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– Eh, Malone.

Se volvió.

Sentada a una de las mesas estaba Cassiopeia.

Se levantó y se acercó a él.

Llevaba una chaqueta marinera y unos pantalones a juego. Un bolso de cuero colgaba de su hombro y unas sandalias ceñían sus pies. Su pelo oscuro caía en espesos bucles. Todavía podía verla en la montaña, con sus pantalones de cuero y su sujetador deportivo, nadando tras él hacia la tumba. Y aquellos breves momentos en que se quedaron en ropa interior.

– ¿Qué estás haciendo en la ciudad? -preguntó él.

Ella se encogió de hombros.

– Siempre me has dicho lo buena que es la comida en este café, así que he venido a comer.

Él sonrió.

– Pues has hecho un largo camino por una sola comida.

– No, si no sabes cocinar.

– Me han dicho que estás curada. Me alegro.

– Eso te libera de muchas preocupaciones, como preguntarte si hoy será el día en que empezarás a morir.

Recordó su desasosiego aquella primera noche, en Copenhague, cuando lo ayudó a escapar del Museo Grecorromano. Ahora, su melancolía había desaparecido.

– ¿Adonde ibas? -preguntó ella.

Él miró la plaza.

– A dar un paseo.

– ¿Te apetece un poco de compañía?

Volvió la vista atrás, hacia el café, a la segunda planta y a la mesa en la que él y Thorvaldsen habían estado sentados. Su amigo lo contemplaba desde allí, sonriendo. Debería haberlo sabido.

La miró y dijo:

– ¿Vosotros dos siempre tenéis que estar tramando algo?

– Aún no has respondido a mi pregunta.

Qué demonios.

– Sin duda, me encantará tener compañía.

Lo cogió del brazo y echaron a andar.

Tenía que preguntárselo.

– ¿Y qué hay de ti y de Ely? Pensé…

– Cotton…

Malone sabía lo que iba a suceder, así que le evitó el apuro.

– Lo sé. Cállate y anda.

NOTA DEL AUTOR

Es el momento de separar la realidad de la ficción.

El método de ejecución descrito en el prólogo era utilizado en tiempos de Alejandro Magno. Alejandro ordenó que el médico que había tratado a Hefestión fuera ejecutado, pero no de ese modo. La mayoría de las crónicas hablan de ahorcamiento.

La relación entre Alejandro y Hefestión fue compleja. Amigo, confidente, amante, son todos ellos calificativos que podrían aplicársele. El profundo dolor de Alejandro ante la muerte prematura de Hefestión está documentado, así como el fastuoso funeral, del que algunos dicen que fue el más caro de la historia. Por supuesto, el embalsamamiento y la ocultación del cuerpo (capítulo 24) son ficticios.

El fuego griego (capítulo 5) es real. La fórmula, de hecho, fue creada por los emperadores de Bizancio y se perdió cuando el imperio cayó. A día de hoy, su composición química sigue siendo un misterio. En lo que se refiere a su vulnerabilidad al agua salada, es de mi invención: actualmente, el fuego griego se usa en la ofensiva contra otros barcos, en el mar.

El buzkashi (capítulo 7) es un antiguo y violento juego que se sigue practicando en Asia Central. Las reglas, el traje y el equipo, tal como se detallan en la novela, son correctos, como lo es el hecho de que los jugadores pueden morir.

La Federación de Asia Central es ficticia, pero los detalles políticos y económicos de esta región del mundo, mencionados en el capítulo 27, son precisos. Por desgracia, esa región ha sido siempre un campo de batalla, y sus gobiernos están afectados por la corrupción.

El libro de Frank Holt Alexander the Great and the Mystery of the Elephant Medallions me descubrió esos inusuales objetos: los medallones de los elefantes. Sólo so conocían ocho, muchos más de los que aún sobreviven. Su descripción (capítulos 8 y 9) es fidedigna, salvo por las microletras ZH, que son un añadido mío.

Sorprendentemente, utilizando lentes de aumento, los grabadores de la Antigüedad poseían realmente la habilidad del micrograbado.

