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La joven salió cautelosamente al exterior y Thorvaldsen la siguió.

Tras ellos se oyeron unos disparos, hechos por un arma automática; las balas se incrustaron en las pesadas planchas de madera que habían dejado atrás.

Se arrojaron al suelo mientras la ventana estallaba, los cristales cayendo encima de ellos. Las balas impactaron en los árboles. Stephanie oyó a Ely gritar algo a su atacante y aprovechó ese momento para incorporarse y correr hacia el coche. Thorvaldsen seguía en el suelo, intentando levantarse, así que sólo cabía esperar que Ely entretuviera al guardia el tiempo suficiente.

Llegó al coche, abrió la puerta trasera y cogió una de las automáticas.

Thorvaldsen salió por la parte trasera de la cabaña.

Stephanie se parapetó tras el coche y desde allí apuntó. Con el arma, hizo una señal a Thorvaldsen para que se dirigiera directamente hacia el porche delantero. Salió de su línea de fuego justo cuando el guardia aparecía con el rifle apoyado en la cintura. Pareció ver a Thorvaldsen primero y se movió para apuntarle.

Ella disparó dos veces.

Las dos balas impactaron en el pecho del hombre.

Disparó dos veces más.

El guardia cayó al suelo.

El silenció la envolvió. No se movió hasta que Ely apareció tras el guardia muerto. Thorvaldsen salió del porche. Stephanie estaba apuntando de nuevo, asiendo fuertemente la culata del arma. Temblando. Había matado a un hombre.

El primero.

Thorvaldsen avanzó hacia ella.

– ¿Estás bien?

– Había oído lo que contaban los demás. Les dije que era su trabajo. Pero ahora lo entiendo: matar a alguien es un asunto muy serio.

– No tenías elección.

Ely sorteó el cuerpo.

– No escuchaba. Le dije que no erais una amenaza.

– Pero lo somos -repuso Thorvaldsen-. Estoy seguro de que sus órdenes eran evitar que alguien contactara contigo. Eso sería lo último que Zovastina querría.

La mente de Stephanie empezó a despejarse.

– Hemos de irnos.

SETENTA Y TRES

Malone se adentró en el bosque, oscuro, silencioso y, aparentemente, lleno de amenazas. Atisbo un claro algo más adelante, donde el sol se filtraba serenamente entre la bóveda de hojas. Miró atrás y no vio a Viktor, pero entendió por qué había desaparecido. Oyó voces y aceleró el paso; se detuvo tras un grueso tronco que estaba cerca del final del sendero.

Vio a Cassiopeia atada entre dos árboles, con los brazos estirados. Zovastina estaba de pie junto a ella.

Viktor tenía razón.

Un gran problema.

Zovastina estaba intrigada y, al mismo tiempo, furiosa.

– No parece importarte que vayas a morir.

– Si me importara, no me hubiera prestado a venir con usted.

La ministra decidió que era el momento de dar a la mujer una razón para vivir.

– Me preguntaste por Ely en el avión…, si estaba vivo. No te contesté. ¿Quieres saberlo?

– No creeré ni una palabra de lo que usted me diga.

Ella se encogió de hombros.

– Una afirmación muy considerada. Yo tampoco lo haría.

Sacó un teléfono de su bolsillo y marcó un número.

Stephanie oyó sonar el teléfono y miró el cadáver que yacía sobre el suelo rocoso.

Thorvaldsen también lo oyó.

– Es Zovastina -dijo Ely-. Me llama al móvil que él lleva. Stephanie se acercó al cuerpo, cogió el aparato y le dijo a Ely: -Responde.

– Aquí hay alguien que quiere hablar contigo -oyó Cassiopeia que decía Zovastina.

La mujer le acercó el teléfono al oído. No tenía intención de decir nada, pero la voz que le llegó desde el otro lado del aparato hizo que un escalofrío recorriera su espina dorsal.

– ¿Qué ocurre, ministra? -Pausa-. ¿Ministra?

