Выбрать главу
talo y el otro, y el otro, y dicen «me quiere mucho poquito y nada». Yo quiero ser el novio de Alicita, y el pelo de Alicita es lo mejor para jugar a eso de me quiere o no, que yo le cuento los pelos de un mechón y el pelo está cerca de la cabeza donde se piensa y los secretos, con la de González están llenas de secretos, se miran un poco y ya se ríen porque adivinan lo que están pensando, si el novio el uno de tercer grado, como yo, o de cuarto o de quinto. El Héctor está en tercer año nacional, en la pensión con el padre en Buenos Aires. Y después de terminar el problema, que les gano a todos que soy el mejor de la clase, me puse a mirarla a Alicita, y tenía un mechoncito medio escapado de la vincha y me puse a ver un pelito que brillaba, otro que no, otro un poquito menos, «mucho, poquito y nada». Pero movió la cabeza y cambiaron todos los brillos y no se podía ver más. Que después pensé que le podía decir que no se moviera, qué sé yo, porque la estaba dibujando, pero no pude saber. La de González me mira abriboca y no me dice nada. Alicita habla y se ríe de todos y me cuenta de la prima grande que está pupila en Lincoln y les hace cosas a las monjas, de noche se levanta descalza con otras y se van algunas chicas al baño a leer novelas y se meten en la cocina a robar galleticas, pero no la conoce a la Teté, que también está con las monjas de Lincoln. La Teté es medio prima mía. Alicita no tiene miedo de levantarse a la noche y quiere ir pupila a Lincoln. La Teté por suerte va a venir a Vallejos, vamos a jugar a la siesta que me aburro que mamá duerme la siesta. Si viniera Alicita, pero no viene que la madre es amiga de la madre de Luisito Castro, la llevan y Alicita juega con Luisito, aprovechador que un día lo vi que le pegaba a uno más chico, que él es alto y es más grande que yo que está en 4o, tiene diez años y yo nueve, qué infeliz como habla con una papa en la boca. Mamá dice que tiene la misma cara de bobo de la madre y habla como un chico de tres años. Alicita una vez dijo que Luisito le había dicho si quería sella novia de él, el idiota, con esa cara de burro. Las patadas que le daba al más chico, a mí me vio un día en el cine que fui a convidarle caramelos a Alicita al asiento y me miró, los zapatos los tiene con suela gruesa, «vos no le tengas miedo y pégale una buena trompada» dijo papá ¿y cómo supo? a mamá sola se lo dije, la trompada debe ser cuando Luisito está mirando para otro lado, en la barriga, y la puerta preparada para correr y cuando me ve otra vez a la salida de inglés? A Alicita la maestra la quiere más que a las otras, más que a todos, que la maestra va a la casa y es amiga de la tía que es linda blanca, no se pinta, cara de que va a la iglesia, flaca, mamá dice que es delicada de salud, porque se enferma de nada, y yo no tengo una tía maestra. Y un día le preguntó la maestra a Alicita cómo estaba la tía, que estaba esperando la cigüeña, y todos los días al pasar por el banco de Alicita a corregirle los deberes le preguntaba cómo estaba la tía, porque si estaba enferma cuaa-do venía el nene no le podía dar la teta, que la tía es flaca y no tiene tetas nada, sería por eso. Y un día Alicita estaba toda contenta y le dijo que la tía había tenido un nene y estaba bien, así que le habfá dado la teta, que se casó con uno del Banco de la cara linda, que siempre está vestido con un traje bueno que papá no se pone y la camisa blanca y la corbata nudito chiquito, como los dibujos del catálogo de Gath amp; Chavy, que es bueno nunca se enoja me parece, y está en el Banco de la Nación con el piso de mármol que encera la madre de la Felisa, todo grande que se puede bailar, y los barrotes dorados de las ventanitas y detrás hace cuentos el que se casó con la tía de Alicita, con cara de las cintas. Que el nenito recién "nacido cuando aprenda a hablar le va a dar un beso y le va a decir «te quiero mucho papá» ¿y no lo pinchará con la barba al nenito? No, porque no, que se afeita siempre, está detrás de los barrotes que brillan de oro, el piso brilla de mármol, la cara brilla de afeitada. Papá tiene la barba que