En lo que respecta al uso de ZH, la traducción literal de la palabra en griego clásico es «vivir». El sustantivo «vida» es, en realidad, SOI!. Me he tomado esa libertad en la traducción por el bien de la historia. En lo que se refiere a la descripción de la lengua griega a lo largo de la novela, se usa el término «griego clásico», aunque algunos dirían que es más exacto llamarlo «griego antiguo».

El Batallón Sagrado que protege a Irina Zovastina (capítulo 12) es una adaptación de la unidad de combate más violenta de la antigua Grecia. Ciento cincuenta parejas de hombres, de la ciudad de Tebas, fueron masacrados por Filipo II y su hijo, Alejandro Magno, en el año 338 a. J.C. En Queronea, Grecia, todavía existe un monumento funerario en honor a su coraje.

La medicina que aparece en la novela es ficticia, como el relato de su descubrimiento en el capítulo 14. Las arqueas (capítulo 62), no obstante, existen y, de hecho, algunas bacterias y virus se devoran mutuamente. Mi uso de las arqueas en ese sentido, sin embargo, es pura invención.

En cuanto a Venecia, los escenarios son precisos. El interior de la basílica de San Marcos es impresionante, y la tumba de san Marcos (capítulo 42), así como su historia, están descritos con exactitud. En Torcello hay efectivamente un museo, dos iglesias, un campanario y un restaurante. La geografía y la historia de la isla (capítulo 34) han sido, asimismo, relatadas fielmente. La Liga Veneciana no es real. De todos modos, a lo largo de la historia, la república veneciana forjó periódicamente alianzas con otras ciudades-Estado que se llamaron ligas.

La fluorescencia de rayos X (capítulo 11) es un descubrimiento científico reciente que se usa para el estudio de pergaminos antiguos. Debo agradecerle al brillante novelista Christopher Reich que me enviara un artículo sobre ese tema.

La historia de Jerónimo de Cardia (capítulo 24) es totalmente ficticia, como lo es el enigma de Ptolomeo; aunque todas las actuaciones de este último en lo referente al funeral de Alejandro y su dominio de Egipto son históricamente correctas. La apropiación del cuerpo de san Marcos en Alejandría por parte de mercaderes venecianos en 828 d. J.C. (capítulos 29 y 45) ocurrió tal como se relata en este libro, y su cuerpo, de hecho, desapareció durante largos períodos en la misma Venecia. La historia de su reaparición en 1094 (capítulo 45) es narrada diariamente, con orgullo, por los venecianos.

Desgraciadamente, las zoonosis (capítulo 31) existen y periódicamente causan epidemias devastadoras para la salud humana. La búsqueda de estas toxinas naturales y su adaptación para usos ofensivos (capítulo 54) no es nada nuevo. La humanidad ha jugado con la guerra biológica desde hace siglos, y mi ficticia Irina Zovastina es sólo un ejemplo más de ello.

Las estadísticas detalladas en el capítulo 32 reflejan con exactitud el creciente problema del VIH. África y el sureste asiático son sus refugios preferidos. La biología del virus descrita en el capítulo 51 y cómo el virus pudo haber pasado de los monos a los humanos (capítulo 60) es correcta. La idea de que alguien descubra la cura para el VIH y la retenga mientras se va formando un mercado (capítulo 64) es simplemente parte de la historia. Pero el aspecto político del virus, así como la insuficiente respuesta global a esta amenazadora pandemia son, lamentablemente, muy reales.

En la isla de Vozrozhdeniya fue donde los soviéticos produjeron la mayor parte de sus armas biológicas, y el dilema causado por su abandono (capítulo 33) ocurrió realmente. La desaparición del mar de Aral (capítulo 33), precipitado por los insensatos trasvases de los soviéticos, se considera uno de los peores desastres ecológicos de la historia. Lamentablemente, esta catástrofe no se ha podido paliar en la vida real.

El amuleto que se llevaba sobre el corazón (capítulo 59) es real, aunque mi inclusión de un rollo de oro en su interior es ficticia. Los escitalos (capítulo 61) fueron usados en época de Alejandro Magno para enviar mensajes cifrados. Uno de ellos se exhibe en el Museo Internacional del Espionaje, en Washington, D.C., y no pude resistirme a incluirlo en el relato. Los escitas (capítulo 75) existieron y su historia es narrada correctamente, excepto en lo concerniente a donde enterraban a sus reyes; sólo sabemos que usaban túmulos funerarios.