Toto empezó hablando del hombre bruto, que ni siquiera tiene noción del absurdo de la propia vida, pues come y duerme para poder llevar a cabo sus largas horas de trabajo, y trabaja para poder pagar lo que come y la casa donde duerme, cerrando así su círculo vicioso. Yo por primera vez me animé a decirle que con gusto me habría casado con alguien así, pues esa simpleza es la base de la felicidad, y nada mejor que vivir al lado de alguien feliz.
Como no se quería convencer le agregué que según mi modesta opinión la fortaleza consiste en vivir sin pensar. Me preguntó entonces por qué no empezaba yo misma por no pensar y le tuve que decir que era a pesar mío que pensaba, y que ser simple es una bendición del cielo que no todos tenemos.
Su argumento siguiente fue que ser simple no es ser fuerte. Dijo textualmente con todo desparpajo: «yo soy fuerte, más fuerte que un bruto, porque pienso» pues fuerte es quien piensa y se sabe defender.
Se lo rebatí diciéndole que el hombre cuanto más piensa más se debilita, pues sus interrogantes no encuentran respuesta, y finalmente se tiene que suicidar, como ha sido el caso de filósofos tales como Schopenhauer y otros.
Eso lo dejó sin saber qué contestar por unos minutos, se debatía interiormente como una fiera herida que quiere aparentar que la bala no dio en el blanco. Como no respondía le seguí diciendo cosas, especialmente lo difícil que es conducirse en la tierra para el hombre inteligente, asediado por tantas incógnitas, mientras que para un bruto bendecido de Dios todo es tan fáciclass="underline" trabajar, comer, dormir y reproducirse. Para la mujer también puede ser fácil la tarea, jmes se casa con un bruto y se ampara en él.
Toto volvió al ataque preguntándome qué me hacía pensar que Dios bendecía a los brutos, y ante todo en qué me basaba para estar tan segura de la existencia de Dios.
Para responder me valí del argumento católico, es decir que la existencia de Dios nos es revelada en un acto de fe, la cual es ciega y ajena a lo racional.
Me preguntó entonces qué haría yo si no creyera más en Dios, y le respondí que en ese caso me mataría. Entonces argüyó que yo me servía de la idea de Dios para rechazar la idea del suicidio. Mi respuesta fue que la fe es la intuición que se tiene de Dios y las intuiciones no se explican.
Me preguntó entonces si había visto una película francesa cuyo título él había olvidado. Para tratar de hacérmela recordar me la contó toda. Jamás la vi ni la oí nombrar. Trata de lo siguiente: un señor feudal de la Borgoña, poderosísimo y respetado por sus siervos, cría a sus numerosos hijos junto con niños escogidos entre los más fuertes e inteligentes nacidos en la gleba. El señor feudal se propone formarlos como verdaderos soldados y estrategas y durante el día los hace adiestrar con los mejores maestros de Francia. Pero este señor feudal tiene una doble faz, tan bueno de día pero de noche se dedica a destruir lo que construye de día. A cada uno de sus protegidos (a sus hijos incluso), durante el sueño, aplica un tratamiento diferente. A uno le coloca sanguijuelas en los brazos y el cuello, para que le chupen la sangre y lo vuelvan débil físicamente; a otro le abre la boca y dormido le hace sorber licores creándole poco a poco en el organismo la necesidad de más y más alcohol, que le irá afectando el cerebro; a otro le susurra en el oído terribles historias en contra de sus compañeros, le dice que es el mejor alumno pero que todos se han confabulado para negarlo; a otro más, un niño ya adolescente, le presenta una esclava semidesnuda que desaparece por un pasadizo secreto en el momento en que el adolescente la va a perseguir; y así a cada uno de ellos aprovechándose de que mientras duermen sus fuerzas inconscientes están sueltas y seguirán las pistas fatales que el señor feudal les indique.
Pasa el tiempo, pese a todo en muchos de estos jóvenes guerreros hay buenas dotes innatas que se han desarrollado como han podido. Llegará pronto la primera batalla. El señor feudal ha prometido riquezas sin fin a sus hombres si se imponen en la batalla; les ha prometido una existencia feliz que incluye la condición más preciada en la Edad Media: paz de espíritu.
