Hastío de la vida. De aquel abogado encorvado, de aquella celda increíblemente fea, del mal sabor de su boca y de todas las preguntas y respuestas infranqueables que tenía delante.
Un hastío espantoso.
– Ya lo he repasado todo con la policía. Durante cuarenta y ocho horas no he hecho otra cosa.
– Lo sé, pero no tengo más remedio que pedírselo. Forma parte de las reglas de juego, debe comprenderlo.
Mitter se encogió de hombros. Sacó otro cigarrillo del paquete.
– Creo que lo mejor es que usted haga preguntas.
El abogado se inclinó hacia atrás. Ladeó la silla y colocó bien el cuaderno de notas en las rodillas.
– Casi todos usan grabadora pero yo prefiero escribir -explicó-. Me parece menos pesado para el cliente…
Mitter asintió.
– Además, puedo pedir las cintas a la policía, si fuera necesario. Bien, antes de entrar en las circunstancias, tengo que hacer la pregunta obligatoria. Probablemente será usted acusado del asesinato, o bien del homicidio, de su esposa Eva Maria Ringmar. ¿Cómo piensa responder usted? ¿Culpable o no culpable?
– No culpable.
– Bien. Sobre este punto no puede haber ninguna duda. Ni por su parte ni por la mía.
El abogado hizo una pequeña pausa mientras daba vueltas al bolígrafo entre los dedos.
– ¿Hay alguna duda?
Mitter suspiró.
– Le ruego que conteste mi pregunta. ¿Está usted completamente seguro de que no mató a su esposa?
Mitter esperó unos segundos antes de contestar. Intentó captar la mirada del abogado para adivinar lo que él creía en realidad, pero fue inútil. La cara de Rüger era insondable como una patata.
– No, naturalmente no estoy seguro. Lo sabe usted muy bien. El abogado anotó algo.
– Señor Mitter, haga caso omiso de que yo haya leído las actas de sus interrogatorios, por favor. Debe intentar convencerse de que ahora lo cuenta usted todo por primera vez… ¡póngase en esa situación!
– No me acuerdo.
– Ya, ya me he dado cuenta de que no recuerda usted lo que ocurrió, precisamente por eso tenemos que ser muy minuciosos al revisarlo todo de nuevo. Su recuerdo no se despertará si usted no intenta regresar a aquella noche… sin prejuicio alguno. ¿No está de acuerdo?
– Pero ¿qué cree usted que hago? ¿A qué cree que dedico mis pensamientos aquí metido?
Empezaba a tomar forma una cierta ira. El abogado evitó su mirada y anotó algo en el cuaderno.
– ¿Qué es lo que escribe?
– Lo siento.
Movió la cabeza denegando. Sacó un pañuelo del bolsillo y se sonó ruidosamente.
– Qué tiempo más malo.
Mitter asintió.
– Yo sólo pretendo que usted comprenda -siguió el abogado- en qué situación tan difícil se encuentra. Sostiene que es inocente, pero no recuerda… es una base bastante frágil sobre la que construir una defensa, seguro que se da cuenta.
– Es el fiscal quien debe demostrar que soy culpable. No es cosa mía demostrar lo contrario, ¿no es así?
– Por supuesto. Eso dice la ley, pero…
– ¿Pero?
– Si usted no recuerda, pues no recuerda. Puede ser bastante difícil convencer a un jurado… En cualquier caso, ¿quiere prometerme que me informará en cuanto surja algo?
– Desde luego.
– ¿Sea lo que sea?
– Claro que sí.
– Sigamos. ¿Cuánto hace que conocía a Eva Ringmar?
– Dos años… apenas dos años… desde que empezó a trabajar en mi instituto.
– ¿Qué enseña usted?
– Historia y filosofía. Sobre todo historia, la mayoría de los alumnos elige otra cosa en lugar de filosofía.
– ¿Cuánto tiempo hace que trabaja usted allí?
– Veinte años, más o menos… sí, diecinueve.
– ¿Y su esposa?
– Lenguas modernas… desde hace dos años, como he dicho.
– ¿Cuándo empezó su relación?
