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Ella comprendió la trascendencia de aquello, pues los presidentes no eran proclives a hacer sonar las alarmas basándose en sospechas fútiles.

– Que está a punto de acabar, ¿no es así?

Daniels asintió.

– Por el momento, grandes corporaciones constituidas al amparo de la legislación de la Federación de Asia Central han adquirido o absorbido casi ochenta empresas de todo el mundo: farmacéuticas, informáticas, fabricantes de automóviles y camiones y telecomunicaciones son sólo algunos de los sectores. No te lo pierdas: incluso se han hecho con el mayor productor mundial de bolsitas de té Goldman Sachs ha pronosticado que, de seguir esto así, la Federación bien podría convertirse en la tercera o la cuarta potencia económica del mundo, por detrás de nosotros, China y la India.

– Es alarmante -confirmó Davis-, sobre todo porque está ocurriendo a la chita callando. Por regla general, a las sociedades anónimas les gusta anunciar sus adquisiciones, pero no en este caso: todo se mantiene en secreto.

Daniels hizo un gesto con un brazo.

– Zovastina necesita un flujo de capital constante para mantener en funcionamiento el engranaje de su gobierno. Nosotros tenemos impuestos; ella, la Liga. La Federación es rica en algodón, oro, uranio, plata, cobre, plomo, zinc…

– Y opio -añadió ella.

– Zovastina también ha echado una mano a ese respecto -dijo Davis-. Hoy en día la Federación es la tercera potencia mundial en incautaciones de opiáceos. Ha cerrado esa región al tráfico, lo que hace que los europeos la adoren. No se puede hablar mal de ella al otro lado del Atlántico. Claro está que también les pasa a muchos de ellos petróleo y gas baratos.

– ¿Son conscientes de que Naomi probablemente haya muerto por todo esto?

La idea le revolvió el estómago. Perder a un agente era lo peor que podía imaginar. Por suerte, rara vez sucedía, pero cuando era así ella siempre tenía que hacer frente a una perturbadora mezcla de ira y paciencia.

– Lo somos -contestó Davis-. Y no quedará impune.

– Ella y Cotton Malone eran amigos, trabajaron juntos numerosas veces en Billet. Formaban un buen equipo. Cuando Malone se entere lo va a sentir.

– Ése es otro de los motivos por los que estás aquí -afirmó el presidente-. Hace unas horas Cotton se vio involucrado en un incendio que se declaró en el Museo Grecorromano de Copenhague. El inmueble era propiedad de Henrik Thorvaldsen, y Cassiopeia Vitt ayudó a escapar a Malone.

– Parece que está al corriente de todo.

– Es parte de mi trabajo, aunque cada vez me gusta menos esa parte. -Daniels agitó el medallón-. En el museo había uno de éstos.

Stephanie recordó lo que le había dicho Klaus Dyhr: «Sólo se conocen ocho.»

Davis señaló la moneda con un largo dedo.

– Es un medallón con un elefante, según tengo entendido.

– ¿Importante? -preguntó ella.

– Eso parece -replicó Daniels-. Pero necesitamos tu ayuda para averiguar más.

VEINTIOCHO

Copenhague

Lunes, 20 de abril

0.40 horas

Malone cogió una manta y se fue al sofá de la otra habitación. Después del incendio del último otoño, y aprovechando los trabajos de reconstrucción, había tirado varios tabiques del apartamento y reorganizado otros, modificando la distribución del apartamento de tal forma que ahora la cuarta planta de su librería era un espacio habitable más práctico.

– Me gustan los muebles -aprobó Cassiopeia-. Encajan contigo.

Él había descartado la sencillez danesa y lo había pedido todo a Londres: un sofá, sillas, mesas y lámparas. Montones de madera y cuero, cálido y cómodo. Se había fijado en que la decoración rara vez cambiaba, a menos que otro libro subiera del primer piso u otra foto de Gary llegara por correo electrónico y pasara a engrosar la creciente colección. Le había sugerido a Cassiopeia que se quedara a dormir allí, en la ciudad, en lugar de volver a Christiangade con Thorvaldsen, y ella había accedido. Durante la cena, Malone había escuchado las explicaciones de ambos, teniendo presente que fuera lo que fuese lo que estuviese pasando se veía influido por los intereses personales de Cassiopeia.

