– ¿Se refiere usted al acusado?
– Sí.
Hasta este momento Rüger no protestó.
– Solicito que las cinco últimas preguntas y sus respectivas respuestas sean borradas del acta. El fiscal induce constantemente a la testigo a adivinar. A especular con cosas de las que no tiene la más remota idea…
– ¡Se rechaza la protesta! -decidió Havel-. Los miembros del jurado deben tener, sin embargo, en cuenta que la testigo en este caso ha sacado conclusiones propias a partir de observaciones muy escasas. ¿Tiene más preguntas el señor fiscal?
– Dos, señor juez. ¿Sabe usted, señorita Traut, si Eva Ringmar tuvo alguna relación, aparte de las puramente profesionales, con alguno de sus colegas masculinos… aparte del señor Mitter?
– No.
– ¿Vio usted u oyó hablar de algún otro hombre, fuera del señor Mitter, en relación con Eva Ringmar durante los dos años que trabajó en su instituto?
– No.
– Gracias, señorita Traut. Señor juez, no tengo más preguntas.
Rüger no se molestó ni en levantarse.
– Señorita Traut, ¿tiene usted, en realidad, algún conocimiento de la vida privada de Eva Ringmar?
– No, no había…
– Gracias. ¿Sabe usted algo de la relación entre Ringmar y Mitter?
– No.
– Si hubiese habido otros hombres en la vida de Eva Ringmar, ¿hay algo, por pequeño que sea, algo que indique que usted tendría que saberlo?
– … No.
– Gracias, eso es todo.
– ¿Nombre completo y profesión?
– Beate Kristine Lingen. Trabajo como esteticista en el Instituto Mêtre de Krowitz, pero vivo aquí, en Maardam.
– ¿Qué relación tenía usted con la muerta, Eva Ringmar?
– Era su amiga, podríamos decir, aunque no nos veíamos muy a menudo.
– ¿Cómo conoció usted a Eva Ringmar?
– Éramos del mismo curso en el instituto… en Mühlboden. Hicimos la reválida juntas. Seguimos viéndonos después durante algunos años.
– ¿Y luego?
– Luego perdimos el contacto. Nos trasladamos a ciudades diferentes… nos casamos… etcétera.
– ¿Está usted casada ahora?
– No, estoy separada desde hace cinco años.
– Entiendo. ¿Cuándo volvió a encontrarse con Eva Ringmar?
– Cuando acababa de venir a vivir aquí. Hace dos años, aproximadamente. Nos encontramos por la calle, simplemente, y decidimos quedar un día…, hacía más de quince años que no nos veíamos. Y así reanudamos la amistad, pero no es que nos viéramos con mucha frecuencia.
– ¿Con qué frecuencia?
– Nos veíamos… una vez al mes, quizá, no, ni siquiera tanto. En total unas diez o doce veces en estos dos años.
– ¿Qué hacían?
– ¿Cuando nos veíamos? Pues… diferentes cosas… a veces nos quedábamos hablando en su casa o en la mía, a veces íbamos al cine o a comer en algún sitio.
– ¿A bailar?
– No, nunca.
– ¿Eran ustedes… buenas amigas, amigas íntimas?
– Sí, creo que lo éramos… aunque quizá no del todo.
– ¿Sabe usted si Eva Ringmar tenía otras amigas u otra amiga con quien confiarse?
– No, estoy bastante segura de que no. Le gustaba estar sola.
– ¿Por qué?
– Yo creo que tenía que ver con lo que había pasado… con el accidente de su hijo…, ustedes lo saben, supongo.
– Sí. ¿Quiere usted decir que había elegido una vida bastante aislada?
– No aislada, pero tampoco tenía mucha necesidad de otras personas. Solía decir algo por el estilo…
– ¿Y de hombres?
– No creo que tuviera a nadie… excepto Mitter.
– ¿Usted cree?
– Estoy bastante segura.
– ¿Nunca mencionó a nadie?
– No.
– Pero hablarían ustedes de hombres…
– A veces…, la verdad es que hay temas más interesantes.
– ¿De veras? Bueno, bueno, durante ese tiempo que ustedes se trataron, esas diez o doce veces… ¿notó usted en alguna ocasión algo que indicara que mantenía relaciones con un hombre?