– Hace seis meses. Nos casamos este verano, a principios de julio…
– ¿Estaba embarazada?
– No. ¿Por qué…?
– ¿Tiene usted hijos, señor Mitter?
– Sí. Un chico y una chica.
– ¿Cuántos años tienen?
– Veinte y dieciséis. Viven con su madre en Chadów…
– ¿Cuándo se separó de su anterior esposa?
– En 1980. Jürg vivió conmigo hasta que empezó en la universidad. No entiendo qué importancia puede tener esto…
– Sus antecedentes. Tengo que saber algo de sus antecedentes. Un abogado tiene que reconstruir un puzzle, supongo que me dará la razón. ¿Qué relación tiene usted con su ex esposa?
– Ninguna.
Se hizo una pausa. El abogado volvió a sonarse. Era evidente que estaba descontento con algo, pero Mitter no tenía ningunas ganas de echarle un cable… Irene no tenía nada que ver con aquello. Jürg e Inga tampoco, él agradecía que los tres hubieran tenido el acierto de no mezclarse. Habían dado señales de vida, claro, pero sólo el primer día, luego no habían llamado más. Es verdad que había llegado una carta de Inga esa misma mañana, pero no más de dos o tres líneas. Una muestra de solidaridad.
Estamos a tu lado. Inga y Jürg.
Se preguntó si también Irene. ¿Estaba ella a su lado? Tal vez no importara.
– ¿Cómo era su relación?
– ¿Perdón?
– Su matrimonio con Eva Ringmar. ¿Cómo era?
– Como son los matrimonios.
– ¿Qué quiere decir eso?
– …
– ¿Tenían buena relación o se peleaban?
– …
– Sólo habían estado casados tres meses, en todo caso.
– Sí, así es.
– Y entonces aparece su mujer muerta en la bañera. ¿No se da cuenta de que tenemos que encontrar una explicación?
– Claro que me doy cuenta.
– ¿Se da usted también cuenta de que no vale mentir en este punto? Su silencio se interpretará como que está ocultando algo. Se volverá contra usted.
– Lo supongo.
– ¿Amaba usted a su esposa?
– Sí…
– ¿Reñían?
– Muy pocas veces…
Rüger anotó.
– El fiscal sostendrá que la mataron. Se basa en médicos y técnicos… nosotros no podremos demostrar que murió de muerte natural. La cuestión es si pudo haberse matado ella misma.
– Sí, supongo que sí.
– ¿Qué es lo que supone?
– Que depende de eso… de si pudo haberlo hecho ella misma.
– Tal vez. Aquella noche… ¿bebieron ustedes mucho?
– Bastante.
– Eso ¿qué significa?
– No lo sé con seguridad…
– ¿Cuánto suele usted tener que beber para perder la memoria, señor Mitter?
Ahora estaba claramente irritado. Mitter apartó la silla. Se levantó y se alejó hasta la puerta. Metió las manos en los bolsillos y contempló la espalda encorvada del abogado. Esperó, pero el abogado permaneció inmóvil.
– No lo sé -dijo finalmente Mitter-. He intentado hacer un cálculo… con las botellas vacías y eso… probablemente seis o siete botellas.
– ¿De vino?
– Sí, de vino tinto… ninguna otra cosa.
– ¿Seis o siete botellas para dos personas? Estuvieron solos toda la noche.
– Sí, por lo que recuerdo, sí.
– ¿Tiene usted problemas con la bebida, señor Mitter?
– No.
– ¿Le sorprendería que otra persona tuviera una opinión diferente?
– Sí…
– ¿Y su esposa?
– ¿Qué quiere decir?
– ¿No es cierto que estuvo ingresada -se inclinó para ojear sus papeles-… estuvo ingresada por problemas con el alcohol en la clínica de Rejmershus? Tengo aquí una nota…
– ¿Por qué pregunta, entonces? Eso fue hace seis años. Había perdido un hijo y su matrimonio…
– Ya sé, ya sé. Disculpe, señor Mitter, pero tengo que hacerle estas preguntas por desagradables que parezcan. Esto será mucho peor durante el juicio, se lo puedo asegurar, es preferible que vaya acostumbrándose.