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—Voy a salir —gruñó.

Fijó las coordenadas del transmat para ir a su retiro de Uganda, y entró. Un momento más tarde estaba a diez mil kilómetros al este, de pie en su mirador de ónice, contemplando desde arriba el lago cercano a su refugio. A la izquierda, a unos cientos de metros, un cuarteto de hipopótamos flotaban, dejando ver tan sólo las rosadas fosas nasales y sus enormes lomos grises. A la derecha, vio a su amante, Quenelle, desnuda, recostada entre las sombras. Krug se desnudó. Con la pesadez del rinoceronte y el entusiasmo del impala, bajó a la orilla para reunirse con ella en el agua.

6

Thor Vigilante sólo tardó un par de minutos en llegar al lugar del accidente, pero, para entonces, los escarabajos elevadores y habían movido el bloque caído, y los cuerpos de las victimas estaban al descubierto. Se había congregado una multitud, todos betas. A los gammas les faltaba autoridad y motivación para interrumpir sus programas de trabajo, incluso en una situación como aquélla. Al ver acercarse a un alfa, los betas retrocedieron, quedándose al margen de la escena, dominados por el conflicto: no sabían si volver al trabajo o quedarse allí para ofrecer ayuda al alfa. Así, atrapados fuera de programación, lucían en sus rostros la desmayada expresión de la perplejidad androide.

Vigilante estudió rápidamente la situación. El bloque de cristal había aplastado a tres androides, dos betas y un gamma. Era casi imposible reconocer a los betas: iba a resultar difícil hasta arrancar los cadáveres del permafrost. El gamma casi había conseguido esquivar la muerte, pero no tuvo suficiente suerte: estaba intacto sólo de cintura para abajo. Suyas eran la piernas que Vigilante había visto sobresalir del bloque. La grúa había golpeado a otros dos androides. Uno de ellos, un gamma, había recibido un impacto fatal en el cráneo, y yacía desmadejado a una docena de metros. El otro, un beta, parecía haber recibido un devastador golpe de refilón en la espalda. Estaba vivo, pero malherido, y era evidente que sufría mucho.

Vigilante seleccionó a cuatro de los betas y les ordenó transportar los cadáveres al centro de control para identificarlos y disponer de ellos. Envió a otros dos betas en busca de unas parihuelas para el herido. Mientras lo hacían, se acercó al androide superviviente y observó de cerca los ojos grises, amarillentos de oro.

—¿Puedes hablar?—preguntó Vigilante.

—Si. —Era apenas un susurro—. No puedo mover nada de cintura para abajo. Me estoy quedando frío. Las piernas se me están congelando. ¿Voy a morir?

—Probablemente —respondió Vigilante.

Pasó la mano por la espalda del beta, hasta encontrar el centro neural lumbar. Con un movimiento rápido, lo desconectó. La figura del suelo dejó escapar un suspiro de alivio.

—¿Mejor?—inquirió el alfa.

—Mucho mejor, Alfa Vigilante.

—Dime tu nombre, beta.

—Calibán Taladrador.

—¿Qué estabas haciendo cuando cayó el bloque, Calibán?

—Mi turno había terminado y me disponía a marcharme. Soy capataz de mantenimiento. Pasaba por aquí. Sentí que el aire se calentaba cuando el bloque cayó. Salté, y luego me vi en el suelo, con la espalda rota. ¿Cuándo moriré?

—Dentro de una hora, quizá antes. El frío subirá hasta adueñarse de tu cerebro, y eso será el final. Pero consuélate: Krug te vio caer. Krug te guardará. Descansarás en el seno de Krug.

—Alabado-sea-Krug —murmuró Calibán Taladrador.

Los porteadores de las parihuelas se acercaban. Cuando estaban a unos cincuenta metros, sonó el gong indicando el final del turno. Al instante, todos los androides que no estaban alzando un bloque echaron a correr hacia las hileras de transmats. Tres filas de trabajadores empezaron a desaparecer en los transmats, dirigiéndose hacia sus hogares en barrios de androides de los cinco continentes. Al mismo tiempo, el siguiente turno de androides empezó a salir de los transmats de llegada, volviendo de sus periodos de ocio pasados en lugares como Sudamérica o la India. Al sonido del gong, los dos portadores de parihuelas hicieron gesto de dejarlas caer y correr hacia los transmats. Vigilante rugió y, mansamente, fueron hacia él.