Lo cual no era bueno.

No hacía mucho él se había encontrado en la misma situación, cuando Gary se había visto amenazado.

Cassiopeia se sentó en el borde de la cama. Unas lámparas sobradas de encanto pero faltas de fuerza iluminaban las paredes color mostaza.

– Henrik dice que tal vez necesite tu ayuda.

– ¿No estás de acuerdo?

– No estoy segura de que tú lo estés.

– ¿Querías a Ely?

La pregunta lo sorprendió incluso a él mismo, y ella no contestó en el acto.

– Es difícil de decir.

Eso no era una respuesta.

– Debía de ser muy especial.

– Ely era estupendo: listo, vital, divertido. Deberías haberlo visto cuando descubrió esos textos desaparecidos. Era como si hubiera descubierto un nuevo continente.

– ¿Cuánto tiempo llevabais juntos?

– Tres años, de forma intermitente.

La mirada de ella volvió a ausentarse, como cuando ardía el museo. Eran tan parecidos… Los dos escondían sus sentimientos. Pero todo el mundo tenía un límite. Él aún lidiaba con el descubrimiento de que Gary no era hijo suyo, sino el fruto de una aventura que su ex mujer había tenido hacía tiempo. En una de las mesillas descansaba una foto del muchacho, y sus ojos la buscaron. Había resuelto que los genes no importaban: el chico era su hijo, y él y su ex habían hecho las paces. Cassiopeia, sin embargo, parecía luchar contra sus demonios. Optó por ser directo.

– ¿Qué piensas hacer?

El cuello de Cassiopeia se tensó y sus manos se agarrotaron.

– Vivir mi vida.

– ¿Esto es por Ely o por ti?

– ¿Acaso importa?

En cierto modo tenía razón: qué más daba. Aquélla era su guerra, no la de él. Pero Malone se sentía atraído por esa mujer, aunque era evidente que a ella le importaba otro. Así que desterró los sentimientos de su cabeza e inquirió:

– ¿Qué hay de las huellas dactilares de Viktor? Ninguno de vosotros lo mencionó en la cena.

– Trabaja para la ministra Irina Zovastina. Es el jefe de su guardia personal.

– ¿Es que no pensabais decírmelo?

Ella se encogió de hombros.

– Sólo si querías saberlo.

Malone reprimió su ira, consciente de que ella lo estaba provocando.

– ¿Crees que la Federación de Asia Central está implicada directamente?

– Nadie ha tocado el medallón del museo de Samarcanda.

Convincente.

– Ely dio con la primera prueba tangible en siglos de la desaparecida tumba de Alejandro Magno. Sé que le pasó esa información a Zovastina porque él me contó su reacción. Está obsesionada con la historia de Grecia y Alejandro. El museo de Samarcanda está bien financiado gracias a su interés en el período helenístico. Cuando Ely encontró el acertijo de Ptolomeo sobre la tumba de Alejandro, ella se mostró fascinada. -Cassiopeia vaciló-. Él murió menos de una semana después de que se lo hubo revelado.

– ¿Crees que lo asesinaron?

– Su casa ardió por completo. No quedó gran cosa de ella ni de él.

Todo encajaba: el fuego griego.

– Y ¿qué hay de los manuscritos que halló?

– Hicimos algunas averiguaciones a través de unos expertos. Nadie del museo sabía nada.

– Y ahora arden más edificios y desaparecen más medallones.

– Algo así.

– ¿Qué vamos a hacer?

– Todavía no he decidido si necesito tu ayuda.

– La necesitas.

Ella lo miró con suspicacia.

– ¿Qué sabes de los documentos históricos que hablan de la tumba de Alejandro?

– Primero fue sepultado por Ptolomeo en Menfis, en el sur de Egipto, alrededor de un año después de su muerte. Después, el hijo de Ptolomeo llevó el cuerpo al norte, a Alejandría.