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– ¡Por supuesto!

– Silencio, Falka. -Giselher se enfadó-. ¿Te estabas calladita ahí en la mesa cuando te andaban pinchando en el chocho y ahora te revuelves? ¿Qué es esa Cintra, Hotsporn? ¿Quién es esa Cirilla? ¿Por qué ha de ser todo esto tan importante?

– Cintra -se entrometió Reef mientras se vertía fisstech en un dedo- es un paisucho en el norte por el que el imperio estuvo peleando con los gerifaltes de por allí. Hará como unos tres o cuatro años.

– Cierto -confirmó Hotsporn-. Los imperiales vencieron a Cintra e incluso atravesaron el río Yarra, pero luego tuvieron que retroceder.

– Porque les dieron una buena en el Monte de Sodden -gritó Ciri-. ¡Se volvieron tan aprisa que a poco no perdieron los calzones!

– Doña Falka, por lo que veo, está versada en la historia contemporánea. Digno de admirar a tan joven edad. ¿Se puede preguntar dónde acudiera doña Falka a la escuela?

– ¡No se puede!

– ¡Basta! -advirtió de nuevo Giselher-. Habla de esa Cintra, Hotsporn. Y de la amnistía.

– El emperador Emhyr -dijo el mercader- decidió hacer de Cintra un estado hedéreo…

– ¿Lo qué?

– Hedéreo, de hiedra. Porque, como la hiedra, no puede existir sin un fuerte tronco alrededor del cual se enreda. Y este tronco, por supuesto, es Nilfgaard. Ya existen países así, como por ejemplo Metinna, Maecht, Toussaint… Reinan allá dinastías locales. En apariencia, se ha de entender.

– A esto se le llama autonomía apariente -se jactó Reef-. Lo he oído decir.

– El problema con la tal Cintra en cualquier caso fue que la línea real de allá se extinguió…

– ¿Se extinguió? -Parecía que de los ojos de Ciri estaban a punto de saltar chispas verdes-. ¡Vaya una extinción! ¡Los nilfgaardianos asesinaron a la reina Calanthe! ¡Simplemente la mataron!

– Reconozco -Hotsporn detuvo con un gesto a Giselher, quien parecía dispuesto de nuevo a reconvenir a Ciri por interrumpir- que realmente doña Falka nos deslumbra con su conocimiento. En efecto, la reina de Cintra cayó durante la guerra. Desapareció también, por lo que parecía, su nieta Cirilla, la última de sangre real. Así que Emhyr no tenía mucho de lo que sacar la tal, como bien ha dicho don Reef, autonomía aparente. Hasta que hete aquí que de pronto, sin comerlo ni beberlo, apareció la tal Cirilla.

– Vaya un cuento -bufó Chispas, apoyándose en el brazo de Giselher.

– Ciertamente. -Hotsporn afirmó con la cabeza-. Hay que reconocer que un poco como un cuento de hadas es. Dicen que una malvada hechicera habíala retenido a la susodicha Cirilla en una torre encantada. Pero ella, Cirilla, logró escapar de la torre, huir y pedir asilo en el imperio.

– ¡Eso es una puta, gorda y mentirosa mentira! -estalló Ciri, mientras tendía las manos temblorosas hacia la cajita del fisstech.

– Por su parte el emperador Emhyr, como cuenta el rumor -siguió sin alterarse Hotsporn-, apenas la vio, se enamoró de ella sin remedio y ahora la quiere tomar como esposa.

– El Halconcillo tiene razón -dijo Mistle con voz dura, acentuando lo dicho golpeando con el puño en la mesa-. ¡Eso es una puta tontería! ¡Por el joder de los joderes que no puedo comprender de qué va todo esto! Una cosa es segura: fiándose de tal estupidez sería aún más estúpido el confiar en la benevolencia nilfgaardiana.

– ¡Así es! -la apoyó Reef-. Nada hay para nosotros en el bodorrio del emperador. Aunque no sé con quién se haya de casar el emperador, a nosotros siempre nos esperará una prometida. ¡La soga!

– No se trata de vuestros pescuezos, Ratas queridos -le recordó Hotsporn-. Es cosa de política. En las fronteras del norte del imperio todo el tiempo menudean la rebelión, los motines y la sedición, en especial en Cintra y sus alrededores. Y si el emperador toma por mujer a la heredera de Cintra, Cintra se apaciguará. Si hay una amnistía festiva, las partidas de rebeldes bajarán de los montes, dejarán de molestar a los imperiales y de darles disgusto. Bah, si la cintriana se sienta en el trono, los rebeldes ingresarán en el ejército real. Y sabéis que en el norte, al otro lado del río Yarra, la guerra continúa, cada soldado cuenta.

