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El alfa sale rápidamente del espaciódromo, Krug entra en la nave, cerrando y sellando la escotilla tras él. La nebulosa planetaria NGC 7293 de Acuario brilla en su mente, y emite impulsos de luz centelleante, luz venenosa que resuena como un gong en los cielos.

“Ahí va Krug —dice para sí mismo—. Esperad. ¡Eh, los de arriba, esperadme! Krug va a hablar con vosotros. De alguna manera. Encontraremos la forma. Incluso aunque vuestro sol emita un fuego que me ase los huesos cuando esté a diez años luz. Krug va a hablar con vosotros.”

Camina por la nave. Todo está en orden.

No activa las pantallas para echar un último vistazo a la Tierra; Krug ha dado la espalda a la Tierra. Sabe que, si mira al exterior, verá los incendios que arden esta noche en cada ciudad, y no quiere ver eso. El único fuego que le preocupa ahora es ese anillo de llamas en Acuario. La Tierra es algo que ha entregado a Manuel.

Krug se quita la ropa. Se tumba en una de las unidades criogenizadoras del sistema de animación suspendida. Está dispuesto para partir. No sabe cuánto durará el viaje, ni qué encontrará al final. Pero no le han dejado elección. Se entrega completamente a sus máquinas, a su nave.

Krug aguarda.

¿Obedecerán esta última orden suya?

Krug aguarda.

La cubierta de cristal de la unidad criogenizadora se desliza repentinamente, encerrándole. Krug sonríe. Ahora siente el fluido refrigerador: sisea al rozar su carne. Se alza a su alrededor. Sí. Sí. El viaje empezará pronto. Krug irá a las estrellas Fuera, las ciudades de la Tierra están en llamas. Ese otro fuego le atrae, la llamada de las estrellas. ¡Krug está en camino! ¡Krug está en camino! El fluido refrigerador le cubre ya casi todo el cuerpo. Se está hundiendo en el letargo. Su cuerpo deja de palpitar, su cerebro enfebrecido se tranquiliza. Nunca había estado tan relajado. Los fantasmas bailan en su mente: Clissa, Manuel, Thor, la torre, Manuel, la torre, Thor, Clissa. Luego desaparecen, y sólo queda el anillo ardiente de NGC 7293. También eso empieza a esfumarse. Ahora apenas respira. El sueño se apodera de él. No sentirá el despegue. A cinco kilómetros, un puñado de androides perversamente fieles hablan con una computadora; están enviando a Krug a las estrellas Él aguarda. Ahora, duerme. El fluido frío le cubre por completo. Krug está en paz. Se aleja para siempre de la Tierra. Por fin ha comenzado su viaje.