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– Siento curiosidad por una cosa -dijo Lyndsey.

Vincenti decidió concederle ese deseo.

– ¿Por qué ahora? Has mantenido oculta la cura, así que, ¿por qué no esperar más?

– Los planes de guerra de Zovastina hacen que ahora sea el momento. A través de ella conseguimos un lugar en el que la investigación podía ser completada sin que nadie supiera nada. No veo razón para esperar más. Sólo tengo que detener a Zovastina antes de que vaya demasiado lejos. ¿Y qué hay de ti, Grant? Ahora que lo sabes todo, ¿te preocupa esto?

– Guardaste el secreto durante veinte años. Yo apenas lo conozco desde hace una hora. No es mi problema.

Vincenti sonrió. Buena actitud.

– Habrá una avalancha de publicidad. Y tú serás parte de ello. Pero yo controlaré lo que digas, así que mide tus palabras. Deberías ser más visto que oído. Pronto tu nombre estará junto al de los grandes. -Pasó sus manos por encima de un rótulo invisible-. Grant Lyndsey, uno de los científicos que acabó con el VIH.

– Suena bien.

– Vamos a hacerlo público en los próximos treinta días. Mientras, quiero que trabajes con los abogados que llevan el tema de la patente. Planeo comunicarles mañana mismo nuestro descubrimiento. Cuando se haga el anuncio, te quiero en la palestra. También quiero muestras…, harán grandes fotos, y cultivos de las bacterias. Tendremos a los relaciones públicas haciendo fotos. Será un buen espectáculo.

– ¿Los demás saben esto?

Vincenti negó con la cabeza.

– Ni un alma, salvo la mujer que está en la casa, quien está experimentando, en estos momentos, los beneficios de la cura. Necesitamos a alguien para exhibir, y ella es tan buena como cualquier otra.

Lyndsey se acercó al otro estanque. Era interesante que no se hubiera dado cuenta de lo que había en el fondo, lo que era otra de las razones por las que había escogido a ese hombre.

– Te dije que éste era un lugar muy antiguo. ¿Ves las letras en el fondo del estanque?

Lyndsey reparó entonces en ellas.

– Significan «vida» en griego clásico. No tengo ni idea de cómo llegaron aquí. Sí que sé, gracias al viejo sanador, que los griegos controlaron esta zona, lo que lo explicaría. Llamaban Klimax a esta montaña, «cima» en inglés. ¿Por qué? Probablemente tenía que ver con que los asiáticos llamaban Arima a este lugar. Decidí usar ese nombre para mis tierras.

– Vi el signo en la puerta, cuando entré. «Attico.» ¿Qué significa?

– Es la traducción italiana de Arima. Significa lo mismo. Un lugar en lo alto, como un ático.

SESENTA Y OCHO

Samarcanda

Zovastina entró en la sala de audiencias del palacio y se plantó frente a un hombre delgado con una alborotada mata de pelo gris. Su ministro de Asuntos Exteriores, Kamil Revin, también estaba allí, sentado en una esquina. El norteamericano se presentó como Edwin Davis y presentó una carta del presidente de Estados Unidos que daba fe de sus credenciales.

– Si es posible, ministra -dijo Davis en voz baja-, ¿podemos hablar en privado?

Ella estaba desconcertada.

– Todo cuanto quiera decirme puede ser oído por Kamil.

– Dudo que usted quiera que oiga lo que vamos a discutir.

Las palabras sonaron a desafío, pero la expresión del enviado no mostraba ninguna emoción, así que Zovastina decidió ser cautelosa.

– Déjanos -le ordenó a Kamil.

El joven vaciló, pero después de lo de Venecia y lo de Karyn, suponía que la ministra no estaba de muy buen humor.

– Ahora -dijo.

El ministro de Asuntos Exteriores se levantó y salió.

– ¿Siempre trata a su gente así?

– Esto no es una democracia. Los hombres como Kamil hacen lo que se les dice o…

– … uno de sus gérmenes visitará sus cuerpos.

