ió a Delia, una chica buena y la quiere y ahora ya no se puede conformar a perderla, y san-se-acabó.» Viejos turcos roñosos, una turca como el hijo no sé qué le iba a enseñar de lo que es tener su casa limpia. Pero si el turco la viera a Mita la boca sucia que está en la casa… Una fuente llena de canelones tan ricos, los hace con salsa blanca, el relleno de carne caro recaro. La muchacha lo trae que se quema las manos, la cazuela recién sacada del horno, por más repasador que le ponga el calor le pasa y viene a todo lo que da desde la cocina hasta el comedor en la otra punta de la casa, gente que coma caro como en lo de Mita… una vez también canelones rellenos de verduras pero no le gustan a Berto, si no es de carne nada, comer de masticar bien que se hundan los dientes en un colchón de carne, no como comer siempre puchero de carne tan blandita o milanesas cortadas finitas, la eterna historia en casa, mamá y papá, papá medio lleno de café y vasos de agua en el bar, el turco no se llenaría con pucheros, en el hotel ¡cómo traga! y se llena bien el buche, qué feo ese cinto sanjuanino. De allá toda la ropa es fea, mejor la de Vallejos por el diablo. Va a engordar más cada vez, es fea esa barriga, López no tenía nada, comiendo así hasta llenarse no hay modo de parar la gordura. En el hotel tarifa fija, coma lo que coma. Los empleados de Banco tampoco hacen ejercicios, pero López en el hotel no engordó, en la casa ahora menos con la guacha. Haciéndose la nena con el cuellito de puntilla, semejante grandota. Sin cintura, piernas de maceta, y voz de pava. Menor que López no debe ser, yo nueve años, él tenía veintiséis y yo diecisiete. El turco tiene veinticinco y yo veintiuno. Turco agrimensor narigueta, todo peludo, panzón, ojos de huevos fritos, si lo quiero será por lo bueno. Bueno y sonso, no, se hace el sonso, pero estoy segura que con la de Antúnez no fue sonso. Sonso con las vivas, vivo con las sonsas López vivo con las vivas, sonso con la sonsa de mujer que se trajo. Laurita viva con un médico, los más vivos son los médicos, pero el doctor Garófalo tiene más cara de sonso que el almacenero más sonso. Con marido almacenero echar mano a la fruta seca y me le abriría latas de duraznos al natural, y agarrar todo para hacer la paella como Mita, con berberechos en frascos, y pulpitos, lo que tenía que hacer era ese día llegar cuando estaban por la mitad del almuerzo y seguro que me iban a hacer probar, porque hacen en cantidad, la sirvienta ya se separa antes unos platones, el doble que en casa, y de lo que sobra de la mesa todavía se puede comer otro plato, y no me di cuenta de ir, en la luna pensando en López a lo mejor, no, en él que piense su abuela, ya no me acuerdo de él, cachivache de mujer que se fue a traer. Si con un peso no alcanza para las compras… hoy no me paso de un peso, un poco de verduras, la ensalada, hueso para el caldo, cabellos de ángel todavía tengo, y un poco de picadillo para albóndigas, papá come una, mamá tres y yo tres. Cincuenta de picadillo alcanza. A la madre de Laurita si de un saque le hiciera devolver las pedigüeñadas de los días del barullo antes del casamiento «ay, perdóname, Delita, no tengo cabeza para nada en estos días» me saldría la cena gratis, un peso, con 30 centavos que le agrego ya estaba el 1,30 del par de medias, ¡Un par por mes! Y de las doce no quedó nada si no estaría mejor la cena, a lo mejor con un poco de fruta, la uva todavía está cara. Aunque la foto tuve que sacármela, los viejos turcos querían la foto, ya que se vieron perdidos se hacen los simpáticos, qué roñosos. «Señor y señora Mansur: me atrevo a dirigirles estas líneas porque quiero mucho a Yamil y no puedo seguir viéndolo entristecido y sin fuerzas para nada. Sé que ustedes se oponen a un casamiento con alguien de otra religión, pero yo nada puedo hacer en este sentido, he nacido católica y aunque abrazara otra religión en el fondo seguiría sintiendo lo mismo, la fe cristiana. Para esposa de Yamil no querría usted seguramente a una mujer que empieza su vida matrimonial por un acto de hipocresía. Por eso quiero