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– Y yo estaba esperando a que esos hombres se fueran.

Ely trajo a Lyndsey.

– Has hecho un buen trabajo con él -dijo Stephanie dirigiéndose a Ely.

– Estaba temblando como un flan.

Ella estudió el AK-74. Había aprendido bastante sobre pistolas, pero los rifles de asalto eran otra cosa. Nunca había disparado ninguno. Thorvaldsen pareció percibir sus dudas y le ofreció su arma.

– ¿Quieres que las intercambiemos?

Stephanie no la rechazó.

– ¿Puedes manejar uno de éstos?

– Tengo algo de experiencia.

Ella tomó nota mentalmente para inquirir posteriormente sobre ese punto. Se aproximó a la entrada y espió sigilosamente el vestíbulo. No se veía a nadie por ningún lado. Abrió la marcha y el grupo avanzó cautelosamente por el vestíbulo, hacia el descansillo del segundo piso, donde la escalera descendía hasta la entrada principal.

Otra de las máquinas rociadoras de fuego griego apareció tras ellos, corriendo de una habitación a otra. Su súbita aparición hizo que Stephanie se distrajera un momento y dejara de atender al frente.

Allí, el muro de la izquierda acababa y se convertía en una sólida balaustrada de piedra.

Un movimiento en la planta baja llamó su atención.

Dos soldados.

Al instante reaccionaron, empuñando sus armas y abriendo fuego.

Cassiopeia oyó el sonido de un arma automática que disparaba en el interior de la casa.

Su primer pensamiento fue para Ely.

– Recuerda que sólo tenemos cinco disparos -le advirtió Malone. Y ambos bajaron corriendo del helicóptero.

Zovastina y Viktor salieron de la grieta y estudiaron la escena que se desarrollaba unos metros más abajo. Malone y Vitt corrían desde el helicóptero, armados con sendos rifles de asalto.

– ¿Están cargados? -preguntó ella.

– No, ministra. Fogueo.

– Cosa que Malone, sin duda, sabe. Los llevan para intimidar.

El tiroteo en el interior de la casa la alarmó.

– Esas tortugas explotarán si las alcanzan los disparos -señaló Viktor.

Necesitaba a Lyndsey antes de que eso ocurriera.

– He escondido municiones para las pistolas y cargadores para los rifles a bordo -dijo él-. Sólo por si los necesitamos.

Ella admiró su capacidad de previsión.

– Buen trabajo. Tendré que recompensarte.

– Primero hemos de acabar con esto.

Zovastina le dio una palmadita en el hombro.

– Eso es lo que vamos a hacer.

NOVENTA

Las balas rebotaron en la barandilla de sólido mármol. Un espejo de pared se rompió en mil pedazos y cayó al suelo. Stephanie buscó un lugar en el que refugiarse, más allá de la balaustrada; los otros se acurrucaron tras ella.

Más balas pasaron silbando a su derecha, haciendo saltar el yeso de la pared.

Por suerte, el ángulo les proporcionaba cierta protección. Para poder disparar cómodamente, los soldados debían subir por la escalera, lo que le daba a ella una oportunidad.

Thorvaldsen se acercó.

– Déjame.

Stephanie retrocedió y el danés descargó una ráfaga de disparos con su AK-74 en dirección a la planta baja. El ataque produjo el resultado deseado. Todos los disparos que procedían de la planta inferior cesaron.

Un robot reapareció tras ellos procedente de otro de los dormitorios. Stephanie no prestó atención hasta que el constante zumbido de su motor eléctrico aumentó de volumen. Se volvió y observó que el artilugio se acercaba al punto en el que se hallaban Ely y Lyndsey.

– Detened esa cosa -murmuró en dirección a Ely.

Con el pie, él detuvo el avance de la máquina. Ésta percibió el obstáculo, vaciló y entonces roció con el líquido los pantalones de Ely. Stephanie vio cómo el joven hacía una mueca de desagrado a causa del olor, muy intenso incluso para ella, que estaba varios metros más allá.

El artilugio dio media vuelta y siguió avanzando en la dirección opuesta.