pincha porque está nervioso, en el negocio que están las boídale-sas sucias con chorreadas violetas de vino, y siempre con el poncho de tío Perico que murió. El poncho marrón como tierra, los médanos si sopla el viento fuerte se cambian de lugar y hay que tapar las bordalesas que yo les saco el tapón para mirar adentro. Y lo dibujé al que se casó con la tía de Alicita y me salió igual, que hice los dos ojos bien iguales grandes abiertos con pestañas y una nariz chica y la boca chica con los bigotes finitos y el pelo con el pico en la frente y sin raya como Robert Taylor, que el tío de Alicita si fuera artista haría que se casa con Luisa Rainer en El gran Ziegfeld en vez de que ella se muera, cuando está enferma y se está por morir y lo llama por teléfono al ex esposo Ziegfeld que la dejó por otra y ella le dice que está sana para que Ziegfeld no se ponga triste, y apegas es la mitad de la cinta pero ella no sale más porque se muere enseguida, y mucho mejor sería que en eso suena el timbre y Luisa Rainer va a abrir y es uno que se equivocó de puerta, que es el tío de Alicita, pero Luisa Rainer está tan cansada después de levantarse a hablar por teléfono que se desmaya ahí mismo en la puerta, y él entra y la levanta y llama enseguida A mandadero del hotel, porque están en un hotel de lujo, que es un chico sin padre, que el padrastro le pega. Y lo manda a la farmacia a buscar remedios y mientras la pone a Luisa Rainer en el diván, y enciende la chimenea, la tapa con el quillango blanco de armiño, para que Luisa Rainer esté abrigada que estaba congelada, y se da cuenta de que ella está por morir. Pero con la ayuda del chico mandadero que llega cargado de remedios. Y en El gran Ziegfeld se muere de verdad, por la mitad de la película, y no sale más, que es una artista que me gusta, y después sale Myrna Loy que no me gusta mucho, alta, nunca se muere en ninguna cinta, a mí me gusta más Luisa Rainer que hace siempre de buena que todos la embroman, y a veces se muere, pero al final es lindo que mueran pero cuando se mueren por la mitad no aparecen más. Entonces sería lindo que siguiera la cinta con el que se casó con la tía de Alicita, ayudado por el mandaderito, empiezan a cuidarla a Luisa Rainer y el mandaderito se va a la cocina del hotel y se roba ravioles, una perdiz y tajadas de arrollado, no, mejor imperial ruso, y las trae y al principio ella dice que no tiene hambre pero el tío de Alicita le empieza a contar que con la nieve que empieza a caer van a hacer muñecos, van a ir a dar vueltas en trineo a la hora de la siesta y el mandaderito se pone triste porque no le dice que lo van a llevar, pero por lo menos contando esas cosas Luisa Rainer se va comiendo algunos ravioles, y un poco de perdiz y un buen pedazo de imperial, que nadie le traía nunca nada de comer. Y el hombre ve el piano y se pone a tocar y el mandaderito hace un zapateo y la Luisa Rainer se pone a cantar como al principio de la cinta y él se queda con la boca abierta y se miran con el mandaderito que se come un poco de imperial y el tío de Alicita no lo reta. Y todos los días después del Banco él viene a cuidarla a Luisa Rainer y el mandaderito le cuenta si ella comió o no, que ahora en la pieza tiene comida de sobra. Y el tío un día la besa en la boca y le dice que la quiere y yo desde la cocina del hotel le tiro una moneda al del organito que pasa por la calle para que toque una pieza y Luisa Rainer se levanta poco a poco y se da cuenta que se está curando y salen a bailar; Y ella está contenta, piensa que ahora van a salir juntos y se van a casar, pero él está triste. Y el mandaderito viene y los ve bailar y piensa que se van a casar y lo van a llevar a vivir con ellos. Y corre y lo abraza y le da un beso fuerte en los cachetes al hombre, que tiene esa cara linda de bueno bien afeitado, bien peinado con gomina, y le dice «¡no voy más con mi padrastro!» y el chico se da vuelta para decirle a Luisa Rainer que van a ir a vivir a una cabaña en el bosque nevado y ve que Luisa Rainer tiene los ojos llenos de lágrimas: es que el tío de Alicita se ha ido, y ya no vuelve más, porque