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Krug rechazó la idea, conmocionado. ¿Intercambiar egos con un androide?

—¿Tienes tiempo, o has de volver en seguida al observatorio?—preguntó rápidamente a Niccolo Vargas.

—No hay prisa.

—Podemos ir ahora al laboratorio de ultraondas. Acaban de terminar una pequeña maqueta operativa del acumulador de primer nivel. Te interesará.

Echaron a andar por el musgo de la tundra. Se acercó un grupo de gammas, portando devoradores de nieve.

—¿Has estado alguna vez en una sala de derivación? —preguntó Krug tras una pausa.

Vargas se echó a reir.

—Me he pasado setenta años calibrando mi mente para poder usarla bien. No pienso dejar que nadie se meta en ella y me lo cambie todo.

—Exacto. Exacto. Esos juegos son para los jóvenes. Nosotros…

Krug se detuvo. Dos alfas, un varón y una hembra, habían salido del transmat, y caminaban rápidamente hacia él. No los conocía. El varón llevaba una túnica oscura abierta en el cuello, y la hembra un vestido corto color gris. Los dos lucían en la parte derecha del pecho un emblema brillante, que irradiaba energía de todos los colores del espectro en pulsaciones constantes. Cuando se acercaron, Krug consiguió distinguir las letras PIA en el centro del emblema. ¿Agitadores políticos? Sin duda. Y le habían cogido allí, al descubierto, para obligarle a escuchar su discurso. ¡Qué oportunos! ¿Dónde estaría Spaulding? Leon los sacaría de aquí en seguida.

—Es una suerte encontrarle, señor Krug —dijo el varón alfa—. Llevamos semanas intentando concertar una cita con usted; pero ha sido imposible, así que hemos venido…, perdón, antes debería presentarme. Soy Sigfrido Archivista, representante del Partido para la Igualdad de los Androides, como ya habrá averiguado por nuestros emblemas. Mi compañera es Alfa Casandra Núcleo, secretaria local del PIA. Si pudiéramos hablar un momento con usted…

—…sobre la próxima sesión del Congreso, y la propuesta de enmienda constitucional relativa a los derechos civiles de las personas sintéticas —dijo Casandra Núcleo.

Krug se quedó atónito ante la audacia de la pareja. Cualquiera, incluso un androide que trabajase para otra persona, era libre de acudir allí vía transmat. Pero acercarse a él así, acosarle con sus asuntos políticos… ¡Increíble!

—Nuestro atrevimiento de acercarnos directamente a usted —siguió Sigfrido Archivista— es producto de la seriedad de lo que nos preocupa. Definir el lugar que corresponde al androide en el mundo moderno no es un desafió sencillo, señor Krug.

—Y usted, como figura principal en la manufacturación de personas sintéticas —dijo Casandra Núcleo—, desempeña el papel clave que decidirá el futuro de las personas sintéticas en la sociedad humana. Así que le pedimos…

—¿Personas sintéticas? —repitió Krug, incrédulo—. ¿Así es como os autodenomináis ahora? ¿Os habéis vuelto locos para decirme esas cosas? ¡A mí! Además, androides, ¿a quién pertenecéis?

Sigfrido Archivista retrocedió un paso, como si la vehemencia del tono de Krug hubiera quebrantado su sorprendente autoconfianza, como si por fin hubiera comprendido la enormidad de lo que intentaba hacer. Pero Casandra Núcleo permaneció firme.

—Alfa Archivista está registrado en el Sindicato de Protección de la Propiedad de Buenos Aires —dijo fríamente la esbelta hembra alfa—. Y yo soy una moduladora asignada a la General Transmat de Labrador. Pero, ahora mismo, los dos estamos en periodo de ocio, y el acta del Congreso 2122 legitima nuestro derecho a llevar a cabo actividades políticas en beneficio de los derechos de las personas sintéticas durante nuestro tiempo libre. Si nos concediera sólo un momento para que pudiéramos explicarle el texto de la enmienda constitucional que proponemos, y para decirle por qué consideramos apropiado que usted tome posición públicamente en favor de…

—¡Spaulding! —rugió Krug—. Spaulding, ¿dónde estás? ¡Líbrame de estos androides locos!

No vio ni rastro de Spaulding. El ectógeno se había dedicado a inspeccionar el perímetro del emplazamiento mientras Krug subía a la cima de la torre.

Casandra Núcleo se sacó un brillante cubo de datos del escote del vestido, y se lo tendió a Krug.

—La esencia de nuestras opiniones está aquí —dijo—. Si usted lo…

—¡Spaulding!

Esta vez, el grito de Krug conjuró al ectógeno. Se acercó desde el norte del emplazamiento, en una carrera frenética con Thor Vigilante corriendo con algo más de calma detrás de él. Al verlo acercarse, Casandra Núcleo mostró síntomas de alarma por primera vez: en su nerviosismo, intentó apretar el cubo de datos en la mano de Krug. Krug lo miró como si fuera una psicobomba. Forcejearon brevemente. Para su sorpresa, se encontró con la hembra androide en los brazos, en un curioso simulacro de abrazo apasionado, aunque ella sólo intentaba entregarle el cubo. La agarró por un hombro y la apartó todo lo posible, sin soltarla. Un instante después, Leon Spaulding sacó una pequeña aguja brillante y disparó un solo rayo, que atravesó el pecho de Casandra Núcleo exactamente por el centro de su emblema del PIA. La hembra alfa se vio lanzada hacia atrás, y cayó sin un ruido. El cubo de datos rebotó en el suelo helado. Sigfrido Archivista, gimiendo, lo recogió. Con un terrible grito de angustia, Thor Vigilante le quitó a Spaulding la aguja de la mano y, con un solo impulso de su puño, derribó al ectógeno. Niccolo Vargas, que había permanecido en silencio desde la llegada de los dos alfas, se arrodilló junto a Casandra Núcleo para examinar su herida.

—¡Idiota!—gritó Krug, mirando a Spaulding.

—¡Podrías haber matado a Krug!—exclamó Vigilante, mirando desde arriba al caído Spaulding—. ¡No estaba ni a un metro de ella cuando disparaste! ¡Bárbaro! ¡Bárbaro!

—Está muerta —dijo Vargas.

Sigfrido Archivista empezó a sollozar. Un circulo de trabajadores, betas y gammas, contemplaban la escena aterrorizados desde una distancia segura, Krug sintió que el mundo le daba vueltas.

—¿Por qué disparaste?—preguntó a Spaulding.

—Estaba en peligro…—respondió éste, tembloroso—. Dijeron que eran asesinos…

—Agitadores políticos —le interrumpió Krug, mirándole con desprecio—. Sólo intentaba darme propaganda para la igualdad androide.