Выбрать главу

– Es inútil.

El sacerdote esbozó una sonrisa.

– Eso es lo que yo solía pensar. -Meneó la cabeza-. Pero estaba equivocado.

Viktor era como Zovastina, un pagano, aunque no por razones religiosas o morales. Simplemente porque no se había preocupado por lo que le ocurriría después de morir.

– Una cosa más -dijo Michener-. En la basílica, Cassiopeia mencionó a un hombre llamado Ely Lund. Los norteamericanos quieren saber si está vivo.

Otra vez ese nombre. Primero, la mujer; ahora, Michener.

– Lo estaba. Pero no estoy seguro de que todavía lo esté.

Malone sacudió la cabeza.

– ¿Tenéis a alguien dentro? Entonces, ¿para qué nos necesitáis?

– No podemos comprometerlo -dijo Davis.

– ¿Tú lo sabías? -le preguntó a Stephanie.

Ella negó con la cabeza.

– No, hasta hace muy poco.

– Michener resultó ser el perfecto mensajero -explicó Davis-. No estábamos seguros de cómo iban a desarrollarse las cosas, pero al ordenar Zovastina que Viktor se lo llevara, funcionó a la perfección. Necesitamos a Viktor para ayudar a Cassiopeia.

– ¿Quién es Viktor?

– No es uno de los nuestros, formado por nosotros -dijo Davis-. La CIA lo reclutó hace años. Un colaborador inesperado.

– ¿Fue una captación amigable o no?

Sabía que muchos colaboradores cumplían con su servicio a la fuerza.

Davis vaciló.

– No fue amigable -respondió finalmente.

– Pues eso es un problema.

– El año pasado volvimos a contactar con él. Había demostrado su valía.

– Es demasiado opaco, no se puede confiar en él. No soy capaz de decirle el número de veces que he sido traicionado por colaboradores de ese tipo. Son unos vendidos.

– Como he dicho, a día de hoy, ha demostrado ser muy útil.

Malone no estaba en absoluto impresionado.

– Parece que no lleva usted mucho tiempo en este juego.

– Lo suficiente como para saber que hay que asumir riesgos.

– La distancia entre el riesgo y la estupidez no es mucha.

– Cotton -intervino Stephanie-, sé que fue Viktor quien nos llevó hasta Vincenti.

– Y ésa es la razón por la que Naomi está muerta. Otro motivo más para no confiar en él.

Malone depositó el amasijo de papel arrugado sobre la fotocopiadora y cogió el cuchillo que había traído Stephanie. Situó el medallón en el extremo de una de las velas. La moneda estaba deformada por el paso de los siglos, pero el diámetro casi coincidía. Apenas se necesitarían unos retoques para eliminar el exceso de cera.

Le dio la vela a Stephanie y desenrolló cuidadosamente el papel. Sus palmas estaban húmedas, lo que le sorprendió. Cogió la tira de oro por el borde, sosteniéndola suavemente entre su índice y su pulgar. Soltó la punta de la tira y empezó a enrollarla en la vela, que Stephanie sostenía firmemente.

Lentamente fue desenrollando la arrugada lámina.

Las letras que de otro modo eran inconexas se reordenaron conforme la espiral original se restauraba. Entonces recordó algo que había leído alguna vez sobre un escitalo: «Lo que sigue está unido a lo que lo precede.»

Y el mensaje se reveló.

Seis letras griegas:

– Un buen modo de enviar un mensaje cifrado, entonces y ahora. Éste ha sido entregado dos mil trescientos años después.

El oro se pegaba a la vela y comprendió que la advertencia de Ptolomeo, «Pero sé cauteloso, pues sólo dispondrás de una oportunidad», había sido un buen consejo. Ahora no había modo de desenrollar la tira sin que se rompiera en mil pedazos.

– Vamos a por ese ordenador.

SESENTA Y DOS

A Vincenti le gustaba tener el control.

– Es usted una chica lista. Y, sin duda, quiere vivir. Pero ¿qué es lo que sabe de la vida?

No esperó a que Karyn Walde le contestara.

