Ahora tenían docenas de perros, casi todos hijos, nietos y bisnietos de Princesa, que desaparecía de cuando en cuando para encontrar un viejo amigo entre los perros salvajes o elegir un nuevo pretendiente. Después de tantos cruces, sus descendientes eran de una raza incierta, y no se le parecían ni por la talla, ni por el color, ni por el carácter.
Pero para los niños Princesa era sólo una vieja perra, no muy interesante, con la que no se podía contar. Según ellos el año debía llamarse el año de las esculturas de madera, y después de algunas dudas Ish se mostró de acuerdo, aunque Princesa había sido su amiga. Lo había arrancado a tantos tristes pensamientos, lo había librado del miedo, y lo había llevado con saltos y ladridos a la casa donde había encontrado a Em. Y quizá sin ella hubiera continuado su camino. Pero Princesa había muerto ahora, pertenecía al pasado.
Pronto los niños ni siquiera recordarían su nombre. Princesa se hundiría en el olvido. A Ish se le heló el corazón. Él también envejecería, y sería una sombra del pasado. Lo llamarían un tiempo vieja momia, luego moriría y lo olvidarían. Así ocurría siempre. Y luego, mientras los otros discutían, pensó en las esculturas en madera. Habían llegado a ser una manía como las pompas de jabón o el mah-jongg de los viejos tiempos. De pronto, todos los niños habían invadido los aserraderos en busca de hermosas maderas de abeto para tallar en ellas bueyes, perros u hombres. Los primeros ensayos fueron torpes, pero algunos niños pronto se mostraron muy diestros. El entusiasmo se apagó con los días, aunque siguió siendo un pasatiempo agradable para las tardes de lluvia.
Ish había estudiado bastante antropología para saber que todos los pueblos tratan de expresarse artísticamente, y le preocupaba que la Tribu no manifestara ningún talento especial, y se contentara con vivir a la sombra del pasado: escuchando discos en los fonógrafos de cuerda y mirando viejos libros ilustrados. Le alegró por lo tanto aquella moda de la escultura.
Aprovechó una pausa en la discusión para apoyar a los chicos. El año se llamó año de la escultura en madera. Según Ish, ese año tenía un valor simbólico, pues señalaba una ruptura con el pasado y un paso hacia el porvenir. Sin embargo, el nombre no tenía quizá tanta importancia, y él exageraba su significado.
El año 12, Jean dio a luz un niño muerto. Em, como compensación, tuvo el primer par de mellizos. Se los llamó Joseph y Josephine, y luego Joey y Josey. Aquél fue, pues, el año de los mellizos.
El año 13 vio nacer a dos niños robustos. Fue un año tranquilo y agradable, sin sucesos de importancia. A falta de algo mejor, se lo llamó el año bueno.
El año 14 se pareció al 13 y fue el segundo año bueno.
El año 15 fue excelente y pudo haber sido el tercer año bueno. Pero había algunas diferencias. Ish y todos los mayores sintieron otra vez la vieja soledad y la amenaza de las tinieblas. No aumentar es disminuir, y aquél era el primer año sin nacimientos. Todas las mujeres —Em, Molly, Jean y Maurine— envejecían, y las niñas eran todavía demasiado jóvenes para casarse, excepto Evie, la idiota, que nunca debería tener descendencia. El año no había sido, pues, enteramente bueno, y no merecía ese título. Los niños recordaron que Ish había encontrado su viejo y asmático acordeón. Agrupados a su alrededor, habían cantado juntos viejas canciones como El hogar de la montaña y Ella vendrá por la colina, y los niños propusieron el nombre del año que cantamos. Nadie sino Ish pareció advertir en el nombre una confusión gramatical.
