– ¿Usted la conocía bien?
– Como cualquier otra persona, creo yo. De aquella época me refiero. Luego no volvimos a encontrarnos. Estuvimos seis años juntas…, los tres últimos en Leuwen y luego los tres cursos del instituto… en Mühlboden. En el instituto, sobre todo, nos hicimos muy amigas, éramos cuatro o cinco y formábamos… sí, una pandilla puede decirse…
– ¿Chicas?
– Sí, una pandilla de chicas. La mayor parte de las veces éramos sólo dos o tres cuando hacíamos algo juntas… las otras estaban con chicos… pero eso cambiaba…
– Entiendo. ¿Andaba Eva con muchos chicos durante esa época?
– No, ella era seguramente la más cuidadosa de todas… sí, sí, sin duda, pero…
– ¿Sí?
– Ella tenía de algún modo extraño más motivo que nosotras para tener cuidado. Parece raro, pero se metía en las cosas de todo corazón, es como si tuviera que cuidarse de no resultar herida. Era fuerte y frágil al mismo tiempo, si entiende lo que quiero decir.
– No muy bien -reconoció Van Veeteren.
– También fue que cambió bastante en el instituto… en la escuela en Leuwen apenas la conocía. Ella y su hermano Rolf… eran mellizos… estaban siempre juntos. El padre murió por entonces, yo creo que eso le hizo bien a ella…, él bebía. No me extrañaría que les pegara… a la madre también, seguramente.
– ¿En qué sentido cambió Eva en el instituto?
– Se volvió más… abierta. Hizo buenos amigos… empezó a vivir, se podría decir.
– ¿Gracias a la muerte del padre?
– Pues yo creo que sí. Los lazos con Rolf también se aflojaron, se habían necesitado el uno al otro sobre todo como protección frente al padre.
– Rolf se trasladó luego, ¿verdad?
– Sí, él también iba al instituto, estaba en un curso paralelo, pero interrumpió los estudios. Se embarcó… con el tiempo se estableció en América, tengo entendido.
Van Veeteren asintió.
– ¿Recuerda usted el nombre de algunos chicos con los que Eva haya tenido relación?
– Sí… he pensado en ello desde que usted me telefoneó, pero los únicos que recuerdo, con los que verdaderamente tuvo relación… usted ya me entiende… fue uno que iba a nuestro curso, Rickard Antoni. Fue casi al final del curso… me parece que sólo duró unas semanas; en todo caso ella ya le había dejado cuando empezó en la universidad en el otoño… porque entonces él ya salía con otra, con Kristine Reger, una amiga mía. Luego se casaron.
– ¿Y quién era el otro?
– ¿El otro?
– Sí, usted dijo que se acordaba de dos chicos que habían salido con Eva.
– Paul Bejsen, claro. El que murió.
– Cuénteme.
Ella lanzó un profundo suspiro. Encendió otro cigarrillo y se quedó un rato completamente inmóvil con la cabeza apoyada en una mano.
Una pausa para acorazarse, pensó el comisario. Para vencer la resistencia.
– Fue en la fiesta de Todos los Santos, el último año -empezó ella-. Uno de los chicos de nuestro curso, Erwin Lange se llamaba, tenía una casa de verano… Bueno, sus padres tenían una casa en los alrededores de Kerran, la naturaleza es bastante impresionante, páramos y rocas y barrancos, ¿ha estado usted allí?
Van Veeteren negó con la cabeza.
– Bueno, el caso es que hicimos una fiesta… Yo creo que éramos alrededor de veinte, la mayoría de nuestro curso, pero también otros. Eva llevaba saliendo con Paul Bejsen un par de meses…, él era un poco mayor que nosotros, ya había hecho la reválida. Habían estado juntos de verdad, eso lo sé bien.
– ¿Fue él su primer amante?
Ulrike deMaas dudó.
– Sí, quién iba a ser sino… y sin embargo…
– ¿Sin embargo?
– Sin embargo uno tenía la sensación de que ya lo había experimentado… de que tenía bastante experiencia, vaya.
– ¿Por qué tenía usted esa sensación?
