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Esas naciones eran su objetivo inicial.

Y morirían millones de personas.

Una vibración en el bolsillo lo sobresaltó. Sacó el teléfono móvil, consultó la pantalla y descolgó al tiempo que en el estómago se le formaba un nudo familiar.

– Viktor -dijo Zovastina-. Menos mal que he dado contigo. Tenemos un problema.

Él escuchó mientras la ministra le relataba un incidente acaecido en Amsterdam, donde habían matado a dos miembros del Batallón Sagrado cuando intentaban hacerse con uno de los medallones.

– Los norteamericanos han abierto una investigación oficiaclass="underline" quieren saber por qué los míos les disparaban a agentes del servicio secreto, lo cual es una buena pregunta.

A él le entraron ganas de responder que probablemente porque les aterrara decepcionarla, de manera que la imprudencia se había impuesto al buen juicio. Sin embargo, no era tan estúpido, así que se limitó a observar:

– Habría preferido ocuparme del asunto yo mismo.

– Muy bien, Viktor. Esta noche te doy la razón: tú te oponías a que interviniera un segundo equipo y yo no te hice caso.

Sin embargo, él sabía que no era conveniente agradecer dicha concesión. Ya era bastante increíble que Zovastina la hiciera.

– Pero usted quiere saber por qué estaban allí los norteamericanos, ¿no, ministra?

– Pues sí, la verdad.

– Tal vez nos hayan descubierto.

– Dudo que les importe lo que hacemos. Me preocupan más nuestros amigos de la Liga Veneciana. Sobre todo, el gordo.

– Con todo, los estadounidenses se encontraban allí -comentó él.

– Tal vez por casualidad.

– ¿Ellos qué dicen?

– Sus representantes se han negado a dar detalles.

– Ministra, ¿por fin sabemos qué es lo que perseguimos? -inquirió él, bajando la voz.

– Me he estado ocupando. Ha sido lento, pero ahora sé que la clave para descifrar el enigma de Ptolomeo reside en hallar el cuerpo que un día ocupó el Soma en Alejandría. Estoy convencida de que lo que buscamos son los restos de san Marcos, en la basílica de San Marcos de Venecia.

Eso era una novedad.

– Por eso me voy a Venecia. Mañana por la noche.

Todavía más impactante.

– ¿Es prudente?

– Es necesario. Te quiero conmigo en la basílica. Tendrás que conseguir el otro medallón y estar en la iglesia antes de la una de la madrugada.

Él sabía cuál era la respuesta adecuada.

– Sí, ministra.

– Todavía no me has dicho si tenemos el de Dinamarca.

– Lo tenemos.

– Habrá que prescindir del de Holanda.

Él notó que Zovastina no estaba enfadada. Cosa extraña, teniendo en cuenta el fracaso.

– Viktor, ordené que el medallón veneciano fuese el último por un motivo.

Y ahora él conocía el motivo: la basílica y el cuerpo de san Marcos. Sin embargo, aún le preocupaban los norteamericanos. Por suerte, había controlado la situación en Dinamarca. Los tres problemas que habían tratado de vencerlo estaban muertos, y Zovastina no tenía por qué enterarse.

– Llevo planeando esto desde hace algún tiempo -decía ella-. En Venecia tendrás provisiones, así que no vayas en coche, sino en avión. Éste es el sitio. -Le facilitó la dirección de un almacén y el código de acceso de una cerradura electrónica-. Lo que ocurrió en Amsterdam carece de importancia. Lo que ocurra en Venecia… será vital. Quiero ese último medallón.

TREINTA Y UNO

La Haya

1.10 hora

Stephanie escuchaba con sumo interés las explicaciones de Edwin Davis y el presidente Daniels.

– ¿Qué sabes de la zoonosis? -le preguntó Davis.

– Es una enfermedad que puede transmitirse de los animales a las personas.

