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Cuando sus amigos se reunieron alrededor de Flint para despedirse, Raistlin se quedó acompañándolos, aunque ninguno llegó a saberlo jamás. Se dijo a sí mismo más de una vez que debería marcharse, que tenía muchas cosas que hacer, que sus ambiciosos planes de futuro pendían de un hilo. Pero permaneció junto a sus amigos y su hermano.

Raistlin se quedó hasta que Flint suspiró, cerró los ojos y el último aliento abandonó el cuerpo del enano. Raistlin pronunció un hechizo. El corredor se abrió ante él.

Se adentró en el pasadizo y no volvió la vista atrás.

30

El Cuchillo de Kitiara. La Espada de Par-Salian

Día vigesimoquinto, mes de Mishamont, año 352 DC

Kitiara llegó a Neraka a primera hora de la mañana del día veinticinco, temiendo llegar demasiado tarde para el consejo, pero su sorpresa fue descubrir que el mismísimo Ariakas todavía no había aparecido. Los preparativos de la reunión eran cada vez más confusos, pues ninguno de los Señores de los Dragones ni sus ejércitos podían entrar en la ciudad antes que el emperador. Ariakas no confiaba en sus compañeros, los Señores de los Dragones. Si se les permitía la entrada a Neraka, tal vez cerraran las puertas de la ciudad, apostaran en las murallas a sus soldados e intentaran dejarlo fuera.

Kitiara había planeado alojarse en los lujosos aposentos que estaban esperándola en el templo. En vez de eso, no le quedó más remedio que acampar al otro lado de las murallas e instalarse en una tienda tan baja y estrecha que ni siquiera podía dar vueltas por ella, como tenía la costumbre de hacer cuando necesitaba pensar sobre algo.

Kitiara estaba de un humor de perros. Todavía le dolía la cabeza por el golpe que se había dado contra el suelo de piedra de la cámara. Se alegraba de tener una excusa para salir del Alcázar de Dargaard. A pesar de lo mal que se sentía, había llamado a Skie y había volado a lomos del dragón para reunirse con su ejército. La idea de enfrentarse a Ariakas para conseguir la Corona del Poder mitigaba un poco su terrible dolor de cabeza. Pero cuando había llegado, había descubierto que nadie sabía dónde estaba Ariakas o cuándo se dignaría a honrarlos con su presencia. Así que a Kitiara sólo le quedaba enfadarse y quejarse a su asistente militar, un draconiano bozak llamado Gakhan.

—Ariakas está haciéndolo a propósito para ponernos nerviosos —murmuró Kitiara. Estaba encorvada sobre una mesita auxiliar, masajeándose las sienes—. Está intentando intimidarnos, Gakhan, y eso no voy a permitirlo.

Gakhan emitió un ruido, una mezcla de bufido y gruñido. El bozak sonrió y su lengua asomó entre los labios.

Kitiara levantó la cabeza y lo miró con interés.

—Tú has oído algo. ¿Qué pasa?

Gakhan acompañaba a Kitiara desde antes del estallido de la guerra. Aunque oficialmente era su asistente, su título extraoficial era el de «Cuchillo de Kitiara». El draconiano era leal a Kitiara y a su reina, en ese orden. Algunos decían que estaba enamorado de la Dama Azul, pero siempre tenían mucho cuidado de decirlo a sus espaldas, jamás cara a cara. El bozak era listo, reservado, ingenioso y extremadamente peligroso. Se había ganado su apodo.

Gakhan lanzó una mirada hacia la puerta de la tienda, después la cerró y la ató con cuidado. Se inclinó sobre Kitiara.

—Mi señor Ariakas llega tarde porque está herido. Estuvo a punto de morir —anunció en voz baja.

Kitiara se quedó mirando fijamente al bozak.

—¿Qué? ¿Cómo?

—No alcéis la voz, mi señora —la previno el draconiano con gran seriedad—. Si se filtraran noticias como ésta, los enemigos del emperador podrían envalentonarse.

—Sí, es cierto, tienes razón —concedió Kitiara con la misma gravedad—. ¿Confías en la fuente de esta... esta información tan inquietante?

—Completamente —contestó Gakhan.

Kitiara sonrió.

—Necesito más detalles. Últimamente Ariakas no ha estado en el campo de batalla, así que imagino que alguien habrá intentado matarlo.