aclararles bien mi posición, esperando que pronto se llegue a una solución, aunque me sea adversa. Yamil no puede estar a merced de nuestro capricho ni un día más, él no se merece que nadie juegue con sus sentimientos». Esa carta de Mita convencía a cualquiera, yo la pasé bien toda con mi letra, pero la letra de Mita no se entiende, parece letra de médico. «Además les ruego que consideren con sinceridad esta cuestión: Yamil no ha sentido nunca profundamente la religión musulmana y estoy segura de que le sería indiferente bautizarse cristiano, para poder casarse por iglesia. Y es indudable que nada le favorecería tanto en su carrera en el Ministerio.» Si los viejos no aflojaban ¿quién quedaba en Vallejos de marido? Basta con los del Banco, por uno que se casa con una chica de acá, veinte no. Sam-pietro, Burgos, Nastroni, García, todos se casaron con las de sus pueblos, los desgraciados, acá ninguna es bastante para ellos y después cuando se aparecen después de la luna de miel con la mujer, resultan cada porquería de no creer, acá se meten con las más jovencitas, después se aparecen con un mancarrón… La peor la de López, y cómo se creyó mamá la mentira, que él ya tenía un hijo en su pueblo, y que tenía que casarse con esa mujer, mamá dice ahora que no le creyó, «yo no le creí, nena, pero qué ibas a hacer con un hombre que no te quería?», y eso es lo peor y después menos mal que apareció el turco. Ahora ya sé, lo peor es dejar que me pongan las manos abajo del cinturón y arriba de la rodilla, después en el cuello y la cara y los brazos no hace nada, o las piernas de la rodilla para abajo. Si no, es fácil perder la cabeza, basta una vez para saber lo que son ellos. Una buena fuente de ravioles me comería esta noche, ravioles amasados con rellenos de sesos y espinaca, bien espolvoreados con un buen puñado de queso rallado. Así la barriga se llena de veras, y dos vasos de vino y lavar los platos ya que me estoy durmiendo y después me tiro en la cama con el estómago pesado y en babia, a los dos minutos estoy roncando. Después que se iba López me quedaba sola en babia otro rato en el zaguán, las once de la noche, y derecho a la cama que a los dos minutos estaba roncando. Más de un peso gastar para la cena, tres gatos que somos, es demasiado, este mes con el gasto de la foto. La librería de porquería, grande de gusto, con el local nuevo de librería más que hay en Vallejos, vacía siempre, un alma no entra, mamá todo el día plantada detrás del mostrador, ya se podría quedar en casa. El vestido para el casamiento de Estela el mes que viene, si no era a la fuerza… y me queda para los bailes del club, un lindo vestido de tafetán. Que no se enfríe el turco. Según Mita una suerte bárbara encontrar al turco, y ella no es que sepa lo de López, a no ser que mamá le haya contado, pero a lo mejor mamá le pidió consejo de cómo se daban las puntadas, a lo mejor creyó que Mita farmacéutica sabía dar las puntadas, porque Mita parece que supiera porque me dice que tuve tanta suerte de encontrar a Yamil, porque es tan bueno y nada nervioso, según ella la belleza no tiene importancia para nada, lo principal es el buen carácter. «Yamil es un pedazo de pan», dice siempre, pero el pedazo de pan cuando empieza con las manos a tocarme tan fuerte hay que ver qué feo que es eso, no sabe acariciar nada, pero antes sabía menos. Yo lo acaricio. «Acaricíame como yo te acaricio a vos», y ahora acaricia mejor. Yo lo acaricio como me acariciaba López. El tafetán es mas suave que la taffeta, es mezcla de rayón y taffeta, me lo hago bien ajustado, el de Estela me lo probé el año pasado y es un roce fresquito como de seda y cuesta menos que la taffeta; al cruzar la pierna la pollera roza hasta arriba, de la cadera hasta la rodilla, ningún hombre tiene la mano larga que abarque desde la rodilla hasta la cadera, lo que no hay que hacer es dejar que ponga la mano arriba de la rodilla y abajo del cinturón, la mano que sube, por debajo de la pollera, qué sonsa es una de más chica. Que no crece el Toto siempre quejándose Mita «mocoso de mierda, ¿por qué no creces» le