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Se levantó, tembloroso, y de repente se dio cuenta de que no estaba solo. La luz del Bastón de Mago, que volvía a brillar intensamente, proyectaba sobre la pared una sombra; las cinco cabezas de la Reina Oscura.

«¡Bien hecho, Fistandantilus!»

Raistlin contuvo el aliento y alzó la vista con recelo.

«¡Raistlin Majere está muerto! ¡Lo has matado!»

Los ojos umbrosos de las cabezas umbrosas miraban fijamente algo en su mano. Bajó la vista y se dio cuenta de que sostenía el colgante de heliotropo.

—Sí, mi reina —contestó el hechicero—. Raistlin Majere está muerto. Yo lo he matado.

«¡Perfecto! Ahora corre a la Piedra Fundamental. Tú eres su último guardián.»

Las cabezas desaparecieron. La Reina Oscura, concentrada en otros peligros, se había ido.

—Ni siquiera los dioses perciben la diferencia —murmuró Raistlin.

Miró el colgante de heliotropo. Cuando el alma oscura del hechicero se había unido a la suya, Raistlin había vislumbrado actos indescriptibles, un sinfín de asesinatos y otros crímenes demasiado atroces para ser nombrados.

Cerró el puño alrededor del colgante y después lo lanzó a un charco de ácido. Vio que el líquido devoraba el colgante como el colgante había estado a punto de devorarlo a él. Le parecía oír su rabia siseante.

Raistlin levantó el Orbe de los Dragones. Contempló El Remolino de colores y entonó las palabras que le hicieron desaparecer de los túneles. Detrás quedó el cuerpo sin vida de Raistlin Majere.

36

Dos hermanos

Día vigesimosexto, mes de Mishamont, año 352 DC

Raistlin se encontraba ante una columna caída con incrustaciones de piedras preciosas. El brillo de su seductor resplandor atraía a los incautos hacia su terrible destino. Murmuró las palabras de un hechizo que hasta entonces no sabía que conocía y dibujó una runa en el aire. En el interior de la piedra apareció la figura de una mujer. Era una joven, de expresión dulce y agradable, pálida por el dolor y suavizada por el anhelo. Los ojos de la mujer escudriñaron la oscuridad.

Vio moverse sus labios y oyó su grito espectral y angustiado.

—Berem ya viene, Jasla —dijo Raistlin.

Tuvo cuidado para no caer en una corriente subterránea, en la que gateaban, se revolvían y agitaban unos cachorros de dragón. Se subió a un alerón de piedra que avanzaba a lo largo de las temibles aguas y llegó hasta un lugar a cierta distancia de la piedra, desde donde podía observarlo todo. Pronunció la palabra «Dulak» y la luz del bastón se apagó.

Raistlin aguardó en la oscuridad a la persona que había sido lo suficientemente idiota —o quizá lo suficientemente valiente— para cruzar su trampa mágica. Raistlin sabía de quién se trataba: su otra mitad. Oyó a dos personas chapoteando por el arroyo teñido de sangre e infestado de dragones. Los reconoció a pesar de la oscuridad.

Uno de ellos era Caramon, un buen hombre, un buen hermano, mejor de lo que él se merecía. El otro era Berem, el Hombre Eterno. La esmeralda relucía y, como si le respondieran, las piedras preciosas de la Piedra Angular empezaron a brillar con una miríada de colores.

Caramon caminaba junto a Berem con actitud protectora. Llevaba la espada en una mano y la hoja estaba manchada de sangre. La negra armadura estaba abollada. Le sangraban varias heridas en los brazos y las piernas. En la cabeza tenía una brecha profunda. Su rostro, normalmente risueño, había perdido el color, estaba demacrado, consumido por el dolor. El dolor lo había marcado. La oscuridad había cambiado. La oscuridad lo había cambiado.

Un hermano perdido.

Raistlin miró hacia el futuro y vio el final. Vio el amor y el perdón de una hermana al hermano redimido. Un hermano encontrado.

Vio la caída del templo. Las piedras se resquebrajaban mientras la Reina Oscura aullaba su rabia y luchaba por mantener su poder sobre el mundo. Vio un dragón verde esperando sus órdenes para llevarlo a la Torre de Palanthas. Las puertas de la torre por fin se abrirían.

—Shirak —dijo Raistlin, y la luz del Bastón de Mago alumbró la oscuridad.

37

El final de un viaje

Día vigesimosexto, mes de Mishamont, año 352 DC

La oscuridad del templo se iluminará como el día con el poder de mi magia. Caramon, con la espada en la mano, sólo puede permanecer a mi lado y observar con asombro cómo un enemigo tras otro cae víctima de mis hechizos. Los rayos sisean en mis dedos, las llamas estallan en mis manos, aparecen los espectros, tan aterradoramente reales que, al verlos, se puede morir únicamente de miedo.

Los goblins mueren entre gritos, atravesados por las lanzas de legiones de caballeros que llenan la cueva con sus cánticos de guerra cuando yo lo ordeno y desaparecen tras una palabra mía. Las crías de dragones huyeron despavoridas hacia los lugares oscuros y secretos donde fueron incubadas; los draconianos se retuercen entre las llamas. Los clérigos oscuros, que bajaron atropelladamente la escalera siguiendo la última orden de su reina, fueron recibidos por una lluvia de lanzas cegadoras y sus últimas oraciones se convirtieron en gemidos agónicos.

Por fin acuden los Túnicas Negras, los más ancianos de la orden, para acabar conmigo, el joven advenedizo. Pero se desesperan al darse cuenta de que, por muy viejos que ellos sean, yo, de alguna forma extraña, soy más viejo aún. Mi poder es increíble. Se dan cuenta de inmediato que no pueden derrotarme. En el aire flotan los sonidos de los hechizos y, uno a uno, desaparecen tan rápido como han surgido. Muchos son los que me hacen respetuosas reverencias antes de partir sobre las alas de sus hechizos... Se inclinan ante mí.

Raistlin Majere. Señor del Pasado y el Presente.

Yo, mago.