—Recoged a Calibán Taladrador —ordenó—, y llevadlo a la capilla con cuidado. Cuando hayáis terminado, podéis marcharos y pedir compensación por el tiempo.

En medio de la confusión del cambio de turno, los dos betas cargaron al androide herido en las parihuelas, y se abrieron paso hacia una de las muchas cúpulas protuberantes situadas al norte del emplazamiento de la construcción. Las cúpulas servían para múltiples cosas: algunas eran almacenes de materiales, muchas servían como cocinas o cuartos de baño, tres albergaban las centrales energéticas que alimentaban las hileras de transmats y las trenzas de refrigeración, una servia como local de primeros auxilios para androides heridos durante el trabajo, y otra, en el corazón del grupo de cúpulas de plástico gris, era la capilla.

Dos o tres androides de permiso se encontraban en todo momento delante de esa cúpula, aparentemente ociosos, en realidad actuando como centinelas para impedir la entrada a cualquier nacido de vientre. A veces, algún periodista o un invitado de Krug se acercaba hacia allí, pero los centinelas tenían varias técnicas sutiles para apartarlos sin provocar un prohibido choque de voluntades entre humano y androide. La capilla no estaba abierta a ningún nacido de hombre y mujer. Su misma existencia era desconocida para cualquiera que no fuese androide.

Thor Vigilante llegó allí justo cuando los porteadores de las parihuelas estaban bajando a Calibán Taladrador delante del altar. Entró, hizo la correspondiente genuflexión, y dejó caer rápidamente una rodilla extendiendo los brazos con las palmas hacia arriba. El altar, que descansaba en un baño púrpura de fluidos nutrientes, era un bloque rectangular de carne rosada, que había sido sintetizada exactamente igual que los androides. Aunque estaba vivo, no era consciente ni capaz de autosustentarse sin ayuda. Se le alimentaba desde abajo mediante inyecciones constantes de metabolasa, que le permitían sobrevivir. Detrás del altar había un holograma a cuerpo entero de Simeon Krug, mirando hacia adelante. Las paredes de la capilla estaban decoradas con los tríos del código genético del ARN inscritos una y otra vez desde el suelo hasta el techo:

AAA AAG AAC AAU

AGA AGG AGC AGU

ACA ACG ACC ACU

AUA AUG AUC AUU

GAA GAG GAC GAU

GGA GGG GGC GGU

GCA GCG GCC GCU

GUA GUG GUC GUU

CAA CAG CAC CAU

CGA CGG CGC CGU

CUA CUG CUC CUU

UAA UAG UAC UAU

UGA UGG UGC UGU

UCA UCG UCC UCU

UUA UUG UUC UUU

—Ponedlo en el altar —dijo Vigilante—. Y marchaos.

Los porteadores de las parihuelas obedecieron.

—Soy un Preservador —dijo Vigilante cuando estuvo a solas con el beta moribundo—. Puedo ser tu guia en el viaje a Krug. Repite conmigo tan claramente como puedas: “Krug nos trae al mundo, y a Krug volvemos”.

—Krug nos trae al mundo, y a Krug volvemos.

—Krug es nuestro Creador, nuestro Protector y nuestro Liberador.

—Krug es nuestro Creador, nuestro Protector y nuestro Liberador.

—Krug, te rogamos que nos guíes hacia la luz.

—Krug, te rogamos que nos guíes hacia la luz.

—Y que eleves a los Hijos de la Cuba al nivel de los Hijos del Vientre.

—Y que eleves a los Hijos de la Cuba al nivel de los Hijos del Vientre.

—Y que nos conduzcas al lugar que nos corresponde…

—Y que nos conduzcas al lugar que nos corresponde…