Выбрать главу

– ¡Nunca permitiré que negocies también con mis hijos! ¿Yo fui también un negocio para ti? -dice Ama.

– Mujer, mujer… ¿Es pecado preocuparse del futuro de…? -dice Aita.

– ¡El futuro de mis hijos está aquí, en Euskeria! ¡Su sangre vasca sólo se mezclará con sangre vasca! ¡Ni ellos ni yo pactaremos jamás con el enemigo, como haces tú! -dice Ama.

– Ésas son palabras demasiado fuertes, Cristina -dice don Eulogio.

– No andéis también en el día de Jaso como el perro y el gato -dice amama.

Ama se levanta y viene hasta mí y me estrecha contra su cuerpo tembloroso.

– ¡Sería yo la última en profanar el día de mi pobre hijo! -dice.

Pienso: «¡Ama!».

– ¿Qué os pasa, pequeños? ¿Se ha comido el gato vuestra lengua? ¿Quién ha pescado más quisquillas? Le daré dos reales al campeón -dice Aita.

Ama vuelve a su sitio. Su mano tiembla al coger un vaso de agua. Parece que va a beber, pero lo deja otra vez sobre la mesa.

– Bien sabe Dios que yo nunca había sido una mujer cobarde -dice.

– ¡A Jaso se le ha caído el chocolate! -dice Fabi.

– Yo le limpiaré a mi hijo -dice Ama, levantándose con una servilleta en la mano. Me limpia la pechera. Me besa en la frente y me mira con lágrimas en los ojos-. ¡Tú sí que me comprendes, Jaso!

– ¡Quiero más churros! -dice Fabi.

Aparecen otras dos fuentes de churros sobre la mesa.

– Cuidado con el empacho, amama. No olvide el susto que nos dio hace un mes -dice Aita.

– Es que nunca se habían comido en esta casa churros tan ricos hasta que vino la Chica -dice amama.

– Sí, es verdad… ¿Quién te enseñó a hacerlos tan bien? -dice Ama.

– Ellos -dice la Chica.

– ¿Quiénes son ellos? -dice Ama.

– Están muy lejos -dice la Chica.

– ¡Vaya una respuesta! Esta muchacha es sorprendente: ¡están muy lejos!… Pero ¡qué manera de llevar el nuevo uniforme! ¿Para esto me he afanado tanto en su diseño? Tendremos que hacerle algún retoque. Luego lo miraré mejor, pero tengo la impresión de que te hace deforme… -dice Ama.

La Chica mira a Ama.

– Si no fuera un sacrilegio, pediría que se consagrara con chocolate en vez de con vino -dice don Eulogio.

– Pues ya lo ha dicho -dice aitxitxe.

– Sí, ya lo he dicho -dice don Eulogio.

– ¿Os gusta la merienda de Jaso? -dice Ama a Juan, a Andrea y a Anselmo.

– ¿No ves que ni respiran para comer? -dice Aita.

– Luego me das la receta de este chocolate tuyo tan exquisito, ¿eh? -dice Ama a la Chica.

– ¡Me ha salido una nata en el chocolate! -dice Fabi.

– Cristina, siempre te digo que estás criando mal a esta chiquilla. ¡Nunca he visto que se cuele la leche! -dice amama.

– Jacinta, sirva chocolate a Fabi en otra taza. Ya verás como no encuentras más natas, mi vida -dice Ama. Mira a la Chica-. No se olvide de retocar su uniforme. ¡No he visto jamás una prenda que le caiga tan mal a alguien!

Es por lo mucho que ha engordado la Chica, por su tripa como un bombo. Yo no puedo tener un hermanito ahí dentro. ¿Cómo no se da cuenta Ama de que la culpa no es del vestido sino de esa tripa?

Ama mira a la Chica y le dice:

– Por favor, métase en casa, que yo no la vea más con ese espantoso uniforme.

Ama no aparta los ojos de la Chica.

– ¿Por qué se me queda mirando así? -dice.

La Chica se ha parado a tres pasos de Ama, mirándola fijamente, con los brazos caídos a un lado y a otro de su cuerpo quieto. Se quita el delantal del uniforme: la gran bola de la tripa de la Chica se ve más que nunca.

Ama deja de hablar y sólo hace que mirar a la Chica.

– ¿Quiere darse la vuelta? -dice.

La Chica le aguanta la mirada y no se mueve.

– ¿Quiere darse la vuelta? -dice Ama.

– Es mejor que lo acepte de una vez -dice la Chica.

