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La participación de nuestro equipo en la batalla fue indisputablemente honorable pero tuvo también efectos negativos. Milva, que se encontraba en estado de buena esperanza, padeció un trágico accidente. Los restantes fueron de la fortuna sonreídos de tal modo que nadie sufriera daños mayores. Pero tampoco nadie alcanzó beneficio alguno y ni siquiera se le agradeció nada. Una excepción la constituyó el brujo Geralt. Pues Geralt el brujo, pese a su múltiples veces declarada -y a todas luces ilusoria- indiferencia y no pocas veces anunciada neutralidad, puso en la batalla un fervor tan crecido como espectacular hasta la exageración, con otras palabras: luchó de forma ostentosa, por no decir ostentosamente. Esto fue apreciado y la reina Meve, reina de Lyria, con su propia mano lo armó caballero. De tal ordenamiento, como presto se vio, resultaron más inconveniencias que ventajas.

Has pues de saber, querido lector, que el brujo Geralt fue siempre persona modesta, circunspecta y contenida, de interior tan sencillo y poco complicado como el palo de una alabarda. No obstante, el inesperado ascenso y el aparente favor de la reina Meve lo cambiaron, y si no lo conociera bien, pensaría que estaba orgulloso. En vez de desaparecer de escena apriesa y anónimamente, Geralt se embrollaba en el séquito real, se alegraba de los honores, se deleitaba con los favores y se regocijaba de la fama.

Y nosotros fama y renombre era precisamente lo que menos necesitábamos. Recuerdo a aquéllos que no lo recuerden que este mismo brujo Geralt, ahora armado caballero, era perseguido por los órganos de seguridad de los todos Cuatro Reinos en relación con la rebelión de los magos en la isla de Thanedd. A mí, persona inocente y limpia como una patena, se me intentaban colgar acusaciones de espionaje. A ello habría que añadir a Milva, colaboracionista con las dríadas y los Scoia'tael, mezclada, como resultó, en las matanzas de humanos en los alrededores del bosque de Brokilón. Y a eso hay que agregar a Cahir aep Ceallach, nilfgaardiano, ciudadano de una nación lo quieras o no enemiga, cuya presencia en la parte impropia no hubiera sido fácil de explicar ni de justificar. Se daba la circunstancia que la única persona de nuestro grupo cuyo curriculum vitae no lo afeaban asuntos políticos ni criminales era un vampiro. De este modo, el desenmascaramiento y el reconocimiento de cualquiera de nosotros amenazaba a todos los restantes con acabar clavados en una afilada estaca de roble. Cada día pasado a la sombra de los estandartes lyrios -días que, al principio, eran agradables, bien provistos y seguros- acrecentaba tal riesgo.

Geralt, cuando se le recordaba esto con claridad, se enfadaba un tanto, pero explicaba sus razones, que eran dos. En primer lugar, Milva, tras su amarga incidencia, seguía precisando de cuidado y asistencia, y en el ejército había sanitarios de campo. En segundo lugar, el ejército de la reina Meve se dirigía hacia el este, en dirección a Caed Dhu. Y nuestro grupo, antes de cambiar de dirección y meterse en la lucha arriba descrita, también tenía intenciones de alcanzar Caed Dhu: albergábamos la esperanza de obtener alguna información de los druidas que allá habitaban y que nos sirviera de ayuda en la búsqueda de Ciri. El camino directo hacia los mencionados druidas nos lo obstaculizaban los destacamentos y los grupos de saboteadores que merodeaban por Angren. Ahora, bajo la protección del amigable ejército lyrio, con el favor y la benevolencia de la reina Meve, el camino a Caed Dhu estaba abierto, incluso hasta parecía recto y seguro.