El año 16 se celebró el primer matrimonio. Los novios fueron Mary, hija mayor de Ish y Em, y Ralph, hijo de Molly, nacido poco antes del Gran Desastre. En los viejos tiempos, un matrimonio entre criaturas tan jóvenes hubiera parecido prematuro y hasta poco decente. Pero las antiguas normas no tenían ya vigor. Ish y Em, en la intimidad, pesaron el pro y el contra. Mary y Ralph no estaban perdidamente enamorados; pero desde un principio habían sido destinados el uno al otro. Era un matrimonio de conveniencia, como las antiguas bodas reales. El amor romántico, pensó Ish, había caído también víctima de la epidemia.
Maurine, Molly y Jean querían «una verdadera boda», según su propia expresión. Separaron un disco de Lohengrin y prepararon un vestido de novia de seda blanca con velo y corona. Pero para Ish estos ritos hubieran sido una horrible parodia del pasado. Em, con su reserva habitual, se mostró de acuerdo. Mary era, al fin y al cabo, hija de ellos, e impusieron su voluntad. Como toda ceremonia, Mary y Ralph se presentaron ante Ezra, que pronunció un discurso sobre los deberes y responsabilidades de los esposos. Mary tuvo un bebé antes de fines de diciembre, y el año fue el año del nieto.
El año 17 los niños sugirieron que se lo llamara año de la casa derrumbada. Una de las casas vecinas, en efecto, se hundió estrepitosamente ante los niños, que habían acudido a los primeros ruidos. Después de un examen, el accidente pareció normal. Las termitas eran dueñas del edificio desde hacía diecisiete años y habían carcomido los cimientos. Este suceso impresionó mucho a los niños, y a pesar de su escasa importancia, designó el año.
El año 18 Jean tuvo otro hijo. Fue el último niño nacido de la vieja generación, pero se habían celebrado nuevos matrimonios y nacieron dos niños más.
Éste fue el año de los estudios. En cuanto los primeros niños alcanzaron la edad escolar, Ish intentó enseñarles a leer y escribir y transmitirles algunas nociones de aritmética y geografía. Pero le era difícil reunir a sus alumnos, ocupados en sus tareas o juegos, y los estudios no habían adelantado mucho. Sin embargo, los de más edad sabían leer casi correctamente, o habían sabido leer en otra época. Ish se preguntaba si la mayoría —por ejemplo Mary, madre ahora de dos niños— sabría deletrear polisílabos. Mary era su hija mayor, y aunque la quería mucho, debía reconocer que no era, en verdad, una intelectual.
En ese año 18, Ish hizo otro esfuerzo y trató de reunir a todos los niños en edad de aprender, para que no fueran totalmente ignorantes. Tuvo éxito un tiempo; luego, los escolares lo abandonaron. No supo jamás si había obtenido algún resultado y sufrió una amarga decepción.
El año 19 fue llamado el año del alce a causa de un incidente que impresionó a los niños. Una mañana, Evie, asomada a la ventana, gritó algo con su rara voz ronca, señalando afuera con el dedo. Miraron y vieron un animal desconocido. Era un alce, el primero que se había aventurado en esos parajes. Sin duda los rebaños se habían multiplicado y ahora bajaban del norte a recuperar las posesiones que el hombre les había arrebatado.
Para el año 20 todos estuvieron de acuerdo: el año del terremoto. El viejo volcán de San Leandro había vuelto a la actividad, y una madrugada, una violenta sacudida, seguida de un estrépito de chimeneas que caían, despertó a la Tribu. Las casas habitadas soportaron el fenómeno gracias a George, que las mantenía en excelente estado. Pero las que habían sido roídas por las termitas, minadas por las aguas de las lluvias o carcomidas por el moho, se derrumbaron rápidamente. Los escombros cubrieron las calles, y el terremoto acabó así el lento trabajo del tiempo.
Para el año 21 Ish había elegido un nombre: el año de la mayoría de edad. Los miembros de la Tribu eran ahora treinta y seis: siete abuelos, Evie, veintiún hijos, y siete nietos.