– La ciencia siempre nos ha enseñado que hay dos tipos de seres: las bacterias y los demás. ¿La diferencia? Las bacterias tienen el ADN libre, mientras que los demás seres tienen el ADN agrupado en un núcleo. En los años setenta un microbiólogo llamado Cari Woese descubrió un tercer tipo de forma de vida. Las llamó arqueas, un cruce entre las bacterias y los demás seres. Cuando las descubrió parecía que sólo vivían en los entornos más extremos: el mar Muerto, en manantiales de agua hirviendo, a muchos kilómetros por debajo del nivel del mar, en la Antártida, en pantanos casi carentes de oxígeno, y pensamos que ése era su hábitat natural. Pero en los últimos veinte años se han hallado arqueas en todas partes.

– ¿Esas bacterias que encontró destruyen el virus?

– Y con saña. Y estoy hablando del VIH 1, del VIH 2, del VIS y de todas las cepas híbridas que he probado, incluida la más nueva, la del sureste asiático. Las bacterias tienen una membrana de proteínas que destruye las proteínas que mantienen vivo al virus. Atacan el virus del mismo modo que éste ataca las células de su huésped, y muy rápidamente. La única dificultad es conseguir que el sistema inmunológico del cuerpo no destruya las arqueas antes de que éstas puedan destruir el virus. -La señaló-. En personas como usted, cuyo sistema inmune prácticamente no existe, no es un problema, pues no hay suficientes glóbulos blancos como para destruir las bacterias invasoras. Pero allí donde el VIH acaba de establecerse, donde el sistema inmunológico es relativamente fuerte, los glóbulos blancos destruyen la bacteria antes de que acabe con el virus.

– ¿Y ha encontrado un modo de evitarlo?

Vincenti asintió.

– En realidad, la bacteria soporta la digestión. Y así es como el viejo sanador se las arregló para suministrármelas, sólo que él pensaba que el remedio era la planta. No sólo mastiqué la planta, sino que también bebí el agua, de modo que si en algún momento yo fui portador del virus, se encargaron de él. La verdad es que me parece mejor administrar la dosis mediante una inyección. Así puedes controlar el porcentaje. En las infecciones tempranas de VIH, cuando el sistema inmunológico aún es fuerte, se necesitan más bacterias. En fases más avanzadas, como es su caso, cuando el recuento de linfocitos es casi cero, no se necesitan tantas.

– Por eso, en el ensayo clínico necesitaba usted a gente en distintas fases de la infección. Necesitaba saber qué dosis se requería.

– Chica lista.

– Así pues, quien escribió el informe que usted me leyó y pensó que era extraño que no le interesara la toxicidad estaba equivocado.

– Yo estaba obsesionado con la toxicidad. Debía saber cuántas bacterias se necesitarían para acabar con el virus en distintos estadios de una infección de VIH. Lo mejor es que las bacterias, por sí mismas, son inocuas; podría ingerir usted millones y no ocurriría nada.

– De modo que usó a aquellos iraquíes como cobayas.

Él asintió.

– Tenía que hacerlo para saber si las arqueas funcionaban. Ellos no lo sabían. Finalmente, adapté una cubierta para preservar la efectividad de las bacterias, lo que les da mayor tiempo para devorar al virus. Lo sorprendente es que ese caparazón, en último término, se deshace y el sistema inmunológico acaba absorbiendo las arqueas, como hace con cualquier otro invasor. Las depura. El virus desaparece y también las arqueas. No es deseable que haya demasiadas bacterias, pues eso sobrecarga el sistema inmunológico. Pero por encima de todo es una cura simple y totalmente efectiva de uno de los virus más mortíferos del mundo. Y todavía no he descubierto que tenga ningún efecto secundario.

Sabía que ella había sufrido, de primera mano, los estragos causados por los medicamentos que combatían los síntomas del VIH: erupciones, úlceras, fiebre, fatiga, náuseas, baja presión sanguínea, dolores de cabeza, insomnio…, todos ellos eran habituales.

Volvió a coger la jeringa.