Y ahora Ama se levanta con un grito que me pone los pelos de punta y va hacia la Chica y le agarra de la mano y se la lleva. Suben los cinco peldaños de piedra y entran en la casa. Sólo miro la puerta por la que se han metido. Luego sale Ama, de golpe. Su cara ha envejecido un montón de años y sus ojos parecen dos grandes cristales a punto de romperse. Llega hasta Aita y le clava las uñas en la cara. Aita no se mueve.

– ¡Maldito, maldito, maldito…! -dice Ama.

Las uñas de Ama bajan muy despacio y dejan un rastro de líneas rojas a los dos lados de la cara de Aita. Aita no se mueve, no habla. Las uñas de Ama se llenan de sangre.

Los dedos blancos de Ama se llenan de sangre.

– ¡Maldito, maldito, maldito…! -dice Ama.

La Chica lo mira todo desde la puerta de casa, en lo alto de los cinco peldaños de piedra.

– ¡Ella es el Mal y tú has hecho causa común con el Mal! -dice Ama.

– ¿Por qué un hombre no ha de tener dos mujeres? -dice la Chica.

Ama se aparta de Aita, llega hasta la Chica y la arrastra escaleras abajo hasta el jardín y hasta don Eulogio.

– Y usted, cura, ¿también va a bendecir a este hijo de los nuevos tiempos? -dice Ama, tocando con su mano abierta la gran bola de la tripa de la Chica.

Don Eulogio se pone en pie y mira a todos los sitios menos a la tripa de la Chica.

– ¡Ella ha traído el Mal a Euskeria, a este viejo y santo hogar vasco! -dice Ama.

– ¿Por qué un hombre no ha de tener dos mujeres? -dice la Chica.

– ¡Dios me estaba queriendo decir hoy algo! -dice Ama.

– Camilo Baskardo va a tener su cuarto hijo -dice la Chica.

Ama corre hacia mí y se inclina para besarme y abrazarme.

– ¿Podría yo alguna vez dejar de ser tu madre, Jaso? ¿Qué intenta hacer tu padre con nosotros? ¡Martxel, Fabi, hijos míos, venid también a mi lado! -dice. Martxel y Fabi se levantan de sus sillas y se agrupan junto a mí, y Ama nos rodea con sus brazos temblorosos-. ¡Que pregunten a mis niños si quieren tener otra Ama!

– Mi hijo será varón y será Baskardo -dice la Chica.

Más que oírlo, el grito de Ama pasa a mí desde su pecho. Pienso: «¡Ama, Ama…!», sin atreverme a hablar. Ama grita mil veces: «¡No! ¡No! ¡No! ¡No!». Se aparta de nosotros y llega como una fiera ante la Chica.

– ¡Fuera de mi casa! ¡Vete con ese otro monstruo Madia, o como se llame, esa hija, hermana, amiga, amante tuya, o lo que sea! ¡Marchaos sin tocar ningún objeto de esta casa, sin tocarnos a ninguno de nosotros con vuestra carne maldita! -dice Ama.

Luego, la Chica y Madia o Magda, vestidas con los mismos harapos que trajeron al llegar, dos años antes, cruzan el jardín ante nosotros, sin mirarnos.

– Me voy con mi Baskardo varón -dice la Chica.

Abren la verja y se van.

Asier Altube

Todos supimos que, con su muerte, acababa de clausurarse una época, un capítulo o lo que fuera de la historia de Getxo, y que, en adelante, tendríamos que acostumbrarnos a vivir sin él.

Más que de su presencia física, se trataba de su mito, de la resonancia de un nombre que había traído demasiados cambios a nuestra vieja comunidad, que había significado demasiadas cosas, buenas y malas, y que había acaparado demasiado tiempo de tertulias y chácharas en mostradores y cocinas; un nombre que flotaba sobre nuestras cabezas desde hacía casi un siglo, despertando orgullo o provocando maldiciones, o ambos requerimientos juntos -en una de las contradicciones en que se debate nuestro nacionalismo-, y, ciertamente, la mayoría de nosotros no sabía con cuál de los dos sentimientos quedarse. Pues si por un lado Camilo Baskardo había llegado a constituir un grado de vasco revestido de los mejores atributos de la raza, por el otro, la parte más tradicional y sabiniana de nuestro pueblo no podía ignorar que él era uno de los grandes culpables de tanta industria y tanta fábrica, de tantas minas y altos hornos, de la cloaca en que se estaba convirtiendo la ría, del aluvión de inmigrantes, de la pérdida de tanto pasado, de la, en fin, «maldita industrialización», como decía don Manuel.