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– ¿De veras? Es que aprendí lo que es elegancia. Y tengo conversación ¿no es cierto? Aunque no haya estudiado ¿no? Con vos yo me llevo bien, Mita, porque no sos envidiosa, vos no te pintas más que los labios y te pones un poco de polvo, pero vos sabés que ni a vos ni a mí las de acá minean nos quisieron por forasteras.

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– Tenés tu casa. Y Berto está a un paso en el negocio: el único momento que no lo ves es cuando vas al cine, de seis a ocho, pero un día con volverte por la mitad de la película basta, si tuvieras alguna sospecha, pero no creo que Berto te haga una cosa así.

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– ¿Qué? no tendría que dar más que una ojeada, para volver con alguna de las de antes, vos no sabés cómo son estas moscas muertas de pueblo.

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– Cuando lo contradije, porque vos habías estudiado y por eso te tenía que hacer caso en todo. Cómo me hubiese gustado estudiar, a mí.

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– ¿Por qué no se le puede decir?

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– Ya estaba contra mí desde que le defendí a las mujeres que se pintan.

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– Al nene el último domingo que pasé en Buenos Aires. Se tuvo que traer del colegio el libro para repasar Geografía, y tenés que ver cómo se conocía el mapa de Europa.

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– Y así quedo bien, será que soy muy alta, tengo un tipo de norteamericana.

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– En las giras.

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– Los anteojos ahumados de armazón blanca y el pelo aclarado color cobre y lacio,

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– El jefe de la Hollywood Cosmésticos. Que convenía hablar poco, tener mucha autoridad, presentarse muy bien puesta y no dar mucha importancia al cliente.

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– «Haga como la inspectora americana que vino el año pasado, no daba confianza a nadie», y claro, no hablaba porque sabía poco castellano. Entonces yo aproveché, ya que tengo tipo de norteamericana, para no darle importancia a nadie.

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– Con trajes de brin de sport, amplios, con un buen cinturón ajustado para lucir la cintura, y con el cabello bien cepillado hasta que parezca que la melena es de seda, que bailando en una boiíe tiras la cabeza para atrás y caería ese pelo en cascada provocativo sobre los hombros, y si hubiera una despedida en un aeropuerto el viento lo hace flotar y parecería emocionante. Que hay que saber mantenerlo sedoso, si no te lo lavas nunca te queda pegoteado y si te lo lavas mucho está todo plumoso seco.

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– Una buena base de crema en la cara y casi sin colorete (es mejor pálida, más interesante) y después mucha sombra en los ojos que da el misterio de la mirada y cosmético renegrido en las pestañas. ¿Sabes una cosa? todos los peinados de Mecha Ortiz me quedan bien. No hay artista que me guste más, entre las argentinas.

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– Hay que ver que se puede hacer cualquier peinado que todos le quedan bien. Quién sabe qué sinvergüenza era el marido, porque es viuda ¿sabías?

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– Con el pelo largo está regia, bien largo y con ese jopo alto sobre la frente. Qué mujer interesante.

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– De haber sufrido, porque para hacer esos papeles, tan fuertes debe haber tenido una vida terrible, porque se ve que los siente. Empezó a trabajar como artista recién después de viuda.

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– Y en una película cuando se enamora una siente que se muere por ese hombre, no le importa de nada, y sacrifica todo por seguirlo.

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– En Buenos Aires a montones, para charlar un rato, nada más. Yo no sé si haría igual que ella, pero para eso hay que estar enamorada de veras, locamente enamorada. Yo ya no espero nada ¿me entendés? nada.

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– No puedo.

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– Siempre fue buen mozo, un artista de cine.

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– Del campo al pueblo y del pueblo al campo, pero nunca se lo veía acompañando a alguna, él andaba siempre solo con un amigo, no era compañero de las chicas. Y sin embargo, de tanto en tanto se corría la voz de que había alguna loca por él que se quería matar o meter de monja, y hasta chicas con novio…

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– Que lo tenés encerrado, porque no sale a ninguna parte y está enfrascado en sus negocios.