– No.
– ¿Cree usted que lo hubiera notado de haber sido así?
– Sí. Ella me lo habría dicho también…
– ¿Ah, sí?
– Sí, como me contó lo de Mitter.
– ¿Cuándo fue eso?
– En mayo… alrededor del 10 si no me equivoco. La llamé para preguntarle si quería que fuéramos al cine, pero me contestó que no tenía tiempo. Que había conocido a un hombre, dijo.
– ¿Le contó quién era?
– Claro.
– ¿Habló usted con ella o se vio con ella alguna otra vez después?
– Sí, me telefoneó a mediados de septiembre. Me contó que se había casado y me preguntó si podíamos vernos.
– ¿Y en qué quedaron?
– Yo me iba a Linz a un curso de dos semanas, pero prometí llamarla cuando volviera.
– Y ya fue demasiado tarde.
– Sí.
– ¿Cómo la encontró cuando habló con ella en septiembre?
– ¿Cómo la encontré?
– Sí, ¿notó usted algo especial? ¿Parecía contenta… o preocupada o…?
– No… no noté nada especial.
– ¿Se sorprendió de que se casara?
– Pues yo creo que sí…
Una pausa corta. Ferrati hojeó sus papeles. El moscardón se despertó después de haber dormido cuatro días. Emprendió un zumbante viaje por encima de los congregados, pero no encontró nada de valor y regresó a la esfera del techo. El juez Havel le siguió un rato con la mirada mientras se secaba la nuca con un pañuelo multicolor.
– Señorita Lingen -retomó Ferrati-. Durante los dos años en los que tuvo usted contacto con Eva Ringmar, ¿hubo en algún momento motivo para suponer que mantenía relaciones con algún hombre, aparte de Janek Mitter?
– No.
– ¿Tenía… enemigos?
– ¿Enemigos? No, ¿por qué iba a tenerlos?
– Gracias, señorita Lingen. No tengo más preguntas.
Rüger permaneció sentado también ahora.
– Señorita Lingen, ¿le dice algo el nombre de Eduard Caen?
– No.
– ¿Nada?
– No, nada.
– ¿Está usted segura?
– Sí.
Rüger se puso de pie. Sacó un papel doblado del bolsillo interior y se lo tendió a Havel.
– Señor juez, permítame que entregue al tribunal una lista con las fechas en las que Eva Ringmar se reunió con Eduard Caen desde el 15 de octubre de 1990 hasta el 20 de febrero de 1992… en total, catorce encuentros. Están ordenados cronológicamente y confirmados por el propio señor Caen. No tengo más preguntas que hacerle a la testigo.
17
Se despertó a las cinco y veinte.
Se quedó acostado un rato tratando de recuperar el sueño, pero no pudo. Viejas imágenes y recuerdos de todo tipo se le echaron encima y al cabo de media hora se levantó. Se puso la camiseta y los pantalones encima del pijama y fue a la cocina. Vio por la ventana que el kiosco de la plaza aún no estaba abierto y se quedó esperando sentado a la mesa.
Cuando se abrieron las contraventanas, ya estaba allí. No había el menor riesgo; la señora le conocía y no era la primera vez que madrugaba tanto.
Con el Neuwe Blatt bajo el brazo subió las escaleras a zancadas. Se encerró con llave y extendió el periódico ante sí. Empezó a buscar.
La noticia ocupaba una página entera y la leyó dos veces. Dobló el periódico, apoyó la cabeza en las manos y se puso a pensar.
¿Pérdida de memoria?
De todas las posibilidades que había barajado durante esas semanas, esto no se le había ocurrido nunca.
¿Pérdida de memoria?
Al cabo de un rato comprendió que ésa era la única respuesta.
La única y la correcta. Mitter le había olvidado. Estaba tan borracho que, sencillamente, no recordaba…
Sintió que las comisuras le tiraban. Ahora tenía sueño después del madrugón…, pero claro que era una señal. Una señal más de que éste era el buen camino. Ahora era libre y fuerte… sólo necesitaba mirar hacia delante. Nada que temer. Un león.