—Y estuvo a punto de conseguirlo.

—¿Quién fue?

Gakhan se quedó callado un momento para aumentar el suspense, después esbozó una sonrisa.

—¡Su bruja!

—¿Iolanthe? —preguntó Kitiara alzando la voz, tan sorprendida que olvidó que debía mostrarse circunspecta.

Gakhan la reconvino con la mirada y Kit volvió a bajar la voz.

—¿Cuándo fue?

—La Noche del Ojo, mi señora.

—Pero eso es imposible. Iolanthe murió esa noche. —Kitiara hizo un gesto hacia varios despachos—. Tengo los informes...

—Inventados, mi señora... Parece que Talent Orren...

Kitiara lo miró furiosa.

—¿Orren? ¿Qué tiene que ver con todo esto? Quiero saber lo que ha pasado con Iolanthe.

Gakhan inclinó la cabeza.

—Si tenéis paciencia, mi señora. Parece que Orren descubrió la conspiración para matarlo a él y a sus compañeros de La Luz Oculta. Propagó el rumor entre las tropas de que la Iglesia quería «limpiar» la ciudad de Neraka. Se habían dado órdenes de incendiar El Broquel Partido y El Trol Peludo. Evidentemente, los soldados no estaban muy contentos. Cuando llegaron los escuadrones de la muerte para llevar a cabo sus órdenes, encontraron soldados armados defendiendo las tabernas. Orren y sus amigos escaparon.

—¿Qué tiene que ver todo esto con Iolanthe? —preguntó Kit con impaciencia.

—Es miembro de La Luz Oculta.

Kitiara se quedó estupefacta.

—Eso es imposible. ¡Me salvó la vida!

—Creo que en ese momento le rondaba la idea de serviros, mi señora. Sin embargo, se sintió decepcionada cuando quisisteis eliminar la magia. Había estado haciendo trabajos ocasionales para Orren. Se convirtieron en amantes y ella se unió al grupo.

—¿Y cómo encaja Ariakas en toda esta historia? —quiso saber Kit, confusa.

—El emperador quería el Orbe de los Dragones que está en poder de vuestro hermano. Ariakas salvó a Iolanthe de los escuadrones de la muerte, pero no por amor. Le dijo que si tenía aprecio a su vida, tendría que matar a Raistlin. Ariakas fue con ella para asegurarse de que cumplía su orden y conseguir así el Orbe de los Dragones.

—Pero Iolanthe, en vez de atacar a Raistlin, se volvió contra Ariakas —dijo Kitiara.

—Me han dicho que si no llega a ser por la intervención del Señor de la Noche, por petición de Su Oscura Majestad, el emperador habría muerto congelado.

Kitiara echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. Gakhan se permitió una sonrisa y un movimiento de cola, pero eso fue todo.

—¿Ariakas ya se ha descongelado? —preguntó Kitiara sin dejar de reírse.

—El emperador ha recuperado la salud, mi señora. Mañana llegará a Neraka.

—¿Qué pasó con Iolanthe?

—Huyó, mi señora. Se fue de Neraka con Orren y el resto de los miembros de La Luz Oculta.

—Es una vergüenza que la haya subestimado así. —Kitiara sacudió la cabeza—. Podría haberla utilizado. ¿Qué hay de Raistlin?

—Ha desaparecido, mi señora. Se supone que también abandonó Neraka, aunque nadie sabe adonde ha ido. Tampoco es que importe —añadió Gakhan, encogiéndose de hombros—. Está condenado. El emperador quiere verle muerto. La reina Takhisis quiere verle muerto. El Señor de la Noche quiere verle muerto. Si Raistlin Majere sigue en Neraka es que es un tonto de campeonato.

—Y mi hermano puede ser cualquier cosa, pero nunca ha sido tonto. Gracias por la información, Gakhan. Tengo que pensar sobre todo esto —dijo Kitiara.

El bozak hizo una reverencia y se retiró. Uno de los ayudantes entró para encender el farol, pues ya había caído la noche, y le preguntó si deseaba cenar. Kit ordenó que se marchara.

—Pon un guardia fuera. No quiero que nadie me moleste esta noche.

Kitiara se quedó sentada contemplando la llama temblorosa de la vela, viendo el rostro embrutecido de Ariakas. El emperador creía que ella estaba conspirando contra él.