decía en la cara al nene, y el nene se fue a lección de piano y me dice «este hijo de puta no crece» Mita con la barriga que sí le crece y se le nota el encargue, yo le digo «Mita, usted se insulta sola» y ella «así me desahogo un poco, de lo que me hacen rabiar estos mierdas». Una mala palabra detrás de la otra. Si se lo digo a Yamil no me lo cree, y Estela que me dice «vamos a la farmacia Modelo, que me gusta conversar con la señora Mita, que es tan fina», antes sí, pero ahora… Yo no le reconocí al Héctor cuando apareció este verano, en menos de un año. Todo nuevo le tuvo que comprar Mita, no le entraba nada, se fue en marzo que era un chico y al terminar las clases quedó aplazado en todas, Mita no le quería comprar nada de la rabia. Pero cuando se bajaron del tren el Héctor parecía un maniquí, de cara me pareció más lindo que López todavía, grandote como el turco. Y la lengua de carrero, en una pensión con el padre en Buenos Aires, vagueando todo el día. Al bajar del tren si no era por Mita y el Toto no lo reconocía, Mita no se compró casi ropa este viaje, bajó con el mismo traje de saco con que se fue, pero se fue fina y se volvió ordinaria, ya está en el quinto mes. Una lengua de carrero tiene el Héctor, y Mita se ha subido al carro con él. Contagió a todos el Héctor, a Mita le dijo «plánchame bien los talompas de la pilcha nueva, no me las hagas ir de gilastro». Y Mita le entiende todo y yo le dije que era un carrero el Héctor y ella me dice «No seas gilastra» y se reía, y Berto con luna recién levantado también se reía. Contagió a todos el Héctor, dice que Yamil es un cartonazo. Al Toto no lo contagió, no aprendió a decir nada el Toto. «Qué buen par de porrones» me dice el Héctor, y yo ni lo miré, como si no hubiese dicho nada, y después sola le pregunté al Toto si porrones era el pecho o el traste y el Toto me hizo jurar que no contaba a nadie y «es algo del aparato reproductor, el Héctor habrá visto todo mientras… a la sirvienta de enfrente, que a la noche se cruza cuando todos duermen, y después vuelve a lavarse y me muestra y me pregunta si le creció porque cuanto más… más tiene que crecer» y yo «no seas chancho y decime de una vez qué son los porrones» y el Toto en vez de contestarme me dice «a mamá no le cuento ñadí del Héctor. Si se moría la sirvienta, el Héctor iba a la cárcel, pero si no se desangró la primera vez ya no se desangra más». ¿Estará loco ese chico? Por eso lo de antes de ayer no me sorprendió. Y me quedé un poco callada, y él «el Héctor me dijo que te quería romper el carozo pero vos no sabés lo que es el carozo» y yo no sabía si era lo de adelante o lo de atrás y se lo pregunté, y el Toto: «el carozo debe ser el fondo de tu cola lo que tapa para que no te siga entrando adentro del cuerpo el pito de los grandes cuando aparece esa especie de araña venenosa» y yo le seguí la corriente «¿para qué me quiere hacer eso el Héctor?» y el Toto «debe ser porque te tiene rabia, que estás de novia con el turco agrimensor que primero habías dicho que era un esfuerzo». Pero «Toto, estás loco, ¿de dónde sacaste todo eso? son todas mentiras tuyas» y todo colorado mirando para otro lado «te lo dije para ver si lo creías». Todas macanas para no hacer ver que no sabías lo que quería decir porrones ni carozo ¿qué quiere decir? me da vergüenza preguntarle al turco Después de eso lo de antes de ayer no me extrañó. No aprendió a decir nada el Toto de las palabras del Héctor. Con los compañeros de Agrimensura Yamil habla todo así, me dijo. «¿Qué quiere decir gilastro?», le pregunté los dos solos en el zaguán, «lo que querés que sea yo» y me agarra la mano y se la puso donde no debía, turco desgraciado. A mí qué me importa, si con eso está contento. Por suerte le quité la manía de la brillantina. Mientras a mí no me toque donde no se debe que se saque el gusto, yo le puedo tocar todo lo que quiera, a mí no me hace mal, lo que hace perder la cabeza no es eso. Con gomina le queda mucho mejor el pelo, turco crespo con encima la cabeza aceitada quedaba peor todavía que un negro orillero. Hasta que vuelven de la