El único significado que le encuentro al sueño de la locomotora es que vivo bajo el peso de la pobreza. Porque no hay dinero para ropa voy mal vestida, aunque podría por lo menos ser más prolija para peinarme y cuidarme las uñas, pero aun cuando más joven la vista siempre rojiza se deberá a la irritación por la fatiga del pecho siempre latente, me causa ese efecto en vez de darme color a los pómulos, grises como velas de iglesia.
La locomotora era negra como todas las locomotoras y pensándolo bien, la madera de mi piano es del mismo color renegrido, puede ser que la locomotora era el símbolo del piano. No debería decirlo porque gracias al piano me gano el pan, pero aunque mal esté decirlo, odio al piano.
Es notable cómo se pueden sentir cosas distintas por una misma persona o por una casa o por un lugar. Si yo pienso en esta pieza miserable y su separación de tabiques, la odio, por ejemplo cuando algún chico está dando la lección de solfeo y se distrae porque oímos a mamá detrás del tabique que abre ia puertita de la mesa de luz para sacar las chancletas y las deja caer en el suelo, indicando sin querer que se va a levantar y va a encender la hornalla para el mate. Los chicos parece que supieran lo nerviosa que eso me pone porque hasta que no oyen la hornalla que se prende no retoman el ritmo del solfeo. Quiero explicar que en ese caso detesto esta pieza, pero si en cambio pienso en esta misma pieza cuando me sorprende una lluvia por la calle, me la imagino como un refugio, aterrada por mojarme y tomar un enfriamiento. Pero este no es un ejemplo muy bueno, mucho mejor es el caso de Toto para ilustrar lo que quiero decir.
Toto es un chico que tiene el poder de irritarme como nadie. Debe ser por la presunción de opinar, sobre todo y todos, teniendo sólo quince años. Lo odio verdaderamente cuando critica a las gentes que no piensan más que en comer, dormir y comprar un auto. Lo subleva que nadie lea, cuando él lee casi un libro por día, y que nadie escuche música. Él no sale con nadie, no es amigo de nadie en Vallejos, dice, porque no tiene nada de qué hablar con nadie. La excepción debo ser yo, porque todas las tardes se me aparece a charlar. Pero también a mí me critica porque me gustan los músicos románticos, no sé quién le habrá inculcado ese odio a Chopin. A lo mejor es la moda en Buenos Aires ahora.
Pero yo también tengo parte de culpa en esto, porque nunca me he animado a decirle que me cambiaría con gusto por cualquiera de las amas de casa de Vallejos. Es notable, pero cada vez que se lo voy a decir, hay algo adentro mío que no me deja. Me cambiaría por cualquier ama de casa, y tener mi casa, mi radio, mi baño, y un marido no demasiado bruto, que sea soportable, nada más. Del auto no me importa. Además si una vez por año pudiera ir a Buenos Aires a ver alguna ópera bien cantada o una buena obra de teatro, ya sería más que feliz.
Pero por otro lado a veces Toto me da una lástima que me demuestra que le tengo cariño. Por ejemplo cuando vino Paquita a decirme que no tendría que tratarme con Toto porque es una basura. No hay duda de que es cierto lo que me contó: Toto una noche salía del cine y caminando para la casa se puso a charlar con el novio de Paquita, que a veces charla con los estudiantes. Y Toto le contó de que Paquita había estado enredada con Raúl García hace años y que etc., etc. El novio le dijo a Paquita que no le importaba nada lo pasado, pero que no le hablara más a Toto, ni le fuera a la casa. Yo comprendo que estuvo mal Toto en hablar, pero el chico tiene celos de que Paquita se case, tan compañera de él que era, y lo comprendo porque si yo no tuviera los años que tengo, que me frenan los impulsos, en el caso de haberme encontrado por ejemplo con la madre del novio durante los días que estuvo de visita en Vallejos, a lo mejor me hubiese largado a decirle que en Vallejos hay mujeres mejores que Paquita, con otra madurez, otra sensibilidad, algunas de mis alumnas de piano ya recibidas, que pueden alegrarle la casa con música. Que un chico inteligente como Toto tuviera necesidad de rebajarse tanto con un chisme me prueba que el pobre se siente muy mal, lo sé por experiencia propia. A propósito, tengo una curiosidad enorme por conocer a la rusita, ya que Toto es tan exigente la chica que ha elegido debe valer mucho. Pero no me quiere mostrar las cartas, lo que me hace pensar que a lo mejor es todo un invento.
