traicionarla, no quiero hacerla sufrir, y por eso me llevaré el cuadro a escondidas.

– ¿De qué traición hablas? -dice Martxel-. Si Ama puso este cuadro en el comedor es que debe estar aquí.

– Quiero tener este cuadro en mi dormitorio -digo-. Tú ya tienes a Andrea. Yo empezaré a buscar a la muchacha que era una niña cuando la pintaron. Ha de seguir viviendo en algún rincón de nuestra tierra. Ama dice que tiene la más perfecta cara de vasca.

Martxel acerca su cara a la mía. Dice:

– ¡Jaso! -Y se pone a reír a carcajadas, diciendo-: ¡Jaso se ha enamorado! ¡Jaso se ha enamorado!

– ¡A Jaso se le han puesto rojos el cuello, la cara y las orejas! -dice Fabi.

– Esta noche van a venir invitados a cenar -oigo decir a una criada-. A ver cuándo los señoritos nos dejan libre el comedor para preparar todo lo que hay que preparar.

– Bueno, Jaso -dice Martxel, riendo-, te ayudaré a llevar el cuadro adonde quieras. Y cuenta conmigo para buscar a la dueña de esa preciosa carita… Aunque no sé para qué la quieres, si tampoco te atreverías a besarla.

– ¡A Jaso se le han puesto rojos el cuello, la cara y las orejas! -dice Fabi.

– Bueno, Jaso, bueno -dice Martxel-. Te ayudaré a cargar con el cuadro y a buscar a la neska.

– Me alegro de encontraros, por fin -oigo decir a Ama.

– Señora, necesitamos… -dice la criada.

– Sí, Iratxe, ahora mismo nos vamos todos y os dejamos trabajar -dice Ama-. ¡Dios mío!, ¿por qué permito que mi casa sea invadida por esa gente?

Nos empuja con suavidad a Martxel, a mí y a Fabi hacia la puerta, y sólo cuando salimos entran las tres criadas.

– Acercaos conmigo a esta ventana -dice Ama-. Tengo el presentimiento de que va a ocurrir algo terrible. Esta mañana se han marchado los últimos obreros. Han terminado la casa. Ahora es una casa sola y vacía y no tardará en ser ocupada.

Ahí está la casa de Ella, al otro lado de la carretera. Es tan grande como la nuestra, pero fea, fea, fea…

– No -dice Ama-. Caerá un rayo del Señor y la destruirá. Estoy segura de que Él escuchará mis oraciones. No puede consentir…

Ama hace una seña con la mano, sin dejar de mirar por la ventana.

– ¿Quieres acercarme una silla, Jaso? -dice.

Voy hasta un sillón y me pongo a arrastrarlo.

– Así, no, Jaso -dice Ama, sin volverse de la ventana-. Ayúdale, Martxel.

Viene Martxel y entre los dos levantamos el sillón. Lo dejamos junto a Ama y se sienta.

– Quiero verlo cuando suceda -dice.

Pongo mis labios junto al oído de Martxel.

– El cuadro no pesará más que el sillón -digo, bajito.

– ¿Por qué no te olvidas de ese cuadro? -dice Martxel, también bajito.

– Prometiste que me ayudarías a llevarlo a mi dormitorio -digo.

Ama no aparta los ojos de la casa de enfrente. Martxel me hace una seña y nos alejamos de puntillas. Fabi nos sigue a distancia. Las criadas ya están en el comedor con sus bayetas y escobones. Nos miran cuando Martxel y yo llevamos una silla al pie del cuadro.

– ¿Qué haces ahí como un pasmado? ¿Es que has cambiado de idea? -dice Martxel.

Martxel sube de un salto a la silla, agarra el gran marco con sus dos manos y trata de moverlo, de soltarlo de la pared. No puede. Lo intenta otra vez, y tampoco.

– ¿Qué hace, señorito? -dice una criada.

– No te importa -dice Martxel. Me mira-. Ven, súbete a otra silla. Me parece que yo era el que te iba a ayudar a ti.

Pongo otra silla y me subo. Agarro el cuadro por el otro lado.

– ¡Arriba! -dice Martxel-. Un poco más arriba para sacarlo de los ganchos.

– Se lo tengo que decir a la señora -dice la criada.

– ¡Ya está! -dice Martxel.

Bajamos de las sillas sin soltar el gran cuadro, que pesa menos de lo que parecía.

– Señoritos, ¿qué van a hacer con el cuadro? -dice la criada-. La señora nos echará la bronca a nosotras.

– ¡Afuera con él, Jaso! -dice Martxel.

Salimos del comedor, Martxel delante y yo detrás.

– ¡Martxel y Jaso se llevan el cuadro de la neskita! -dice Fabi-. ¡Martxel y Jaso se llevan el cuadro de la neskita!

Ama vuelve la cabeza y mira por encima del respaldo del sillón.

– ¿Se ha caído? No he oído nada -dice.

– ¡Jaso quiere llevarse a su cuarto el cuadro de la neskita! -dice Fabi.

Ama se levanta y viene.

– Es verdad -dice Martxel.

Ama me mira.

– ¡Yo no quería que lo supieras, Ama! -digo.