Debería haber sabido que había más gente que estaba al corriente de sus asuntos, pero esa vez la información venía directamente de Washington.

– No recuerdo que su presidente se haya quejado nunca de la paz que la Federación ha traído a la región. Hubo un tiempo en que esta zona era un verdadero problema; ahora Norteamérica disfruta de las ventajas de tener un amigo. Y gobernar aquí no es una cuestión de persuasión, sino de fuerza.

– No me malinterprete, ministra. Sus métodos no son asunto nuestro. Estamos de acuerdo. Tener un aliado merece los ocasionales… -Davis dudó- reemplazos de personal. -Sus ojos transmitían una expresión de frío respeto-. Ministra, he venido aquí para comunicarle algo. El presidente creyó que los canales diplomáticos usuales no eran adecuados. Esta conversación ha de quedar entre nosotros, como amigos.

¿Qué otra opción tenía?

– De acuerdo.

– ¿Conoce a una mujer llamada Karyn Walde?

Sus piernas se tensaron al sentir que la emoción la embargaba. Pero mantuvo la compostura y decidió ser honesta.

– Sí. ¿Por qué?

– Ha sido secuestrada esta noche. Aquí, en Samarcanda. Sabemos que fue su amante y padece sida.

Zovastina luchó por mantener un aspecto impasible.

– Parece que sabe usted mucho de mi vida.

– Nos gusta saber todo lo que podemos sobre nuestros amigos. A diferencia de usted, vivimos en una sociedad abierta, en la que nuestros secretos están visibles en la televisión o en Internet.

– ¿Y qué los ha llevado a hurgar en los míos?

– ¿Acaso importa eso? La verdad es que fue fortuito.

– ¿Y qué es lo que sabe de la desaparición de Karyn?

– Un hombre llamado Enrico Vincenti se la llevó. La ha alojado en su finca aquí, en la Federación, unas tierras que adquirió como parte de sus tratos con la Liga Veneciana.

El mensaje estaba claro. Ese hombre sabía muchas cosas.

– Vincenti. Él es su problema.

– ¿Y eso por qué?

– Admitiré que sólo se trata de una especulación por nuestro lado. En la mayor parte del mundo, nadie se preocuparía por su orientación sexual. Claro, usted estuvo casada tiempo atrás, pero por lo que hemos podido saber fue por salvar las apariencias. Él murió trágicamente…

– Él y yo nunca habíamos cruzado una palabra. Entendió por qué estaba aquí. La verdad es que me gustaba.

– No es asunto nuestro y no pretendía insultarla, pero ha permanecido soltera desde entonces. Karyn Walde trabajó para usted durante un tiempo; fue una de sus secretarias. Así que imagino que mantener una relación con ella debió de resultarle fácil. Nadie les prestaría mucha atención mientras fueran discretas. Pero Asia Central no es Europa occidental. -Davis sacó de su chaqueta una pequeña grabadora-. Déjeme que le ponga algo.

Activó el dispositivo y permaneció de pie, al otro lado de la mesa que estaba situada entre ellos.

– Es bueno saber que tu información es exhaustiva.

– No te hubiera molestado por algo sin fundamento.

– Pero todavía no me has dicho cómo sabías que alguien iba a intentar asesinarme hoy.

– La Liga se preocupa por todos sus miembros. Y tú, ministra, eres uno de los más destacados.

– Eres tan considerado, Enrico.

Davis apagó la grabadora.

– Vincenti y usted hablando por teléfono hace dos días. Una llamada internacional, fácil de detectar.

Volvió a pulsar play.

– Hemos de hablar.

– ¿Del pago por salvarme la vida?

– Se acerca el final de nuestro trato, tal como lo discutimos hace ya tiempo.

– Podré reunirme con el Consejo dentro de unos pocos días. Pero antes hay cosas que quiero resolver.

– Estoy más interesado en saber cuándo nos encontraremos.