medición en Los Toldos estoy en paz. Que traiga bombones, aros no. Demasiado gasté hoy para las doce, los zapallitos no llenan, tan lejos, más de nueve cuadras hasta esa quinta, cinco centavos menos, y se me terminó de gastar el taco de los marrón sin puntera, se me empezó a comer ya el cuero, de la media suela no me salvo, $1,50. Gilastra que fui. No me acordé de mirar la suela. Y vestido blanco última vez en mi vida que me hago uno, lavarlo cada tres posturas si es la semana que no está Yamil, si está Yamil ya dos posturas queda la cintura toda marcada, manoseada de manos en verano las manos puercas como si sudaran hollín. Y cada lavada se va gastando, y al jabón no lo regalan, la semana que Yamil va a los trabajos con el teodolito lo lavo menos. Pero si Yamil está no compro fruta a la cena para mí, con él que me lleva a tomar un helado. Si me alcanza hasta después del casamiento de Estela, que entonces el de tafetán me lo pongo para los bailes y el de seda estampado lo paso para todas las tardes, una tarde sí y una tarde no con el blanco, el blanca cuando no viene el turco con las manos. Si después de tantas lavadas no empieza a deshilacliarse, o si no lo tengo que dejar para entrecasa, y el que tengo de entrecasa lo paso para cocinar que toman tanto olor a grasa y frito. El boliche de librería estaba siempre lleno, siempre, papá con luna que no podía cruzarse al café, y ni un alma hay ahora en el negocio nuevo. A una cuadra y media del boliche de antes. Con piso de mosaico y todo de lo mejor. Pero la gente no quiere pagar los aumentos. A la librería de los gallegos Laurita encargó las participaciones, ella nos podría haber ayudado. Me voy a gastar un pan de jabón entero si me pongo a lavar el que tengo para cocinar, me arrepiento de no haberme hecho el delantal con la camisa que papá dejó del cuello todo pelado, que le haga provecho al negro que se la dimos. El doctor Fernández cobró poquísimo. Que estúpida la Pirula, si es sirvienta aflojarle a uno que no se va a casar con ella como el Héctor. Todas las noches. López era más lindo. Qué mentira me dijo. ¿No se dio cuenta esa idiota que el Héctor no la acompañaba en el Paseo delante de todos? Se sabe que las ultimas piezas en las romerías las bailan con las sirvientas. Los estudiantes. Las novias ya se volvieron a la casa, corren los estudiantes de vuelta a las romerías a sacar a bailar a las negras. ¿Cómo no se dio cuenta la primera vez esa imbécil de la Pirula? negra y basta, de fácil caliente la estúpida. Ni siquiera dejarse acompañar, ni la mano, ni besos, que le habrán venido ganas de tocarle la cara al Héctor, bien blanca no como los ordinarios que se pueden casar con ella, blanco tostado de la pileta y de los domingos uno de los mejores que juega al fútbol. Ganas de tocarle la ropa que Mita le compró de lo mejor en Buenos Aires, lo que pensaba gastar en el Toto lo gastó en el Héctor porque el Toto no creció y tiene la ropa del año pasado. Al Héctor le había quedado todo chico. Más lindo que López no es. Tiene las pestañas más largas. López ahora tiene muchas entradas, el Héctor tiene mucho cabello y la mirada triste cuando está mirando para otro lado, los ojos siempre medio mojándose con un poco de lágrimas parece, pero cuando mira de frente hablando no: la mirada de brujo. «Yo sé que te hicieron el cuento y después te largaron, y ahora estás cosida» parece que me está adivinando el Héctor, con la mirada clavada de frente que puede leer hasta el fondo, lo que está escrito en el pensamiento. López la mirada de que me quería, le hice poner una vez los anteojos de hacer cuentas en el Banco, y se los saqué, un lechuzón con los anteojos, serio, parecía el más trabajador y se los saqué, las pestañas no muy largas pero negras y los ojos verdes y el blanco sin ninguna mancha, unos hilitos apenas de venas. Siempre por lo menos un brazo libre hay que tener, la Pirula sirvienta dejarse tocar por el. Héctor que es estudiante, hay que ser más que idiota, la mujer no tiene que dejarse tocar. Le aflojó la primera vez y después está lista no se puede aguantar, además que