– Aja. -Kayleigh se enfadó-. ¡Ahora lo entiendo! ¡Ésta es la amnistía! Te dan a elegir: aquí el palo afilado, allí los colores imperiales. O palo en el culo o colores en el lomo. ¡Y a la guerra, a diñarla por el imperio!

– En la guerra -dijo Hotsporn con lentitud-, las cosas pueden ir de distintas maneras, como dice la canción. Al fin y al cabo no todos han de guerrear, queridos Ratas. Es posible que, por supuesto tras cumplir las condiciones de la amnistía, esto es, el revelarse y reconocer la culpa, haya una cierta forma de… servicio sustitutorio.

– ¿Lo qué?

– Yo sé de lo que se trata. -Los dientes de Giselher brillaron un instante en su boca bronceada y azulada del vello afeitado-. El gremio de los mercaderes, niños, tendría el gusto de recibirnos. De abrazarnos y cuidarnos. Como una madre.

– Como su puta madre, más bien -rebufó Chispas por lo bajini. Hotsporn hizo como que no lo había oído.

– Tienes toda la razón, Giselher -dijo con voz gélida-. El gremio puede, si le apetece, daros trabajo. Oficialmente, para variar. Y cuidaros. Daros protección. También oficialmente y para variar.

Kayleigh quería decir algo, Mistle quería decir algo, pero la rápida mirada de Giselher los dejó a los dos sin palabras.

– Haz saber al gremio, Hotsporn -dijo el caudillo de los Ratas con voz helada-, que le estamos agradecido por esta oferta. Reflexionaremos, pensaremos en ello, hablaremos. Decidiremos en concejo lo que hacer.

Hotsporn se levantó.

– Me voy.

– ¿Ahora, de noche?

– Pernoctaré en el pueblo. Aquí no me siento bien. Y mañana directito a la frontera de Metinna, luego, por el camino real hasta Forgeham, donde pasaré hasta el equinoccio o, quién sabe, quizá más tiempo. Esperaré allí a aquéllos que ya hayan reflexionado, estén dispuestos a revelarse y a esperar la amnistía bajo mi cuidado. Y vosotros tampoco os demoréis, os aconsejo, con tanta reflexión y pensamiento. Porque Bonhart está dispuesto a preceder a la amnistía.

– Todo el tiempo nos estás asustando con el Bonhart ése -dijo Giselher lentamente mientras también se levantaba-. Pensaríase que el tal canalla está ahí en nuestros talones… Y él seguro que anda donde la diosa perdió el gorro…

– … en Los Celos -respondió Hotsporn con serenidad-. En la posada La Cabeza de la Quimera. Como a unas treinta millas de aquí. Si no hubiera sido por vuestros zigzags en Velda, de seguro que os lo habríais tropezado ayer. Pero esto no os asusta, ya sé. Adiós, Giselher. Adiós, Ratas. Maestro Almavera. Voy a Metinna y siempre gusto de compañía para el viaje… ¿Qué habéis dicho, maestro? ¿Qué con agrado? Tal pensaba. Recoged pues vuestros útiles. Ratas, pagadle al maestro por sus artísticos esfuerzos.

La estación de postas olía a cebolla frita y a sopa de patatas que había preparado la mujer del jefe de estación, a la que habían dejado salir temporalmente de su arresto en la cámara. La vela en la mesa chasqueó, vibró, expulsó una línea de llamas. Los Ratas se inclinaron sobre la mesa de tal modo que la llama ardía por encima de sus cabezas que casi se tocaban.

– Está en Los Celos -dijo Giselher bajito-. En la posada de La Cabeza de la Quimera. A un día de viaje rápido. ¿Qué pensáis de ello?

– Lo mismo que tú -gritó Kayleigh-. Vayamos allá y matemos al hijoputa.

– Vengaremos a Valdez -dijo Reef-. Y al Oronjas.

– Y no vendrán a echarnos a la cara -silabeó Chispas- ningunos Hotspornes las glorias y fantasías ajenas. Nos cargaremos al Bonhart, ese comecadáveres, ese lobizón. ¡Clavaremos su cabeza en la puerta de la taberna para que le pegue el nombre! Y para que todos sepan que no fue tío con un par sino mortal como todos y que al final con mejores que él se topó. ¡Se verá qué cuadrilla es la mejor desde Korath hasta el Pereplut!