Advertí al brujo de que tan sólo lo parecía, que apariencias nomás eran, que el favor real es una ilusión y es voluble cual veleta. El brujo no quería escuchar. Y de qué lado estaba la razón se vio pronto. Cuando se corrió la noticia de que de la parte de oriente a través del desfiladero de Klamat se venía una grande y bien armada expedición de castigo de nilfgaardianos, el ejercito de Lyria, sin dudarlo, giró hacia el norte, en dirección a las montañas de Mahakam. A Geralt, como es fácil imaginarse, no le convenía en absoluto el cambio de dirección, ¡tenía prisa por llegar a donde los druidas y no a Mahakam! Ingenuo como un niño, corrió a la reina Meve con intención de obtener la licencia del ejército y la bendición real para sus asuntos privados. Y en aquel momento se terminaron el amor y la benevolencia real, y el respeto y la admiración para el héroe de la Batalla del Puente desaparecieron como el humo. Al caballero Geralt de Rivia se le recordaron con frío y hasta duro tono sus obligaciones caballeriles hacia la corona. A la aún débil Milva, al vampiro Regis y al abajo firmante se les recomendó unirse a la columna que iba tras la caravana de huidos y civiles. Cahir aep Ceallach, jovencito bien crecido, que en modo alguno aspecto de civil tenía, recibió una banda blanquiazul y fue enrolado en las así llamadas compañías libres, es decir, en un destacamento de caballería formado por la más variada masa de granujas recolectados por los caminos por el ejército lyrio. De esta forma se nos separó y todo señalaba que nuestra aventura habíase acabado definitivamente y de todas todas.

Como sin embargo te imaginarás, querido lector, en absoluto fue esto el final, ¡bah, si ni siquiera fue el principio! Milva, cuando se enteró del desarrollo de los acontecimientos, de inmediato anunció que estaba sana y presta y como primera lanzó la consigna de retirada. Cahir tiró entre los matojos los colores reales y se redimió de las compañías libres, y Geralt se escaqueó de las lujosas tiendas de la selecta caballería.

No me entretendré con las particularidades, y además la modestia no me permite una extensa exposición de mis propias, y no escasas, prestaciones en la empresa aquí descrita. Afirmaré un hecho: la noche del cinco al seis de septiembre toda nuestra pandilla abandonó en secreto el ejército de la reina Meve. Antes de despedirnos de las huestes lyrias no dejamos de aprovisionarnos abundantemente, sin recabar por supuesto permiso del jefe de los servicios de intendencia. Considero que la palabra «saqueo», que utilizara Milva, es excesiva. Al fin y al cabo se nos debía alguna gratificación por nuestra participación en la celebérrima Batalla del Puente. Y si no una gratificación, al menos una satisfacción y la reposición de las pérdidas sufridas. Dejando aparte el trágico accidente de Milva, sin contar las heridas y golpes de Geralt y Cahir, en la batalla nos mataron o lisiaron a todos los caballos, exceptuando a mi fiel Pegaso y a la disoluta Sardinilla, la yegua del brujo. Por ello, en el marco de nuestras recompensas tomamos tres alazanes de caballería de pura sangre y uno de carga. Tomamos también diverso equipamiento, cuanto nos cupo en las manos. Para ser justos, he de añadir que hubimos luego de tirar la mitad. Como dijo Milva, suele pasar cuando se roba a oscuras. Las cosas más útiles del almacén de provisiones las tomó el vampiro Regis, quien ve en la oscuridad mejor que de día. Regis, para colmo, redujo la capacidad defensiva del ejército lyrio en una gorda muía gris, la cual extrajo de detrás de la cerca con tanta habilidad que ni una de las bestias rebufó ni coceó. Las historias acerca de los animales que perciben a los vampiros y reaccionan con pánico a sus olores cabe entonces considerar como parte integrante de los cuentos de hadas. A no ser que se trate de ciertos animales y ciertos vampiros. Añadiré que conservamos la tal muía gris hasta hoy. Después de extraviar el caballo de carga, que perdimos luego en los bosques de los Tras Ríos, cuando se asustó con unos lobos, la muía porta nuestros bienes, o mejor dicho, lo que ha quedado. La mula lleva el nombre de Draakul. Regis la llamó así nada más robarla y así se quedó. Se ve bien claro que a Regis le hace gracia el nombre, el cual seguramente posee algún significado divertido en la cultura y la lengua de los vampiros, pero no quiso explicarnos el porqué afirmando que se trataba de un juego de palabras intraducible.