Recapitulando entonces, a veces Toto me irrita y otras me da lástima. Y hay otras veces en que ni una cosa ni la otra, rne resulta totalmente indiferente, un extraño, sobre todo cuando se viene con rarezas que no comprendo, porque son propias de un loco. Sucedió el otro día. Tenía en la mano El loco de Chejov, y le pregunté de qué trataba, a ver si lo había entendido. Yo no lo leí nunca pero sé que es un enfermo internado en un hospital de tuberculosos, y nunca lo quise leer porque me entristecen esos temas. Bueno y empieza a contarme que es de un muchacho en Rusia que está enamorado de una chica que vive en la capital y él se siente muy solo en su aldea (aquí empecé a sospechar) y obsesionado por la soledad una noche espera en la plaza el paso de la sirvienta de los vecinos de enfrente, que todas las noches va a llevar las sobras de la comida a la casa de ella, que está lejos después de cruzar la plaza. Y al encontrarla empiezan a conversar, y el muchacho sabe que la sirvienta gusta de él, porque siempre lo mira, y la acompaña en la oscuridad hasta el portón de la casa de los patrones. Allí en la total oscuridad empieza a besarla a la sirvientita, y pese a que su ilusión era que la primera mujer que poseyera no sería otra que su amada lejana, se siente tentado a poseer a la sirvienta. Esta se niega al principio, y él comienza a acariciarla, ya con suavidad, ya con fuerza, tratando de seducirla. Pero algo extraño sucede: la está tocando y no la está tocando, porque apoya las yemas de sus dedos contra la carne de la sirvienta y no siente el tacto, como si sus dedos fueran de aire. Y queda allí contra el cuerpo de la sirvienta, durante una hora, y vuelve a la noche siguiente, pero sucede lo mismo. Entonces saca un fósforo y lo acerca encendido al dedo índice para ver si siente algo, y se quema, y grita de dolor. Lo oyen y empieza a correr el rumor de que está loco, la gente lo dice canallescamente, alegrándose de que en el pueblo haya un loco.
Entonces el muchacho se prepara para ir a ver a la amada lejana y terminar con las pesadillas. Para eso le escribe anunciándole la visita y cuando está por partir con su atado de ropas al hombro recibe un mensaje de ella diciendo que no lo espera porque pronto será la esposa de otro hombre. Este es el golpe final, y el protagonista se vuelve loco, de modo que los del pueblo, llevados por la maldad, habían adivinado sin querer la verdad. Y fin.
¿Qué necesidad hay de mentir de modo semejante? Yo no me explico cómo un chico que tiene todo en la vida, o que lo va a tener, se pone a pensar esas tonterías de dedos de aire y demás disparates, inventándole una trama diferente y triste a un cuento que ya bastante triste es de por sí. Es eso lo que me hace sentir indiferente a Toto, alejada, como si no habláramos el mismo idioma. Es cierto que la adolescencia es la edad del desequilibrio.
Bueno, pero veo que no he dicho qué es lo que me hizo pensar en todo eso. Fue que ayer domingo Toto vino a decirme que tenía la radio libre porque el partido de River se había suspendido y el padre no lo iba a escuchar. Entonces sugirió que era la ocasión perfecta para ¡escuchar la transmisión de los domingos de Ópera del Teatro Colón, la única transmisión del Colón que se hace por onda corta ¡y que se puede escuchar en Vallejos. Bien, transmitían la matinée del «II trovatore» con nada menos que Beniamino Gigli. Nos sentamos y se escuchaba divinamente, como adentro del teatro mismo, yo hacía años que no escuchaba ópera transmitida directamente. El primer acto fue una maravilla, y estábamos en el principio del segundo acto cuando llegó el señor Casals y nos dijo que se había arreglado lo de River y empezaban a transmitir el partido. Todo con muchas sonrisas pero tuvimos que irnos, para dejarle la radio a él, y pasamos de la sala al patio porque la mamá me quería cortar unas flores y estaba el hermanito de Toto jugando con un tren armado con vías, estación, luces, etc. Un juguete carísimo y hermoso. Las vías forman un círculo y el tren va dando vueltas y al pasar por las diferentes estaciones, los puentes y los pasos a nivel, se encienden luces de diferentes colores.