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– Ésta muestra los pronósticos para dentro de cinco años. Los datos siguen siendo de la Organización Mundial de la Salud.

– Increíble. Pronto podríamos tener ciento diez millones de infectados de VIH en el mundo. Las estadísticas actuales indican que el 50 por ciento de esos individuos acabarán desarrollando el sida y un 40 por ciento de ese 50 por ciento morirán en un plazo de dos años. Naturalmente, la mayoría de las muertes se darán en África y Asia. -Corrigan sacudió la cabeza-. Un mercado importante, ¿no le parece?

Vincenti asimilaba las cifras. Con un promedio de setenta millones de casos de VIH, a unos cinco mil euros por año y tratamiento, calculando por lo bajo, un fármaco generaría inicialmente trescientos cincuenta mil millones de euros. Ciertamente, una vez se curase la población inicial afectada, el mercado se reduciría, pero ¿qué más daba? El dinero ya estaría ganado. Más de lo que nadie podría gastar en toda una vida. Más adelante sin duda habría nuevos infectados y se producirían más ventas, no los miles de millones que generaría la campaña inicial, pero así y todo unos beneficios continuos.

– En nuestro siguiente análisis nos centramos en la competencia. Por lo que hemos averiguado gracias a la OMS, en la actualidad se utilizan unos dieciséis fármacos en el mundo entero para el tratamiento sintomático del sida, con alrededor de una docena de participantes. El pasado año las ventas derivadas de sus fármacos superaron los mil millones de euros.

Philogen poseía la patente de seis medicamentos que, utilizados en combinación con otros, habían resultado eficaces en la detención del virus. Aunque era preciso tomar una media de unas cincuenta píldoras al día, la denominada terapia combinada era la única que funcionaba de verdad. No se trataba de una cura, pues la avalancha de medicación simplemente confundía al virus, y sólo era cuestión de tiempo que la naturaleza venciera a los microbiólogos. En Asia y China ya habían aparecido tipos de virus resistentes a los fármacos.

– Echamos un vistazo a los tratamientos combinados -explicó Corrigan-. Un régimen de tres fármacos cuesta una media de veinte mil euros al año; sin embargo, esa clase de tratamiento básicamente es un lujo occidental, inexistente en África y Asia. Philogen dona, a un coste reducido, medicamentos a algunos de los gobiernos afectados, pero tratar a esos pacientes de manera similar supondría miles de millones de euros al año, un dinero que ningún gobierno africano puede gastar.

Su departamento de marketing ya le había dicho eso mismo: el tratamiento no resultaba asequible para el devastado Tercer Mundo. Detener la propagación del VIH era el único método rentable para atajar la crisis. Los condones constituían la primera opción, y una de las filiales de Philogen no daba abasto para fabricarlos. Las ventas habían experimentado incrementos de varios miles por ciento alo largo de las últimas dos décadas, igual que los beneficios. Pero últimamente el uso de condones había caído de forma constante. La gente empezaba a confiarse.

Corrigan decía:

– Según su propia propaganda, sólo el año pasado uno de sus competidores, Kellwood-Lafarge, invirtió más de cien millones de euros en una investigación destinada a hallar una cura para el sida. Usted ha invertido alrededor de una tercera parte de esa cantidad.

Vincenti le dirigió una sonrisa forzada.

– Competir con Kellwood-Lafarge es como pescar, ballenas con caña. Es el mayor grupo de empresas farmacéuticas del mundo. Cuesta igualar a alguien euro a euro cuando el otro tiene más de cien mil millones de ingresos brutos al año.

Bebió un sorbo de café mientras Corrigan le mostraba un nuevo gráfico.

