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Había una vez una inmensa fábrica y allí un capataz, el mejor que jamás hubiera. Sus manos manejaban las herramientas más pesadas y difíciles, pero él las doblegaba a su voluntad y reparaba una y todas las maquinarias del establecimiento, la inmensa forja de la que salen millones de metros de tela por día. Uno de esos días en que la producción de infinitos metros y yardas (también infinita es la perfidia del destino) se apilaba como de costumbre gracias a los esfuerzos de mi padre y su ojo alerta que no dejaba flaquear uno solo de esos herrajes… en un momento… tal vez absorbido por un algo que vio y le pareció funcionar mal, dejó por última vez reposar su mano derecha sobre el rollo asesino que se la tronchó, el rollo de las telas engomadas, el rollo que enamorado de esa mano fuerte se la llevó para siempre. Es una simple manija la que abre y cierra la puerta del ascensor, y mi padre ahora con su mano izquierda cierra y abre infinitas veces al día las rejas plegadizas del ascensor de la fábrica… «el Dardito lo podría hacer, con ocho años que tiene»… dice sonriendo mi padre, él que otrora dominara todo un ejército endiablado de pistones, tornos, tuercas, clavos, cremalleras organizadas en ejército de la industria, por el derrotero del progreso. Y vi que eran las 10 y no me di cuenta de decirle que prendiera la radio, y él se quedó callado, para que yo terminara mis deberes, los deberes que no hice. ¡Castígame, Dios mío! porque dentro mía anida un cuervo y ha caído la noche en mi alma, teñida por el negro de sus plumas.

Casals dice que estando pupilo lo mejor es estudiar para que se le pase más rápido el tiempo. Viendo pasar a Graciela me preguntó «¿quién te gusta más, mi primo o Adhemar?», y por eso antes de que Graciela me lo dijera ya confirmé yo de quién eran los pantalones de que ayer ella me empezó a hablar. Si sabe me mata. El sábado del campeonato intercolegial, «H» estaba sentado al lado mío, entre yo y Casals. De «H» sé que le gusta más ver un partido de fútbol que ese partido de volly perdido vergonzosamente por nuestro equipo representante, sé que va con Casals todos los domingos a una matinée de cine.

El primo de Casals, que se llama Héctor, la hache no se pronuncia, sabemos que está ahí esa pequeña letra, y nada más.

Hay en mí algo hoy, también, que no se pronuncia, pero está allí. Tal vez sea mejor no encontrarle un sonido. Callemos. Ese coche que pasa en este momento por mi vereda y agita las aguas del charco ya se va alejando, ya no lo oigo, ya no ha dejado más que un hueco en mis oídos, pertenece al pasado, un pasado en que se encuentra con una algarabía de voces juveniles vitoreando a un equipo de volly perdedor, y él no vitorea a nadie, lo sé ¡cuánto más le hubiese gustado un partido de fútbol! y su silencio, su voz que no vitorea, también dejó un hueco en mis oídos. Héctor, tienes una extraña sombra en la mirada ¿y eres silencioso como la primera letra de tu nombre? casi no me dirigiste la palabra, claro, pensaste que era una nena, con mis zapatos sin taco y mis zoquetes blancos, ¡qué ridicula me habrás encontrado!

Toda una grandota de catorce años vestida de nena, sí, y con soltarme las trenzas creí que estaba hermosa, la pavota, este pelacho suelto, parezco una india, eso es lo que parezco, y mi hermana qué se cree, estúpida, y se piensa que le voy a tener que estar agradecida toda la vida porque me mandó a comprar cinfcuenta centímetros de cinta nueva, ¡con quince centavos ¿qué se creyó? ¿que iba a quedar la mejor de todas? ¿no sabe lo que gastan esas mocosas en vestir? no se imagina siquiera esa ignorante que hay gente que para un vestido a la niña de la casa se gastan lo que nosotros gastamos para mantener la familia todo un mes. Todas tienen tacos bien altos, peinados de señorita y pollera ajustada. Mientras que yo por esa porquería de cinta de la que salta toda esta mata de pelo duro le tengo que andar diciendo gracias hasta el año que viene…

Cuando doblé por el pasillo para salir del gimnasio, Héctor estaba prendiendo un cigarrillo, callado, ¡él es tan grande, se aburrirá entre nosotras mocosas! Tiene diecinueve años, y miraba pensativo la vitrina con las copas de los campeonatos. Héctor, quiero cambiarte el nombre… Alberto, o Amadeo, o Adrián, o Adolfo, ¿no te das cuenta por qué porque así tu nombre va a empezar con «a», como alegría…

Miércoles 10 – ¿Dios tuvo oídos pata mí? Nuestro director ayer presentó la renuncia pero no se la aceptaron ¿por qué se habrá visto obligado a dar ese paso? ¿estaré salvada? ¿y qué hice yo por él en estas circunstancias aciagas? pero calla, Esther, calla de una vez ¿quién eres tú para ayudar a tu director? Calla y ruega, ya que «el silencio de la plegaria es la música preferida de Dios» como dijo alguien que sabía más que yo. ¿Rezará Héctor por las noches? ¿me habrías creído, Esther, si ayer te hubiese dicho que… el DOMINGO esa y otras preguntas le podrás hacer a Héctor? ¡Casals, bendito sea Casals!

Le dije yo: «Casals, ayer a la tarde le tuve que ir a retirar los papeles del Ministerio de Trabajo y Previsión a mi papá que sabés que dan subsidio a los mutilados, y fui de paso por la calle de Adlon y no lo pude encontrar, para mí que me explicaste mal», y no recuerdo exactamente la conversación cómo siguió, pero bueno… ¿será cierto? ¿es Dios una centella? ¡qué cosa de decir! ¿y cómo me atrevo a sacar a colación esa tontería? Y bien, fue el verano pasado: venía yo de lo de mi hermana y quien mucho necesita de Dios eleva siempre su mirada al cielo, un cielo azul mar de tardecita calurosa, y por la vereda adornada de alguna pareja y una que otra comadre que sale a tomar el fresco mirando a lo alto vi una centella… ¡un deseo! ¡pronto! ¡hay que pedirle a la centella un deseo! pero me avergüenzo de sólo recordarlo, y no sé si me animaré a contarlo en estas cuartillas. Pude pedir más salud para mi madre… pude pedir la confirmación de mi beca… pude pedir más aún: que mis estudios puedan continuar hasta recibirme de médica… pude pedir ¿por qué no? una bicicleta para el Dardito… o la lotería, para todos olvidarnos de estrecheces y pagarle servicio doméstico a mi madre… ¿y qué fue lo que pedí? tan sólo se me ocurrió (en ese instante que me desnudó ante mí misma) lo que podría haber pedido Graciela, o tal vez también Laurita: cuatro letras me subieron a la garganta, me embriagaron cuatro letras como un trago de la grapa más fuerte, y una chiquilina más… pidió Amor.

Bueno, la cuestión es que ayer, a la hora en que el sol estaba en el cénit de un cielo casi blanco de luz, apenas terminamos el almuerzo llegó Casals a la mesa pero ya Laurita se había levantado y se sentó al lado mío y fuimos al parque hasta que sonó el timbre de vuelta a clase. El pasto todavía estaba mojado y hay mucho barro todavía pero por fin pudimos caminar un poco al sol y aprovechar nuestro inmenso parque después de tantos días de lluvia.