No podía contenerse. La voz confirmaba todas sus dudas.

– Ely, soy Cassiopeia.

Se hizo el silencio.

– ¿Ely? ¿Estás ahí?

Sus ojos ardían.

– Estoy aquí…, sólo que no doy crédito. Me alegro tanto de oírte.

– Y yo también.

La emoción la embargaba. De repente, todo había cambiado.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó él.

– Buscándote. Sabía…, esperaba que no estuvieras muerto. -Intentó contener con todas sus fuerzas la emoción que sentía-. ¿Estás bien?

– Sí, estoy bien, aunque preocupado por ti. Henrik está aquí con una mujer llamada Stephanie Nelle.

Eso era toda una novedad. Cassiopeia intentó dejar a un lado su agitación y concentrarse. En apariencia, Zovastina no era consciente de lo que ocurría en el lugar en el que se encontraba Ely.

– Dile a la ministra lo que acabas de contarme.

Zovastina escuchó.

Stephanie oyó a Ely repetir la frase. Comprendió el shock que debía de estar experimentando Cassiopeia, pero ¿por qué quería que Ely le contara a la ministra que estaban allí?

Zovastina habló por el teléfono.

– ¿Cuándo han llegado tu amigo Thorvaldsen y esa mujer?

– Hace un rato. Su guardia intentó matarlos, pero ahora está muerto.

– Ministra -dijo otra voz, que reconoció instantáneamente.

Thorvaldsen.

– Tenemos a Ely.

– Y yo tengo a Cassiopeia Vitt. Diría que le quedan, aproximadamente, unos diez minutos de vida.

– Hemos resuelto el enigma.

– Hablan demasiado. Usted y Vitt. ¿Hay algo más que quiera decirme?

– Oh, sí. Estaremos en la tumba de Alejandro antes de que anochezca. Pero usted nunca lo sabrá.

– Están en mi Federación -replicó ella.

– Pero hemos podido entrar, tomar un prisionero y largarnos con él sin que usted se haya enterado.

– Pero han decidido contármelo…

– Lo único que usted tiene y que nosotros queremos es a Cassiopeia -declaró Thorvaldsen-. Vuelva a llamar si quiere negociar.

Y colgó.

– ¿Crees que eso ha sido inteligente? -le preguntó Stephanie a Thorvaldsen.

– Hemos de conseguir que esté alerta.

– Pero no sabemos qué está ocurriendo allí.

– Dime algo que no sepa.

La joven vio que Thorvaldsen estaba preocupado.

– Tenemos que confiar en que Cassiopeia sepa cómo manejar este asunto -dijo él.

Zovastina luchaba contra el sentimiento de inquietud que la embargaba. Esa gente iba a pelear con uñas y dientes, debía admitirlo.

Extrajo un cuchillo de su funda de cuero.

– Tus amigos están aquí -dijo dirigiéndose a Cassiopeia-. Y tienen a Ely. Lamentablemente, y en contra de lo que cree Thorvaldsen, no tienen nada que me interese.

A continuación se acercó al rollo de cuerda y sentenció:

– Prefiero verte morir.

Malone lo vio y lo oyó todo. Aparentemente, Ely Lund estaba al teléfono. Vio cómo Cassiopeia se conmovía, pero también se dio cuenta de que había alguien más al teléfono. ¿Henrik? ¿Stephanie? Seguramente estaban con Lund ahora.

No podía esperar mucho más, por lo que decidió salir de su escondite.

– Ya es suficiente.

Zovastina estaba de pie, de espaldas a él, y Malone vio que se detenía en su ademán de cortar las cuerdas.

– El cuchillo -dijo-. Suéltelo.

Cassiopeia lo observaba con una mirada ansiosa. Él también se sentía así. Un mal palpito, casi como si lo estuvieran esperando.

– Señor Malone -dijo Zovastina mientras se volvía hacía él con una feroz mirada de satisfacción-. No puede usted matarnos a todos a la vez.

QUINTA PARTE

SETENTA Y CUATRO