ahora la tía de Alicita tuvo un nene y él no puede ir más a lo de Luisa Rainer después del Banco porque es casado. Y ya sería el final y no sé si se moriría Luisa Rainer, no importa porque si es al final ya no puede salir en la cinta, y el mandaderito llora todas las noches, bien despacito para que el padrastro nervioso no se despierte y le grite. Cachetada fuerte como le dio la maestra a la de Chávez nunca vi, pobre la de Chávez es buena y de las más petisas más que yo en la fila, que vive en la tierra, yo soy el que mejor dibuja, Alicita también pero menos que yo, yo soy el mejor alumno y después viene ella. El año pasado yo no iba a piano pero tenía el catecismo y tenía que estar con las monjas y no sé cuánto. Y mañana el cumpleaños de la de González, y viene la Paqui, grande de quinto, «a golpes se hacen los hombres» dice papá que me quiere comprar la bicicleta grande que me caigo, no se cae la Paqui que es grande está en quinto, es buena, medio linda pero con la cara flaca. Alicita cara gorda linda, los dientes lindos pero los de las esquinas largos de perro y en la risa los ojos de china y japonesa. La Hermana Clara es la que más me gustaba, jpvencita, mamá nunca la vio, no me cree que era tan linda, igual a Santa Teresita en el libro de misa. La cara de buena me la puso desde el primer día del catecismo, pero después cuando vio que me aprendía todos los rezos y los mandamientos y todo, todo, me empezó a querer, me dijo «curita», que iba a ponerme de cura, estar en la Iglesia. Al cura lo vimos poco y a la Hermana Mercedes seria recién cuando terminamos el primer librito de rezos: al colegio de Hermanas todos los días para el catecismo y me saqué las ganas de ver por dentro el colegio, que es para chicas nada más, Los cortinados sin fruncir negros como el hábito de las monjas, todo de la misma tela negra. La Hermana Clara no me asustó, en el primer librito eran los mandamientos y el niño Jesús y los Reyes, pero en el segundo libro empezaron con el fin del mundo. Empieza con una tormenta el fin del mundo. Puede venir cualquier noche. Y hay que rezar antes de dormir para estar preparado. Y hay que rezar aunque no sea el fin del mundo, que a la mañana siguiente mamá o papá pueden estar muertos, se mueren durmiendo. Empieza con una tormenta el fin del mundo, mientras todos están durmiendo y suena un trueno despacio. Y relampaguea un refucilo, pero todas las ventanas están cerradas y nadie lo ve. Después empieza a gotear la lluvia. Y un poco más de truenos, como una tormenta, pero nada más. Hasta que empeora de veras, y mamá se despierta para cerrar las canaletas que no se inunden los canteros, y mira porque hay refuciles, muchos juntos, que de golpe parecía de día y se ve todo en el patio, hasta las gallinas duras en el fondo, todas mirando paradas en el gallinero. Y los truenos más fuertes de a poco hasta que uno es como un cañonazo y ya no hay nada que hacer: cae un rayo lleno de electricidad que se hunde en el medio de la plaza y la tierra se parte como un pedazo de carbón. Y un chico le preguntó a la Hermana Mercedes si la lluvia no apagaba el incendio y ella contestó que «era peor», porque «era una lluvia de gotas de fuego», que entonces yo no sé dónde nos metemos, porque se irán quemando las casas como sánguches de arriba por la lluvia y de abajo por la tierra encendida y se viene todo abajo. Y la de González preguntó si la gente no se podía meter en la Iglesia y en el Colegio de Hermanas y dijo que no, que «estarán cerrados con llave y pasador, el Padre y las Hermanas serán los primeros que se presentarán a Dios para el juicio final». Entonces serán ellos los primeros que se reciben las gotas de fuego, que deben agujerear el hábito negro de las monjas y la sotana negra del cura, y los va a agujerear a ellos, y por los agujeros se va a ver todo lo feo, los racimitos, y los cañitos enredados, y la taza verde para abajo, en el aparato digestivo-reproductor. Pero es pecado pensar eso de las monjas y el cura que son de Dios, yo creo que a ellos les caerá una lluvia distinta, de gotas negras de alquitrán hirviendo que va agujereando y