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– ¿Por qué la mata a ella en lugar de matar a Mitter?

– Yo creo que fue un arrebato… un impulso repentino. Fue tal vez un intento de librarse de todo para siempre… de cualquier manera todo aquello fue bastante fortuito. Que Mitter estuviera tan borracho como para perder la memoria no fue, desde luego, algo con lo que él había contado. Esperaba que Mitter contara que él, Berger, había estado en su casa aquella noche, sólo que bastante antes, pero no había nada que pudiese indicar que luego había vuelto y la había matado. Ha tenido que darle muchas vueltas al hecho de que la policía no diera señales de vida.

Van Veeteren sacudió la cabeza.

– Seis -dijo-. Creí que eran cuatro, tal vez cinco… pero fueron seis.

Hizo una pequeña pausa y miró la oscuridad a través de la ventana lateral.

– ¿Qué piensas tú que hace posible que su madre tenga fuerzas para seguir viviendo? ¿Por qué demonios no se quita de en medio? O se acuesta simplemente y se deja morir…

Münster reflexionó.

– ¿Hamlet? ¿Miedo?

– No. Tú la has visto.

– ¿Es creyente?

Van Veeteren se echó a reír.

– ¿De qué estaría hecho ese dios que permite que tu esposo te maltrate y te ofenda, que tus hijos cometan incesto, que tu hijo asesine a tu hija…?

Münster dudó.

– No sé… tal vez asuma el castigo… viviendo, quiero decir.

Van Veeteren volvió la cabeza y miró a Münster.

– Excelente -dijo sorprendido-. ¡Excelente, Münster! Tengo que acordarme de no subestimarte en lo sucesivo.

– Gracias -dijo Münster-. Ya estamos llegando… Otra cosa…

– ¿Sí?

– Si hace el favor, mande una tarjeta, comisario… es por el sello. El chico ha empezado a hacer colección…

– No faltaba más -dijo Van Veeteren.

Münster aparcó y sacó las maletas.

– Nos vemos pues en enero -dijo Van Veeteren.

– A finales de enero -dijo Münster-. Tengo dos semanas de vacaciones después de Año Nuevo…

– Mira qué suerte. Y ¿adónde vas a ir?

– A las Maldivas -dijo Münster sonriendo con timidez.

– Eso está bien, Münster -dijo Van Veeteren estrechándole la mano-. ¡Pero mantente en forma! No va a ser muy divertido vérselas conmigo cuando vuelva.

– Lo sé -dijo Münster.

45

La mujer le cogió el brazo.

¿Qué coño le pasará ahora?, pensó Ingrun. Acababa de sentarse y de encender un cigarrillo. ¿Por qué no le dejaban alguna vez en paz?

– ¿Qué quieres? -dijo tratando de que le soltara.

Sus uñas se le clavaban en la piel.

– ¡Lucas 15, 11! -chilló ella.

– ¿Qué?

– ¡Lucas 15, 11! Iba a leer la Biblia y alguien la ha garabateado…

Él descubrió que era verdad que tenía una Biblia en la otra mano y un huesudo dedo índice metido en ella.

– ¡Déjame ver!

Ella soltó su brazo. Abrió la Biblia y se la dio. Atravesando una de sus páginas estaba escrito con letras grandes y claras:

Carl Ferger.

– Dios no lo perdonará nunca -gritó excitada, y se frotó las manos.

Ingrun dudó un momento. Luego arrancó la hoja y la tiró a la papelera.

– ¡Lee otra cosa! -dijo, y cerró la Biblia.

Håkan Nesser

***