– Dejemos todo esto aparte y ocupémonos de algunas ideas relativas al producto. Obviamente, en cualquier cura el nombre es vital. Hoy en día, en el caso de los dieciséis fármacos sintomáticos del mercado, el nombre varía, con cosas como Bactrim, Diflucan, Intron, Pentam, Videx, Crixivan, Hivid o Retrovir. Dado el carácter internacional de que disfrutará cualquier fármaco, a nosotros nos parece que una designación más sencilla y universal, como la de AZT, sería mejor desde el punto de vista de la comercialización. Por lo que tenemos entendido, en la actualidad Philogen investiga ocho posibles curas. -La mujer descubrió el siguiente gráfico, que mostraba ideas de presentación-. Desconocemos si el medicamento será sólido o líquido, si se tomará por vía oral o parenteral, así que hemos creado distintas variantes, manteniendo el negro y dorado del distintivo de su compañía.

Él se dispuso a estudiar las propuestas, y ella apuntó al caballete y aclaró:

– Hemos dejado un espacio en blanco para el nombre, que se insertará en letras doradas. Aún estamos en ello. Lo importante del concepto es que, aunque el nombre carezca de traducción en algún idioma, el envase será lo bastante característico para que pueda reconocerse en el acto.

Vincenti estaba encantado, pero prefirió reprimir una sonrisa.

– Tengo un posible nombre, algo que llevo algún tiempo rumiando.

Corrigan parecía interesada, y él se puso en pie, cogió un rotulador del caballete y escribió: ZH.

Al ver la expresión de perplejidad de todos ellos, aclaró:

– Zeta y eta. En griego clásico significaba «vida».

La vicepresidenta hizo un gesto de asentimiento.

– Apropiado.

Él opinaba lo mismo.

TREINTA Y TRES

Isla de Vozrozhdeniya

Federación de Asia Central

13.00 horas

Zovastina estaba encantada con la multitud. Su personal le había prometido que asistirían cinco mil personas, pero el secretario que la acompañaba le había dicho durante el vuelo en helicóptero, al noroeste de Samarcanda, que más de veinte mil esperaban su llegada. Una prueba más, aseguró, de su popularidad. Ahora, al ver aquella ruidosa muestra de buena voluntad, perfecta para las cámaras de televisión que apuntaban al estrado, no pudo evitar sentirse satisfecha.

– Mirad a vuestro alrededor, mirad lo que podemos conseguir cuando nuestras mentes y nuestros corazones trabajan al unísono -dijo por el micrófono. Hizo una pausa para llamar la atención y después un amplio gesto-. Kantubek ha renacido.

El gentío, apelotonado como hormigas, la ovacionó con un entusiasmo que ella ya estaba acostumbrada a escuchar.

La isla de Vozrozhdeniya se hallaba en medio del mar de Aral, un paraje remoto que en su día albergó al Grupo de Guerra Microbiológica de la Unión Soviética y que además fue un trágico ejemplo de la explotación de Asia por parte de sus antiguos amos. Allí se desarrollaron y se almacenaron esporas de ántrax y bacilos de la peste. Tras la caída del gobierno comunista, en 1991, el personal del laboratorio abandonó la isla y los contenedores que encerraban las letales esporas, los cuales, durante la década que siguió, empezaron a presentar fugas. El posible desastre biológico se veía agravado por el retroceso del mar de Aral. Alimentado por el gran Arau Darya, el maravilloso lago en su día lo compartían Kazajistán y Uzbekistán, pero cuando los soviéticos modificaron el curso del Darya y desviaron su flujo hasta un canal de mil doscientos kilómetros de longitud -el agua se utilizaba para cultivar algodón para las fábricas soviéticas-, el mar interior, antaño uno de los mayores depósitos de agua dulce del mundo, comenzó a desaparecer y fue sustituido por un desierto sin vida.

Sin embargo, ella había cambiado todo eso. El canal ya no estaba, el río había vuelto a su sitio. Casi todos sus homólogos parecían destinados a remedar a sus conquistadores, pero el cerebro de Zovastina no se había visto atrofiado por el vodka. Ella siempre había mantenido la vista fija en el trofeo y había aprendido a tomar el poder y conservarlo.

– Doscientas toneladas de ántrax comunista fueron neutralizadas aquí -anunció a la muchedumbre-. Ese veneno ha desaparecido por completo, y obligamos a los soviéticos a pagar por él.