al mismo tiempo tapando todo de negro como al empedrar las calles. Lástima la Hermana Clara, es linda pero verde la cara buena de Olivia de Havilland y yo le dije que era buena como Santa Teresita, no me asustó con el fin del mundo. A la noche no hay que comer mucho que da sueños malos y mamá no me dio más huevos fritos de noche, ni siquiera pasados por agua. No me puedo dormir y después sueños de miedo, mamá y papá apagan la luz que ya se leyeron todo el diario, que a veces oigo que mamá le lee a papá en voz alta porque papá es mimoso, de Tobruk y de Rommel y de Pantelleria que ya me tienen cansado. La Paquita nu tiene miedo a las tormentas. Viene todos los sábados a la siesta a jugar con mi compañero de banco y yo. Lo mejor es a la selva. Y ahora lástima que no están más los árboles de peras que parecía más la selva, el día que los cortaron era temprano y cuando me levanté ya sabía que los árboles estaban cortados, casi de raíz y quedaba un poquito de tronco y nada más, había que dar toda vuelta al negocio para no pasar por el patio a verlos. No me acerqué a ver los tronquitos, pero le deben doler al árbol todos esos hachazos, esa madera clarita de adentro tiene que ser más blanda, papá, ¿se puede masticar la madera blanda? y «no, no hagas eso» y papá, ¿los árboles sienten algo? y «no, no sienten nada» pero tuvieron que agrandar el negocio y papá no quería hacer cortar los árboles y yo tampoco. Voy a hacer fuerza para no pensar más en eso. Y él tampoco pasó a mirar los árboles de pera recién cortados, dio toda la vuelta por el negocio para no ver, y le pregunté si había llorado que tenía los ojos rojos y dijo que los hombres no lloran, que era de dormir. Pero yo lo había visto cuando recién se levantó y no tenía los ojos así, el pelo revuelto y la barba que pincha. Mamá hizo como yo, se tapó la vista y ahora la selva son las bordalesas, todas en fila, un tablón va de una fila a la otra, es el río Amazonas. Los cocodrilos están escondidos debajo de los tablones, la chica tiene que pasar y se cae del tablón, se cae al río. Tiene que correr sin que la alcancen los cocodrilos, que con esa boca grande se la tragan. Y si por ahí la agarran, los buenos vienen y tienen que soltarla de los cocodrilos a la chica, pero si se la alcanzan a comer a la chica ya se termina el juego y entonces de golpe a cambiar, y la chica se transforma en el cocodrilo que la tiene agarrada la suelta y sale corriendo con los buenos porque se lo come la chica que parecía tan buena pero yo grité «cambiemos de juego a que la chica es el cocodrilo» y se volvió cocodrilo que con esas bocas que se tragan enteros un hombre dan más miedo que los leones, pero más miedo dan todavía las plantas carnívoras del fondo del mar. Que Alicita es buena yo creía, pero por ahí le guiña el ojo a la madre, o a la de González, «¡cambiemos juego!» le grito a la Paqui y se vuelve cocodrilo, Alicita de golpe se pone que no me muestra el dibujo que hizo, y no me contesta si le hablo, y me dice mentiras guiñando los ojos, y siempre los ojitos lindos de chinita como siempre, que se ríen, y los dientes de Alicita lindos aunque con los de los costados largos de perro… pero que a lo mejor no son de perro,… son ya medios de cocodrilo, y las piernas con zoquetes lisitas… pero que a lo mejor si en ese momento le toco… siento que no es lisita como parece, que tiene toda una costra filosa como los cocodrilos, dura y pegajosa que na se le puede clavar el cuchillo, los que caen al agua se gastan todos en clavarle el cuchillo en el lomo pero no pueden y es ahí que el cocodrilo gana tiempo y se los come. Solamente poniéndolos patas para arriba se les ve la parte blanca amarilla más clara, y por ahí es donde se les puede clavar el cuchillo. Pero no voy a pensar más en eso, que es feo. Yo sé una poesía en inglés. Pero la profesora no sabe la que canta John Payne en A La Habana me voy, que yo quería aprenderla en inglés. Rita Hayworth en Sangre y arena canta en castellano y a papá le gustó, que ese día era a beneficio de la Sociedad Española: el gallego Fernández vino a casa a vender entradas y papá se compró para