– Ahora le llevo a la cama, padre -dice Isidora.
– No quisiera que estas paredes volvieran a escuchar la palabra huelga -dice Urbano-. He sacado mineral durante cuarenta años, y aún seguiría, de no haber ocurrido… ¿Qué me vais a enseñar vosotros a mí de las minas? Llegué joven a esta tierra, me casé y tuve hijos. Dios quiso llevarse a ella y a mis dos chicos. Me quedó Isidora. ¡Sólo la fe en Dios me ha ayudado a soportarlo todo! Nunca me quejé, nunca protesté. ¡La vida con Dios está llena de compensaciones! No hemos venido a este mundo a gozar sino a ganarnos el cielo. ¡La huelga es una rebelión contra Dios! Aquí, a esta misma casa, venían otros a convencerme. «¡No, no!», les decía. «Recordad las palabras: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Estamos en las minas por la voluntad de Dios, no debéis olvidarlo nunca». Así les respondía yo cuando me hablaban de huelga sentados donde ahora estáis vosotros. Siempre la perdían. Sólo un puñado de descreídos se dejaba engañar por los tres o cuatro locos que les arrastraban a la huelga para conseguir aumento de jornal o menos horas de trabajo. ¡Siempre la perdían!, después de sufrir hambre ellos y sus familias durante días y días. ¡Siempre perdían la huelga! Y luego, el rastro que dejaba de odio, violencia y represión, incluso de muertes nunca aclaradas. ¡No debemos ir contra la voluntad de Dios! No, no quiero que en esta casa se vuelva a hablar de huelga.
Marcelo abre la boca, pero, antes de que diga la primera palabra, tropieza con la mirada de Isidora.
– Es la hora de ir a la cama, padre -dice Isidora.
Y se levanta y se pone detrás de la silla de ruedas. Parece que no podrá moverla, pero sí puede.
– Quedaos con Dios -dice Urbano. Las ruedas de madera maciza de su silla traquetean contra las anchas tablas del suelo. Al llegar a la puerta de su cuarto hace una seña con la mano a Isidora para que se pare. Se vuelve a medias a nosotros-. Soy viejo, pero no tonto, todavía -dice-. Sé muy bien que calláis, no porque me deis la razón, sino porque estáis pensando: «¡El pobre viejo, dejémosle con su chochez!». Pero yo os digo que los locos sois vosotros. ¡Nadie puede cambiar las minas! Es dura la vida en ellas, la gente sufre y muere, y quizá sea el lugar de la tierra donde los hombres sean menos hermanos entre sí… ¡Pero yo las conozco desde hace cuarenta años y no han cambiado, nadie, ninguna huelga las ha hecho cambiar! Vosotros sois los pobres locos que seguís en ellas sin la fe en Dios que me sostuvo a mí. El Señor os recogerá al final del camino por haber sufrido por Él en este infierno. Rezaré por vosotros para que no intentéis cambiar la voluntad de Dios. -Me mira-. Recuerda nuestra cita de mañana, Roque. Si puedes venir antes de las doce…
Me levanto para decirle que sí con la cabeza. Isidora empuja la silla y se meten en el cuarto. Isidora es más fuerte de lo que parece: ahora estoy seguro de que su cuerpo podría con los trabajos de Altubena. Mientras hablaba el padre, me he fijado bien en el cuerpo de la hija. Sus hombros no son tan delgados como creí. Me suele decir la madre que a ver con qué chica me caso, que no quiere que yo le lleve a una de esas que parecen señoritingas de capital. Cuando yo vaya a Altubena con Isidora y le diga a la madre: «Ama, voy a casarme con Isidora», la madre no le preguntará lo que le preguntó Andrumea, la de los Jauri, a la novia de su hijo Onsalu: «¿Ya levantas un saco de una arroba?». Y si se lo pregunta y luego Isidora le dice que no puede levantar un saco de una arroba, yo me casaría con Isidora. La madre tenía que haberle visto empujar la silla de ruedas. Pero Isidora no podrá llevar mañana esa silla por el barro de los caminos hasta la iglesia. Es pecado pensar en el cuerpo de las chicas, pero yo estoy pensando en el cuerpo de Isidora: ¿será tan pálido y delgado como dice su carita, o tan redondo como sus hombros?
– Tiene razón Urbano -dice Facundo-: de las pocas huelgas que ha habido no se ganó ninguna.
– ¿Puede llamarse huelga a un par de docenas de mineros poniendo cara de malos? -dice Marcelo-. ¡La huelga en que yo pienso haría temblar a los patronos!