– No lo sé. Uno nota esas cosas. Las chicas…, las mujeres lo notamos desde luego… Claro que se nota si una chica ha estado en la cama con un tío o no…
Van Veeteren asintió. Tal vez fuera verdad.
– ¿Qué pasó aquella noche?
– Circuló mucho alcohol, bastante hachís también, pero no hubo nadie que perdiese los estribos…, lo pasamos de maravilla, la verdad. Nos pasamos toda la noche alrededor de una gran hoguera en el jardín, asamos un cerdo, bebimos, cantamos y… ya sabe usted. La gente se emparejaba y desaparecía de vez en cuando… en el interior de la casa o en los prados… Sé de dos chicas por lo menos que perdieron su virginidad esa noche…
Hizo una pequeña pausa.
– … yo fui una de ellas.
Van Veeteren cambió el escarbadientes por un cigarrillo.
– ¡Tenía dieciocho años, caramba! Ya era hora… bueno, a la mañana siguiente supimos lo que había pasado y fue una mañana horrorosa, comisario…, seguro que puede imaginárselo. A todos nos despertó la policía, creo que no debían de ser más que las siete y media… veinte jóvenes con resaca y sólo un par de horas de sueño en el cuerpo…, la policía y un vecino. Era el que había encontrado un muerto en el fondo de un precipicio… Creo… yo creo que fue aquella mañana cuando muchos de nosotros nos hicimos adultos.
Guardó silencio unos instantes.
– Por lo menos yo me hice adulta. Perdí mi virginidad y a un buen amigo la misma noche…
– ¿Era usted muy amiga de Paul Bejsen?
– Pues… tal vez no, pero le conocía. Era un chico muy agradable, simpático e inteligente… Todos le querían…, había varias chicas que seguro que estaban enamoradas de él…
– ¿Usted también?
– No… no entonces. Tal vez antes.
– ¿Qué fue lo que pasó?
Ulrike deMaas encogió los hombros como si de repente tuviera frío.
– Habían estado paseando por los páramos, él y Eva… Ella había roto con él por alguna razón… y le había dejado allí. No sé, él debía de estar bastante borracho, me figuro…, pero fue una de las cosas que se silenciaron luego, claro está… en todo caso se había matado. Se había tirado por un despeñadero. Lo macabro es que eligió el sitio más adecuado. Vejme Klint es… en boca de la gente… el viejo precipicio familiar de toda la comarca, ya sabe usted, el lugar al que dicen que acudían los viejos antaño cuando sentían que la vida se les iba escapando. Para no ser un peso…
Movió la cabeza.
– Fue una historia terrible, comisario. Y nunca se ha puesto una tapadera más pesada sobre algo que cocía tan a borbotones. Los padres eran profundamente religiosos, de la secta Reformerde Kirk, él era hijo único… hágase usted una idea, comisario. Mühlboden no es una ciudad grande.
Van Veeteren asintió.
– ¿Cómo fue la investigación policial? Usted habrá sido interrogada.
– Sí, todos tuvimos que presentarnos en la comisaría y hacer un informe… a distintas horas. Duró varios días, tuvimos que faltar a clase. Pero claro que no había mucho que decir.
– ¿No dejó ninguna carta?
– No.
– ¿Cómo se lo tomó Eva Ringmar?
– Muy mal. Muy muy mal, me parece. Si no recuerdo mal, se encerró en casa el resto del trimestre… o casi… sí, asistió al final, antes de Navidad. Formábamos parte del coro, ella y yo… ella no había ensayado nada, claro, pero no importó. Eran las viejas canciones de siempre…
Hizo una nueva pausa.
– El primero de Adviento es hoy… hace veinte años justos que ocurrió… no había pensado en ello. ¿Podría… hacerle una pregunta, comisario?
– Naturalmente.
– ¿Por qué anda usted escarbando en todo este pasado…? ¿No pensará que tiene algo que ver con…?
– ¿Con qué, señorita deMaas… o debo decir señora?
– Entre medias, más o menos. Con todo esto que ha pasado ahora, claro. El asesinato de Eva y de su marido…, ¿piensa usted que hay una relación?
– Señorita deMaas -decidió Van Veeteren-. Si hay algo que yo he aprendido en este oficio es que hay más relaciones en el mundo que partículas en el universo.