Entonces se oyeron más disparos procedentes del piso de abajo, que salpicaron de casquillos la segunda planta. No les quedaba otra opción más que retirarse haciendo uso de los pasadizos secretos, pero antes de que Stephanie pudiera dar la orden, enfrente, al otro lado de la balaustrada, uno de los soldados dobló la esquina.

Thorvaldsen también lo vio y, antes de que ella pudiera apuntarlo, le cortó el paso con una descarga de su AK-74.

Malone se acercó a la casa cautelosamente. Llevaba la pistola en una mano y el rifle de asalto colgado en el hombro contrario. Entraron por la terraza trasera, desde donde accedieron a un opulento salón.

Los recibió un aroma familiar.

Fuego griego.

Notó que Cassiopeia también reconocía el olor.

Más disparos.

Procedentes de algún lugar de la planta baja.

Malone se dirigió hacia allí.

Viktor corría tras Zovastina en su avance hacia la casa. Habían permanecido ocultos, observando cómo Malone y Vitt entraban en ella. En el interior se oían ráfagas de disparos.

– Hay nueve soldados ahí dentro -dijo la ministra-. Les ordené que no usaran sus armas. Hay seis robots en la casa, listos para incendiarse en cuanto pulse esto.

Le mostró uno de los controles remotos que él había usado tantas veces para detonar las tortugas. Viktor pensó en otro de los posibles peligros.

– Cualquier bala que impacte en una de esas máquinas la hará explotar, a pesar de este controlador.

Y entonces cayó en la cuenta de que ella no necesitaba ningún recordatorio, pero tampoco reaccionó con su arrogancia habitual.

– Pues tendremos que ser cuidadosos.

– No es por nosotros por quien estoy preocupado.

Cassiopeia estaba ansiosa. Ely se encontraba en algún lugar de esa casa, probablemente atrapado, rodeado por todas partes de fuego griego. Ella ya había presenciado su capacidad de destrucción.

La distribución de la casa era un problema: la planta baja se desplegaba como un laberinto. Oyó voces; justo enfrente, más allá de un vestíbulo decorado con pinturas con marcos dorados.

Malone abrió la marcha.

Admiraba su coraje. Para ser alguien que se había quejado todo el rato de no querer jugar a ese juego, era un jugador condenadamente bueno.

En otra habitación, de aire barroco, Malone se agachó tras una silla de respaldo alto y le hizo una señal para que avanzara hacia la izquierda. Más allá de un amplio corredor abovedado, a unos diez metros, vio sombras recortándose contra las paredes.

Oyó más voces en una lengua que no conocía.

– Necesito que algo los distraiga -le susurró Malone.

Lo comprendió al instante. Él tenía balas. Ella, no.

– Bueno, mientras no me dispares a mí… -le replicó Cassiopeia en voz baja mientras se situaba junto a la entrada.

Malone se ocultó rápidamente tras otra silla que le ofrecía una perspectiva mejor. Ella respiró hondo, contó hasta tres e intentó tranquilizarse. Eso era una locura, pero dispondría de un segundo o dos de ventaja. Preparó el rifle, dio media vuelta bruscamente y se plantó en el corredor. Con el dedo en el gatillo, descargó una ráfaga de fogueo. Dos soldados estaban al otro lado del vestíbulo, apuntando con sus armas hacia la barandilla del segundo piso, pero sus disparos produjeron el efecto deseado.

Se volvieron hacia ella con cara de sorpresa.

Cassiopeia dejó entonces de disparar y se arrojó al suelo.

Se oyeron dos nuevos estampidos. Malone había abatido a los dos hombres.

Stephanie oyó los disparos. Eso era algo nuevo. Henrik estaba parapetado a su lado, con el dedo en el gatillo de su rifle.

Dos soldados más aparecieron en la segunda planta, algo más allá de donde yacía muerto su colega.

Thorvaldsen les disparó inmediatamente.

Stephanie estaba empezando a formarse una nueva opinión acerca de ese danés. Sabía que era un intrigante, con una conciencia intermitente, pero también tenía los nervios de acero y estaba claramente preparado para hacer lo que tuviera que hacerse.