Para poner a prueba a los jóvenes, el todopoderoso feudal ha contratado secretamente a un ejército de mercenarios al servicio de la destrucción y al alba de una negra noche hace sonar el clarín de la pelea. La batalla dura días, los ejércitos se encuentran en un bosque espeso. Las mujeres de Borgoña esperan a sus hombres con ansia.
Y ellos vuelven derrotados. Algunos físicamente no resistieron, otros para calmar los nervios tomaron demasiado vino antes de la pelea, otros envenenados de envidia ante compañeros superiores atacaron a éstos por la espalda para probar el filo de sus sables, antes de enfrentar al verdadero enemigo.
El señor feudal recibe a los vencidos, y los jncrepa, echándoles en cara no haber sabido desbaratar las trampas del mundo: gula, lujuria, envidia, miedo, etc. Llega la hora de los castigos, y a cada uno de sus guerreros tiene reservado un castigo adecuado a la culpa. Y termina la película con que el señor feudal deja la cámara de las torturas pues es de noche y tiene que ir a ocuparse de los niños de la nueva generación, que están durmiendo en otra ala del castillo.
Este era el argumento. Me preguntó qué pensaba yo del protagonista. Le dije que era un monstruo. Y me respondió que no era tan monstruo si lo comparaba con Dios. Casi lo estrangulo, pero me contuve y le pregunté por qué.
Respondió que el señor feudal se aprovechó de seres tiernos para inyectarles los venenos de la tierra y después, llegados a la edad del libre albedrío, someterlos a pruebas superiores a sus fuerzas. Si hubo alguno fuerte que resistió, allá él, pero la mayoría sucumbió a las tentaciones y terminó su existencia en la expiación, es decir el tormento. Y todo podría haber sido evitado, si esos guerreros hubiesen sido preservados de las infecciones del mal. Si el señor feudal hubiese desterrado de su castillo al mal, todo se habría evitado.
Bien, aquí, en un momento impulsivo yo sin pensar dije una tontería: que el señor feudal podría no haber efectuado su obra destructora pero que el mal lo mismo se hubiera colado por alguna grieta de las piedras del castillo. Entonces Toto respondió que por eso Dios era peor que el señor feudal, pues Dios sí tiene las fuerzas para hacer lo que quiere, es todopoderoso, y por lo tanto podría también terminar con el mal en la tierra, pero que en cambio prefiere divertirse viendo cómo sus débiles criaturas son aplastadas por las fuerzas superiores del enemigo.
Respondí entonces con el argumento católico, es decir que el hombre tiene libre albedrío, y que si cae es por su propia culpa. Dijo Toto entonces que si el hombre caía era porque su propia estupidez y su propio vicio así lo querían, pero que nadie desea la propia perdición, y si todos nacieran no estúpidos e impermeables al vicio no habría necesidad de infierno, porque todos lo sabrían evitar muy bien.
La tesis final de Toto fue que Dios ha hecho posible la existencia del mal, y ha creado seres imperfectos, por lo tanto no puede ser perfecto, y más aún, tal vez Dios sea una fuerza sádica que se regocija en contemplar el sufrimiento. Por lo tanto él prefiere no pensar que existe un Dios, porque si fuera imperfecto resultaría el peligro público número uno.
Bien, esta fue su argumentación. Yo no supe encontrar el modo de rebatirle la tesis, y le corté el tema diciéndole que otro día, cuando estuviera lista para seguir la discusión lo iba a llamar. Estoy segura de que se me va a ocurrir algún argumento válido.
Me levanté del taburete del piano y abrí la puerta de calle. Me preguntó si lo estaba echando, lo cual no se me había ocurrido ni remontamente, y antes de que le dijera nada ya se había ido a la calle, sin decirme nada más.
Ya volverá. Fue una lástima que no se quedara porque no sé si habrá sido por la rabia pero me puse a tocar La Aurora de Beethoven y me salió como nunca.