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– ¿Queda bien el piso cuando le tirás el agua de cal?

– Era mentira, lo que le tiró mamá fue el agua con el desinfectante que le dio la señora Mita. Le tiró un balde lleno y quedó el piso apisonado con unas manchas blancas del desinfectante.

– ¡Amparo!

– Ya está dormidito de nuevo, señor.

– Vestilo lindo para las seis que la vamos a ir a buscar a la señora a la salida del hospital.

– Le voy a poner el pantaloncito y la capita que le trajo la señorita Adela de La Plata.

– ¿Te retó el señor?

– No se acostó a dormir la siesta, está haciendo cuentas en el comedor. Por suerte no lo mató de la trompada al Director del Hospital.

– Si no estaría preso, no lo habrían soltado. Pero la señora no había dicho que te llevaba a La Plata, ¿por qué te quejas?

– Si no se hubiese quedado sin vacaciones me habría llevado a La Plata.

– Sécame el piso de una vez.

– Yo estoy contenta de que el señor no lo mató,

– ¿Cuántos litros de leche quieren que les deje?

– A usted ya le dije que no viniera a golpear la puerta a la siesta; déjeme dos litros y medio.

– El timbre no suena.

– Lo desconectamos para que el señor duerma la siesta. Entre sin golpear.

– Hoy no se acostó, pero si estaba durmiendo y se despertaba con el ruido usted iba a saber lo que son gritos.

– Tu patrón se salvó ya más de una vez, mejor que no grite tanto.

– Usted tendría que saber que con la sequía se le murieron todos los novillos al señor. A usted se le tendrían que morir todas las vacas si me golpea la puerta de nuevo.

– Yo porque tengo cuatro vacas nomás y las cuido yo. Los que tenían muchas se jodieron.

– Salga de esta cocina que tiene que ir a cuidar sus vacas. Cuando llegue se va encontrar alguna muerta.

– Con vos no hablo. ¡Qué lindo delantal tenes, Amparo!

– Es robado. Esta ladrona después que tomó la primera comunión no devolvió el vestido que le prestaron las monjas.

– ¿Me pagan los 20 litros de la semana o no?

– Espere, que la Amparo va a pedirle al señor.

– Te espero en la vereda, que se me escapa el caballo.

– Dice el señor que le paga la semana que viene.

– Amparo, tenés cuidado con la Felisa, es una atorranta.

– No le crea a la Felisa. Cuando tomé la primera comunión las monjas me dieron este vestido como a todas las pobres que van atrás de todo en la procesión. Y la señora Mita me dijo que me lo quedara, total estaba todo roto en el ruedo. Y me lo acortó.

– Me dijo la señora Mita que cuando seas más grande te va a enseñar para entrar de enfermera en el hospital.

– Yo no quiero, esas sí que son atorrantas.

– Peor es la Felisa.

– Las enfermeras andan con los guardapolvos todos gastados y sin almidonar.

– Pero es mejor que ser sirvienta.

– ¿De qué se salvó el señor?

– De que lo matara un marido cornudo.

– Pero el señor nunca sale si no es con la señora.

– Pero cuando era soltero se salvó de que lo carnearan más de una vez. Metete de enfermera, Amparo.

– Hay una enfermera que parió soltera.

– Tu hermana también parió soltera, ¿quién te crees que sos?

– ¿Por qué te despertaste ya? mocosito, te daría un cintazo si pudiera. Pero te voy a cuidar hasta que seas grande. Cuando tu mamá se decida a comprar los muebles me voy a quedar a dormir acá en tu casa. Si hubiera una cama para mí me quedaría a cuidarte toda la noche. ¿Cuesta más una cama o un novillo? Si tu papá tuviera mucha plata como el padre de la Mora Menéndez no me iba más de esta casa como la niñeta de la Mora Menéndez… No llores, que ahora te cambio, te saco este pañal mojado y te pongo uno seco, si te quedas callado un ratito le doy una planchadita al pañal y así está calentito, que tenés todo el traste paspado. Y ahora la Mora Menéndez es grande, es una señorita, y la niñera sigue todavía en la casa, y tiene un novio del campo que la viene a visitar a la casa en la sala. La Mora todavía no tiene novio pero cuando se ponga de novia, y la venga a visitar ¿le quitará la sala a la otra y la niñera tendrá que estar con el novio en la cocina?