– Es más específico incluso -puntualizó Daniels-: es una enfermedad que normalmente es inocua en los animales, pero puede infectar a los seres humanos con resultados devastadores: el ántrax, la peste bubónica, el ébola, la rabia, la gripe aviar y hasta la tina son algunos de los ejemplos más conocidos.

– No sabía que la biología fuera su punto fuerte.

Daniels rompió a reír.

– No sé una mierda de ciencia, pero conozco a un montón de gente que sí sabe. Díselo, Edwin.

– Existen unos mil quinientos patógenos zoonóticos conocidos. La mitad de ellos residen tranquilamente en los animales, alimentándose del huésped sin infectarlo. Sin embargo, cuando se transmiten a otro animal, a uno hacia el cual el patógeno no sienta instintos paternales, se vuelven locos. Así fue como empezó la peste bubónica: las ratas eran portadoras de la enfermedad, las pulgas se alimentaban de las ratas y transmitieron la enfermedad a los humanos, entre quienes proliferó…

– Hasta que desarrollamos la inmunidad a esa maldita cosa -terminó Daniels-. Por desgracia, en el siglo XIV les llevó unas décadas, y mientras tanto una tercera parte de la población de Europa murió.

– La pandemia de gripe española de 1918 fue una zoonosis, ¿no es así? -inquirió ella.

Davis asintió.

– Pasó de las aves a los humanos y luego mutó para que pudiera transmitirse de humano a humano. Y de qué manera: el 20 por ciento del mundo padeció la enfermedad, y alrededor del 5 por ciento de la población mundial falleció. Veinticinco millones en los primeros seis meses. Para verlo con cierta perspectiva, basta decir que el sida mató a veinticinco millones de personas en sus primeros veinticinco años.

– Y las cifras de 1918 no son seguras -observó Daniels-. China y el resto de Asia sufrieron terriblemente sin que exista un recuento de víctimas fidedigno. Algunos historiadores creen que en todo el globo pudieron perecer cien millones.

– Un patógeno zoonótico constituye el arma biológica perfecta -dijo Davis-. Lo único que hay que hacer es encontrar uno, ya sea un virus, una bacteria, un protozoo o un parásito, aislarlo y luego infectar a discreción. Si se es listo se pueden crear dos versiones: una que sólo pase del animal al ser humano, de manera que habría que infectar directamente a la víctima, y otra, mutada, que pase de humano a humano. La primera podría utilizarse para asestar golpes restringidos a objetivos específicos, con lo cual se corre un peligro mínimo de que la enfermedad se transmita más allá de la persona infectada; la segunda sería una arma de destrucción masiva: bastaría con infectar a unos pocos para que las muertes no cesaran.

Stephanie comprendió que lo que decía Edwin Davis era muy real.

– Detener esas cosas es posible -explicó Daniels-. Pero se tarda tiempo en aislarlas, estudiarlas y desarrollar las debidas medidas. Por suerte, la mayoría de las zoonosis que se conocen cuentan con antígenos, para algunas incluso hay vacunas que impiden que se produzca una infección sistemática. Sin embargo, desarrollarlas requiere tiempo, y entretanto podría morir mucha gente.

Stephanie se preguntó adonde llevaría aquello.

– ¿Cuál es la importancia de todo esto?

Davis cogió una carpeta que descansaba sobre la mesa de cristal, junto a los descalzos pies de Daniels.

– Hace nueve años robaron una pareja de gansos en peligro de extinción de un zoo privado de Bélgica. Más o menos por la misma fecha, de sendos zoos de Australia y España desaparecieron varias especies amenazadas de roedores y una especie de caracol poco común. Por regla general, esto es algo que no reviste mayor importancia, pero comenzamos a efectuar comprobaciones y descubrimos que ha ocurrido al menos en cuarenta ocasiones en todo el mundo. La oportunidad se presentó el año pasado, en Sudáfrica. Cogieron a los ladrones y encubrimos la detención fingiendo su muerte. Los hombres cooperaron, pensaron que una cárcel sudafricana no era un buen lugar para pasar unos años. Así es como nos enteramos de que Irina Zovastina estaba detrás de esos robos.