Sin Isidora la casa no es la misma. Sólo miro la puerta que se abrirá para que yo pueda verla de nuevo.
– ¿Con qué fórmula mágica sacarías adelante esa gran huelga? -dice Eduardo-. La única fórmula mágica es la que nos falta: organización. Nunca se hará nada sin unos trabajadores organizados. En toda la zona minera el comité socialista de Bilbao no ha podido fundar, hasta hoy, más que dos agrupaciones: la de Ortuella y esta de La Arboleda. La gente tiene miedo de enfrentarse a los patronos y de perder su puesto de trabajo. Diariamente llegan a esta tierra hambrientos de fuera atraídos por los que a ellos les parecen elevados jornales. Los patronos son hábiles en manipular la gran demanda de trabajo, extendiendo el terror al despido. Los dueños de las minas son los mismos políticos monárquicos que controlan la política local y nombran alcaldes a los capataces y contratistas mineros a su servicio. ¿Qué puede hacer el pobre trabajador ante un enemigo tan bien organizado?
– Lo que hace es huir de nosotros cuando nos acercamos -dice Facundo.
Ahí está Isidora. Me mira: es lo primero que hace al abrir la puerta. Daría mi brazo derecho por que en la casa sólo estuviéramos ella y yo.
– Nos huyen porque les dan miedo nuestras palabras -dice Isidora, y así se enteran los otros de que ha vuelto-. Aunque saben que les estamos invitando a participar en una lucha justa, una lucha que los humildes tienen pendiente desde hace demasiado tiempo, no quieren que sus capataces les incluyan en sus listas negras, como ya han hecho con Marcelo.
– Sí, pero es igual, porque no pueden conmigo -dice Marcelo, moviendo su corpachón de un lado a otro, presumiendo como un pavo-. El capataz de la Orconera le dice al capataz de la Parcocha: «Cuidado con contratar a Marcelo Ruiz, que lo tengo en mi lista negra por alborotador». «Ah, bien, bien», dice el capataz de la Parcocha, «ahora mismo le pongo en mi lista negra.» Y el capataz de la Parcocha le dice al capataz de la Precavida: «Ojo con Marcelo Ruiz, que está en la lista negra de la Orconera y en la mía de la Parcocha». «Y ahora ya está en la de la Precavida», dice el capataz de la Precavida, apuntando mi nombre y buscando en el monte próximo al capataz de la Carmen… Pero cuando el capataz de la Parcocha, el de la Precavida, el de la Carmen y los de todas las minas se ponen a buscarme, cada uno por su lado y en secreto, y finalmente se enteran de que estoy contratado por el capataz de la Orconera, van donde éste y le gritan: «¿Por qué tienes en tu nómina a ese peligroso socialista de Marcelo Ruiz, si está en tu propia lista negra?». Y el capataz de la Orconera les dice: «Porque es el mejor barrenero y le contraté antes de que vosotros le contratarais». No pueden conmigo…, ¡soy el mejor barrenero de la cuenca! No importa que los capataces me oigan lo que canto al tiempo que manejo la barra: un golpe… «¡ocho horas de trabajo!»…, otro golpe… «¡ocho de descanso!»…, otro golpe… «¡ocho de educación!». -Marcelo mueve los brazos como si moviera una barrena-. ¡Trunk, trunk, trunk! «¡Ocho horas de trabajo, ocho de descanso, ocho de educación!» Me miran, me oyen y se dan la vuelta. A lo más, ordenan a los mineros próximos que se alejen para que no oigan mi canto de rebeldía… ¡Trunk, trunk, trunk! «¡Ocho horas de trabajo, ocho de descanso, ocho de educación!» ¡Trunk, trunk, trunk!… Sin informes, ¡y todos los mineros me entienden! ¡Así se va hacia la gran huelga!
Marcelo me mira como diciéndome: «¿Qué te parece, imbécil?». Y yo le miro, pensando: «Estás loco, todos estáis locos». Pienso que Isidora está tan loca como ellos, y cualquier día me la llevo a Getxo, a vivir juntos en mis bosques, en mis campos y en mis playas solitarias, y así olvidará esta guerra que se trae esta gente loca de las minas, y conocerá la paz y la soledad junto a mí en Altubena y dejará de estar loca.
Isidora se sienta en la banqueta y la vuelvo a tener frente a mí. Sí, es lo más bonito que he visto en mi vida. Su sitio no es aquí. ¿Por qué su padre la puso a vivir en estos montes sucios de mineral, entre esta gente con tanto odio dentro, siempre entre gente, a todas horas, grupos de gente malhumorada dentro y fuera de las casas, gente, gente…?