– Amparo, después me tenés que llevar esta carta al correo. ¿Qué dice mi negrito? Peínalo bien lindo, Amparo, así dentro de un rato lo llevamos a ver a la madre.

– Me lo llevo al nene conmigo al correo, señor.

– Amparo, acordate que me juraste no decírselo a nadie.

– Yo no se lo dije a nadie Por Dios que me caiga muerta.

– Nunca le digas a Mita que tenemos un secreto.

– No, señor. Pero la señora me preguntó por qué tenía morado el brazo.

– ¿Morado de qué?

– De cuando usted me vio que yo lo vi que usted estaba detrás de la puetra, escuchando lo que ellas decían.

– ¿Qué brazo morado?

– Que usted señor sin darse cuenta me agarró fuerte del brazo hasta que le juré que no le iba a decir nada a la señora Mita.

– ¿Y Adela no te preguntó nada?

– Sí, la señora y la señorita me preguntaron por qué tenía el brazo morado. Pero yo ya le había jurado a usted que no les iba a decir nada a ellas que lo encontré a usted escuchando detrás de la puerta lo que ellas hablaban.

– Júramelo de nuevo. Que no se lo vas a decir ni a Mita ni a nadie.

– Sí, señor. Se lo juro por la luz que me alumbra, que me quede ciega ahora mismo.

– Dios te castiga si faltas al juramento.

– No, en el catecismo nos dijeron que era pecado jurar, que no hay que jurar nunca.

– ¿Y qué les contestaste del brazo morado?

– Que era el cura que me había zamarreado en la iglesa. Yo le había contado a la señora Mita lo que pasó en la iglesia una vez. El cura a la de Roldan le dio una cachetada que la tiró al suelo, y la de Roldan se paró y no sabía dónde tenía que ir media mareada y se iba a meter a la sacristía y el cura la agarró de un brazo y la tiró contra la pared porque no sabía tragar la hostia y la empezó a masticar porque no le pasaba y la tenía media atragantada, en el ensayo último de la primera comunión.

– ¿Quién es la de Roldan?

– Una chica que vive en un rancho detrás de la vía. Iba conmigo detrás de todo en la procesión.

– ¿Y Mita te lo creyó?

– Señor, yo no sabía que usted estaba escribiendo una carta, yo creí que estaba haciendo cuentas. ¿Van a comprar los muebles?

– Amparo roñosa desgraciada, tuve que limpiar yo el piso.

– No tengo que ir al correo porque el señor rompió la carta que estaba escribiendo.

– Traeme pan rayado de la panadería… ¿Sabes una cosa? De cena voy a hacer mi-la-ne-sas, y vos en tu casa te tenés que comer las sobras del puchero que habrá hecho tu mamá a las doce.

– Vos sí que tenés suerte, Totín, no como la Inés. La Inés no es hermana mía ¿sabes? Si vos supieras, la pobre Inés es hija de mi hermana soltera la más grande, entonces yo soy tía de la Inés, así que cuando sea más grande yo le puedo pegar… Y la Pelusa sí es hermana mía, pero más chica y si yo le tiro del pelo me rasguña que tiene uñas de gato. A vos no te puedo pegar porque tu papá tiene plata y me paga para que te cuide, pero si no te quedas quieto te voy a dar un buen pellizcón si no nos ve nadie, mocosito, ¡quieto, te digo! Si supieras la pobre Pelusa nunca comió milanesas, y la noche que llovía tanto y no me podía volver a casa y la Felisa hizo milanesas, después cuando el señor me llevó en el coche después de cenar, me acosté con la Pelusa y le conté de las milanesas. La Pelusa me destapó la barriga y me pasó la mano fría por la barriga para ver si se tocaban las milanesas. Ojalá tu papá gane mucha plata y compre los muebles. La suerte que tuvo la niñera de la Mora… el novio toca el timbre y sale ella a abrirle la puerta, y no anda con delantal… Por suerte tu papá no está preso, pobre tu mamá de golpe le quitó las vacaciones el director y no pudo ir a La Plata, pero el señor le dejó medio muerto en el suelo al director.