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– Si no querés saber quiénes eran, me callo. Tantos años hace ya: con Jáuregui yo de novia tenía una ilusión.

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– Los años de diferencia. Pero me daba todos los gustos: cuando venía a visitarme a Bragado no había un día que no fuésemos a tomar el copetín a la confitería, yo tomaba un poco de cerveza porque a mis hermanos no les gustaba que tomara vermouth. Y Jáuregui era de pocas palabras.

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– Que empezaría a contarme sus cosas cuando nos casáramos y tuviéramos más confianza.

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– Apenas si me pintaba los labios ¿me entendés lo que te digo?

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– En invierno. Cuando llegamos a Vallejos hacía un frío loco, teníamos una estufita que apenas si calentaba un poco la pieza. ¡Qué frío hacía para desvestirse! Y Jáuregui cómo se aprovechó, y yo ahí que no sabía nada, como un ángel.

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– ¿Vos te desnudabas delante de tus hermanas? -Yo nunca.

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– De novios él me había tocado toda pero pasando la mano por debajo de la ropa, que no es lo mismo que te toquen sin nada. Es tan feo estar desnuda, que se ven todos los defectos.

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– Con la luz apagada. Pero soy tan blanca que se me ve toda, y una vez que me retiró las sábanas yo me tapaba con las manos y después me agarró las manos y no hubo nada que hacer, tener que desvestirme en la pieza con un hombre, y no hubo quien lo calmara, yo nunca había visto a una persona perder el control así. A Jáuregui de novios yo lo había besado y besado nada más, viste a los gatos cuando les echas agua se ponen como locos y los pelos se les revuelven todos. Jáuregui no era la misma persona, estaba todo desgreñado.

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– Vos a todo que sí, porque te prometía dejarte ir a La Plata.

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– ¿Y para el casamiento de tu hermana?

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– Esa vez no te habrán dado permiso en el hospital, pero todas las otras veces que no viajaste fue por Berto, por el capricho del señor Berto.

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– Por los líos para llenar los papeles de la sucesión de Jáu-regui.

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– Y se murió, y a mí si me preguntan cosas de él no sabría contestar nada, nada más que me llenó de cuernos y yo cada vez que me daba cuenta de esas tramoyas… daba gracias al cielo. ¿Qué podía saber yo de los datos que me pedía el abogado?

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– Pedir todo por carta a mi cuñada, que entendía todo al revés ¿cómo no me iba a dar cuenta de la cajera? ¿desde cuándo una hora todas las noches para hacer la caja? Yo lo mismo cenaba con mi chico y después le recalentaba la cena a él, aunque pusiera cara de perro, que la comida estaba medio pasada.

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– No, vos te morirías.

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– Con el malhumor que le tenés que.aguantar. Yo lo mismo no dejaba de arreglarme, me sacaba el trapo de la cabeza y el delantal y si era a la tarde me iba a tomar un mate a tu casa, vestida regia, impecable: te veo levantarte de la siesta toda ilusionada con los ojos hinchados de dormir.

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– ¡La noticia de que Berto te dejaba ir a La Plata ese invierno!

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– Empezaba a temblar yo antes que vos, créeme.

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– De esa forma no hay modo de pelearse, yo no me le podía callar a Jáuregui, yo siempre contestaba.

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– ¿En el hospital ganabas más que en la farmacia?

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– Me preguntaban todo porque sabían que yo les buscaba la vuelta, a ésas sin frente o a las de cara larga, para que el turbante las favoreciera.

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– ¿Cuántos cumpliste? -¿Qué te regaló? -¿Por qué?

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– No, al negocio venían pocos, nada más que Ramos, el representante de las telas, qué encanto de hombre. Y el peón que le cargaba las telas, un urso que me hacía acordar de Jáuregui.